Doble de cuerpo
SPUTNIK, MI AMOR
Haruki Murakami
trad. Lourdes Porta y Junichi Matsuura
Tusquets
Barcelona, 2003
246 págs.
POR PABLO PÉREZ
Haruki Murakami es en este momento uno de los escritores más famosos de Japón, e incluso considerado por algunos como un firme candidato para el Premio Nobel. Se hizo popular, sobre todo entre los jóvenes japoneses, tras haber publicado una novela sobre un triángulo amoroso, Norwegian Wood, que vendió dos millones de ejemplares. Publicó además, entre otras, La caza del carnero salvaje, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (ver Radarlibros del 4 de noviembre de 2001). Ganó importantes premios japoneses: el Noma, para escritores noveles, el Tanizaki y el Yomiuri, no obstante lo cual la crítica de su país continuó acusándolo de “trivializar la realidad del país y occidentalizarla”.
Y es cierto que en la primera mitad de Sputnik, mi amor, lejos de todo color local japonés, los personajes que ocupan los vértices del triángulo amoroso sobre el cual trata la novela podrían ser tranquilamente los personajes de un cuento de David Leavit. El narrador, un joven maestro de escuela, está enamorado de Sumiré, una compañera de la Facultad de Letras que abandonó sus estudios para dedicarse a escribir novelas. Sumiré, a su vez, se enamora de Myû, una mujer empresaria importadora de vinos italianos y franceses, quince años mayor que ella, que la contrata como asistente y la lleva en viaje de negocios a Europa. Este viaje culmina con unas vacaciones en una isla de Grecia. “Por lo que pude leer en la guía”, dice el narrador, “aquella era una isla pequeña más, sin ninguna particularidad”. Es a partir de entonces que esta novela, que en un principio podría vincularse con el “realismo sucio” norteamericano, da un vuelco hacia el género fantástico. Sumiré desaparece de la noche a la mañana, su amigo va a Grecia para ayudar a Myû a buscarla, y allí, entre los escritos de Sumiré, encuentra un texto que cuenta cómo, años atrás, Myû había quedado toda una noche atrapada en la cima de una vuelta al mundo de un parque de diversiones en una pequeña ciudad suiza.
Desde allí, con unos binoculares, Myû puede verse a sí misma en su departamento en compañía de un hombre –que desde su llegada a Suiza había tratado de seducirla sin éxito–, al que se entrega sexualmente: “Mientras estuve encerrada en la noria, le hizo lo que quiso a mi yo del otro lado”. La enigmática Myû siente haberse desdoblado y perdido una mitad desde aquella noche tras la cual amaneció con el cabello completamente blanco. Y con aquella mitad, se fue también su deseo sexual. Así como en Escándalo de Shusaku Endo, el protagonista, un anciano escritor católico, descubre tener un doble sadomasoquista, en el doble de Myû se condensa su faceta más perversa: “A mí el sexo no me daba miedo. Disfrutaba de él con toda libertad. Pero lo que vi allí era distinto. Eran actos obscenos, absurdos, tenían como único objetivo envilecerme”.
De esta manera Murakami, a la vez que refleja con sensibilidad y belleza la vida cotidiana de los occidentalizados jóvenes de Tokio, se aventura con maestría y al filo de la verosimilitud en una historia de fantasmas, retomando el viejo tema del doble. Seguramente lo hace con conocimiento de causa: en Japón existe otro Murakami llamado Ryu, también novelista. El dúo es conocido como “los Dos Murakami”.