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Domingo, 7 de septiembre de 2003

PRIMICIA EXCLUSIVA

Perro que ladra sí muerde

Yellow Dog, la nueva y esperadísima novela de Martin Amis, fue distribuida el jueves pasado. Radarlibros accedió a un juego de galeras del último opus del célebre escritor inglés y dice lo que le parece, antes que el New York Times.

POR RODRIGO FRESAN

Por fin –ya era hora– llega la nueva y esperadísima novela de Martin Amis. Esperadísima porque desde La información (1995) Amis no publicaba ficción larga y –digámoslo– ambiciosa. Desde entonces, entregó a la imprenta la interesante nouvelle bellowiana El tren de la noche, los livianos cuentos de Agua pesada, los densos ensayos de The War Against Cliché y las meta-autobiografías existenciales y políticas Experiencia y Koba The Dread, ambas escritas durante un paréntesis en la escritura de este rabioso y flamante Yellow Dog. Ahora, las 288 páginas de esta novela con pocas pulgas –puesta a la venta el jueves pasado en Inglaterra con la pompa y la inevitable polémica que acompaña a casi toda manifestación física o mental de Amis– devuelve para felicidad de fans y furia de detractores al perpetuo enfant terrible de las letras británicas al territorio que más y mejor conoce: la decadencia de los imperios. De todos los imperios.
La sensación que flota en el aire es que Amis es ya un dinosaurio en extinción, alguien demasiado preocupado por el lenguaje, alguien que mira casi con asco a los nuevos escritores desde el pedestal de su estatua (lista para ser derribada); y esto es lo que días atrás alguien escribió en la prensa inglesa a propósito de Martin Amis: “Con la publicación de Yellow Dog surge la sospecha de que Amis ha sido nuestro Julio César por demasiado tiempo... Siempre fue taaaaaaaaan cool. Estaba en todas partes y escribiendo sobre todo, y las mujeres decían alcanzar un orgasmo espontáneo con sólo contemplar su expresión malhumorada y sus labios voluptuosos. Gracias a Dios que es muy bajito porque, si no, sería insoportable”.
Preparen los puñales.

MORDER UN HUESO
Una buena noticia y una noticia no tan buena. La buena noticia es que Yellow Dog –definida por su autor como “una comedia del post-11 de septiembre” que insiste en lo que considera su Gran Tema: “El problema de la inseguridad masculina inseparable de la naturaleza de la envidia masculina”– figura en la primera long list de 23 títulos para llevarse el prestigioso y consagratorio Booker Prize. La short list con unos pocos finalistas será anunciada el 16 de septiembre y el ganador, el 14 de octubre, en transmisión directa de la BBC desde el British Museum. La mala noticia es que todo parece indicar que Amis –sólo postulado una vez con La flecha del tiempo y el único que no lo ha ganado de esa gran camada que incluye a Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Ian McEwan, Salman Rushdie y Graham Swift– volverá a morder el polvo de la derrota. Los apostadores consideran a Amis un improbable segundo candidato en las estadísticas más por su carrera que por Yellow Dog, dan como favorito a J.M. Coetzee –quien, de vencer con su Elizabeth Costello, se convertiría en el primer autor en ganar el Booker tres veces– y de entrada quedaron afuera firmas de peso como las de Peter Carey, Jim Crace y J.G. Ballard y su nueva “novela terrorista”, Millenium People.
El problema es que ya desde antes de su salida, Yellow Dog comenzó a ladrar y morder. Por un lado su tema risqué. Parte de la novela explora las idas y vueltas de una red de porno-chantajistas actuando en el Palacio de Buckingham para pesar de Henry IX (y desinterés de su siempre excitada y excitable y excitante hija, la quinceañera Princesa Victoria, quien ha sido fotografiada desnuda), la odisea de un actor al que le dan una paliza a la salida de un pub (y su personalidad cambia), así como el horror vacui de la cultura de los tabloides ingleses y la prensa rosa-amarilla. Y for the record: Amis acaba de declarar y aclarar que está “a favor de la Familia Real en la realidad, pero está en contra en la ficción”.
Por otro lado, el escritor Tibor Fischer –alguien que es, como Will Self, un “hijo literario” de Amis y cuyo Voyage to the End of the Room no entró en las semifinales del Booker– publicó una destructiva crítica de Yellow Dog donde se leen cosas como “me consuela, como escritor, el que Martin Amis haya producido una novela indigna de su talento. Como lector,sin embargo, estoy genuinamente triste. Yellow Dog no es mala en el sentido de que no es buena o es ligeramente decepcionante. Yellow Dog es mala del tipo no-sé-a-dónde-mirar-de-la-vergüenza. Es como descubrir a tu tío preferido masturbándose en el patio de una escuela”. Las drásticas opiniones de Fisher –Amis se limitó a declarar que no lee a sus críticos– han sido secundadas, con mayor elegancia y flema, por buena parte del establishment literario, que parece pensar que una vez más a “El Hijo de Kingsley” le dieron ganas de llamar la atención con sus sátiras bestiales y entrópicas y su prosa púrpura y barroca a la que le vendría bien un editor. Y ahora, para colmo, con sus fantasías incestuosas donde describe qué se siente al hacer el amor con la propia hija. “Martin ya fue”, susurran algunos en cocktails y vernissages. Pero aquí vuelve Martin.

MOVER LA COLA
Por supuesto, también están los que opinan que Yellow Dog es la renovada evidencia del genio sin par de Amis. La verdad sea dicha, Yellow Dog no es Campos de Londres (hasta ahora la indiscutible “Gran Novela” de Amis), pero está firmada por quien –junto a Salman Rushdie, a cuya Furia recuerda tanto Yellow Dog– es sin lugar a dudas el literal y literariamente mejor escritor de su generación. Lo que no necesariamente implica que Amis sea el mejor novelista de su generación.
Una vez más, oscilando entre los polos de Nabokov y Bellow –sus totems estilísticos: la pirotecnia verbal de uno, la reflexión de altura a partir de lo mundano del otro–, Amis arma una novela desnovelada que prefiere la escritura a la trama, como bien cabe esperar de alguien que declaró al Paris Review que “si no hay prosa, entonces quedas reducido a lo que son asuntos de interés secundario como la idea, el argumento, la caracterización de los personajes, los perfiles psicológicos y la forma”.
Pero Yellow Dog es un libro diferente, sin dejar de ser un libro de Martin Amis. No faltan aquí las típicas y agradecibles oraciones largas y complejas que parecen haber sido redactadas por el solo placer de leerse a sí mismas mientras se muerden la cola; pero se estrenan, también, maniobras que en libros anteriores del autor habían aparecido como destellos y trucos graciosos –abundancia de puntos suspensivos, agujeros negros que desordenan la trama para mantener al lector ansioso y cada vez más felizmente inquieto– que aquí asumen la responsabilidad protagónica de puro estilo.
Más reprochables son las poco ingeniosas ingeniosidades a la hora de enumerar marcas y modas y que, sí, revelan casi subliminalmente a un Amis un tanto inseguro, en conflicto con su edad y su lugar en el mundo y dudando entre el ser profundo y el ser gracioso sin sospechar que, en más de una ocasión, se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. En cualquier caso, últimamente se han escrito pocas novelas más estilísticas y estilizadas –sin por eso renunciar a una historia aluvional a la Jonathan Swift y a un picaresco reparto mucho más rico y abundante del que suelen contener los libros de Amis– que Yellow Dog.
Sesenta y cinco fragmentos/capítulos de los que acaban emergiendo tres tramas girando y relacionándose alrededor del esperpéntico espanto de los cielos del nuevo milenio a través de los cuales vuela un avión que alberga en sus tripas a un cadáver con ganas de no estar muerto y donde también -según Amis– vuelve a flotar la idea del fin del mundo que, luego de las “vacaciones” que comenzaron con la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, recupera potencia y ganas de hacer volar todo por los aires y por amor, sí, al arte.
Aquello que –está claro– es lo que más le gusta hacer y escribir a Amis. Así nunca le van a dar el Booker. O tal vez sí.

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