RESEñA
Filosofía a la carta
Pensamientos secretos
David Lodge
Trad. Jaime Zulaika
Anagrama
Barcelona, 2002
398 págs.
Por Leonardo Moledo
Pensamientos secretos (título en que se convirtió, por inexplicables razones el Thinks... original) no es por cierto la novela más brillante de David Lodge. No es la sátira jocosa (y aguda) de El mundo es un pañuelo o Un buen trabajo, o la estupenda Terapia, probablemente, su mejor novela.
Novela de verano, o mejor dicho de curso de verano en una universidad inglesa, Pensamientos secretos es una especie de roman à deux en ámbito académico, salpicada de descripciones hardcore que juegan el papel funcional del rubor en las novelas victorianas. Como si se tratara de entregas, está organizada en tríadas; a saber: un capítulo donde Ralph Messenger, investigador y especialista en Ciencia Cognitiva graba sus pensamientos tratando de pescar el fluir de la conciencia, cosa que afortunadamente no logra; inmediatamente un capítulo del diario íntimo de Helen Reed, novelista de cierto nombre (y no “anticuada”, como dice erróneamente la contratapa), profesora de Literatura que da un curso de verano en la Universidad de Gloucester, y cierra con un capítulo que narra en tercera persona las andanzas de ellos dos, sus parejas, amigos académicos y personajes necesarios para la mutua búsqueda.
Los casi invariables tercetos (para nada monótonos, aunque las grabaciones de Ralph –llamémoslo así– en algunos momentos, y en especial al principio, alcanzan el ritmo soporífero de Virginia Woolf) están mechados con algunos e-mails, trabajos de los alumnos de Helen y el conjunto, finalmente, fluye muy a la inglesa, y permite una lectura pacífica, sin los sobresaltos de la novela norteamericana. Pero dejando muy a la vista tanto el sistema de escritura como los recursos narrativos en juego (por ejemplo, el viaje repentino de algún personaje molesto para el desarrollo de la trama) que son muy evidentes: mala cosa.
Uno podría relegar pensamientos al rubro “novela light”, y sin embargo no, porque además de Ralph y Helen, Helen y Ralph, que se preguntan sobre la moralidad y la moralina del adulterio (no demasiado sorprendente; Lodge es un autor católico), ocurre que Ralph es además un importante científico cognitivo, con proyección mediática; y Lodge, a la manera de Amis en El tren de la noche, convierte las discusiones y teorías científicas en el eje, el verdadero espinazo de Pensamientos secretos. El tema por cierto no es banal: la relación mente-cuerpo, la filosofía de la mente, las conjeturas actuales, “la brecha explicativa de Levine, la asombrosa hipótesis de Crick, la pregunta difícil de Chalmers, Dennet, Searle, Minsky, Penrose”.
Este paseo por uno de los enigmas científicos más notables de la ciencia actual (hay quienes lo definen como la última frontera, y quienes sostienen que es la única frontera) es verdaderamente muy interesante, serio, simple y con facilidades de comprensión dignos de una excelente pieza de divulgación científica. Actualizadísimo y muy bien asesorado (llega hasta proponer una bibliografía al final), Lodge pone en escena un panorama de la neurociencia y la ciencia cognitiva bastante completo, con un vistazo general comprensivo y comprensible. Y puesto que los problemas abordados por la ciencia cognitiva son claves de bóveda para pensar lo humano en tanto que tal (si es que existe tal cosa) y el lugar del hombre en el mundo (si es que existe tal cosa), el lector orilla permanentementelas preguntas (y la falta de respuestas) fundamentales para abordar la condición humana (si es que existe tal cosa).
Naturalmente, Helen no comparte la rígida visión materialista de Ralph, y cree que hay otras formas de conocimiento y de acceso a la subjetividad en tercera persona, como por ejemplo la novela. La discusión es un pie que permite la exposición, pero como la exposición vale realmente la pena, se perdona fácilmente el recurso.
Algunos ejemplos fragmentarios de las cuestiones que se abordan: “El hombre primitivo era como un tío (ay, las traducciones españolas) al que le han dado un ordenador ultramoderno y sólo lo usa para hacer cálculos simples de aritmética. Tarde o temprano empezará a jugar con él y a descubrir que puede hacer muchas otras cosas. Desarrollar el lenguaje. Meditar sobre la propia existencia” (aquí se ven trazos de la teoría de las “pechinas” de Stephen Jay Gould). O también: “Darwin conjetura que nuestra risa y sonrisa podría remontarse a la forma en que los babuinos comunican el hallazgo de comida al resto de la tribu. Pero el llanto no tiene explicación”.
Las incursiones científicas aparecen principalmente en los capítulos del tercer tipo y tercera persona, pero también, y por suerte, se filtran en las grabaciones de Ralph y el diario de Helen. Valga este ejemplo de Ralph: “Libet demostró que la conciencia de una decisión de actuar siempre es medio segundo posterior a la actividad cerebral asociada, o sea que en cierto sentido, todos los momentos de nuestra vida son ya pasado cuando los experimentamos”. Y apenas cinco líneas más abajo. “Mi primer polvo, qué tal, con eso sí no hay problemas, La primera imagen que me vuelve es ella deslizando las bragas por sus caderas”. Como se ve, un menú variado.