Ocho escenas en busca de autor
Escena 1: bota y mordaza
Ava-Eva es rubia, de una altura militar y con cierta dimensión trágica en un rostro al que –por deformación profesional– ella insiste en dar un rictus de firmeza. Luisa Valenzuela había pensado que la entrevista sería a una autora y a su personaje, no a una seductora y a su presa, pero igual se presta al juego, con humor y resignación.
¿Es necesario empezar como esclava?
–Sí en el caso de Luisa y analizándola a ella. Primero la sumisión para después seguir con la dominación.
–Ya es demasiado tarde –objeta Luisa.
Pero Ava-Eva insiste: –Tendría que ser con cierto tipo de hombre que a Luisa le fascine. Entonces se dejaría para algún encuentro de algo. Tendría que ser alguien que no la humille. Alguien que la respete. Como en Europa, donde las parejas se dan turnos de control y dominación de alto voltaje.
–Pero escuchame, Ava, ¿por qué tengo que entrar con el cuerpo en una cosa que a mí me interesa sólo como espectadora?
–Todos tiene su talón de Aquiles. Yo quisiera encontrar el de Luisa.
–¿En qué medida uno tiene que ponerse en juego en la experiencia para escribir? Estamos en la situación de Celan. Yo no quiero atestiguar sobre el testigo, puedo estar trabajando sobre una experiencia extrema, pero como un punto de inflexión para otra cosa. En el caso del S-M, es un umbral que me lleva a reflexionar sobre la tortura, sobre situaciones de poder y de dominio pero en el campo político.
–Es que uno se vuelve maravilloso en su arte precisamente porque no se atreve a vivirlo. Luisa, ya viviste ciertas cosas en tu arte. ¿Por qué no te liberas?
Freud hablaba de sublimación...
Yo creo, Ava, que vos le proponés a la gente la sublimación de un impulso autodestructivo. Yo sublimo la violencia escribiendo. Y no la quiero cambiar de lugar.
¿Es necesario realizar todos los deseos?
Ava-Eva: –Yo he tratado de realizar los más posibles. Pero siempre se queda uno con el grito interior: ¿por qué metí tantas cosas en mi vida cuando realmente hubiera querido disfrutar de la mitad?
Luisa: –Para mí es la palabra la que da el salvoconducto para crear barreras y atravesarlas. Aquello oscuro de uno está en el lenguaje. Y yo trato de ir más allá de la barrera de la censura.
Ava-Eva: –Pero ¿por qué no desplazarte más allá realmente?
Escena 2: látigo y nylon
Este diálogo podría formar parte de un debate sobre Literatura y vida si ese género de debate no soliera estar vedado a los personajes.
Ava-Eva: –Una vez hubo una dominadora que se sobrepasó y ató un celular al pene de un hombre que fue a una reunión de negocios y cuando sonó el celular tuvo que salir corriendo para atenderlo afuera.
Luisa: –Pero eso tiene que ver más con el humor que con la excitación. Ahí que suene el pito no es ninguna metáfora. Una de las cosas que vi en Belle de jour, la fiesta a la que me invitaste, es la falta de sentido del humor. Todos tenían unos rostros muy solemnes. Es cierto que reírse es anafrodisíaco. Yo me acuerdo, cuando fuiste a la presentación de mi libro Cola de lagartija y estabas contándome muy seria la historia de tu salón y que la policía entraba porque circulaba el rumor de que ahí estrangulaban a los hombres. ¿Te acordás? La policía entraba y decía “¿Are you ok?”. “Yeees”, contestaban los clientes. “I’m sorry”. Y el policía cerraba la puerta del cubículo. Para mí, que venía de una dictadura militar, pensar que en una sesión de tortura la policía pidiera disculpas me parecía un gag de humor negro.
Ava-Eva: –Pero es una situación buena para un cliente para el que la excitación pasa por ser descubierto.
Ava-Eva, ¿hay algo que la escandalice?
–Una dominadora alemana cosió las nalgas de su esclavo para que no pudiera ir al baño. Y él dejó de vivir su vida para vivir solamente para ella.
¿Y a usted, Luisa?
–El sexo con niños. Ahora, una cosa es lo que uno cree que no se debe hacer y otra si lo va a explorar con la palabra. Pienso en La nave de los locos de Cristina Peri Rossi, donde el personaje se enamora de un niño y literariamente es muy bello. Si me surgiera una idea así, no sé si me la prohibiría, creo que la exploraría. Y dejaría que el otro juzgue. Porque creo que un escritor no debe usar la palabra para juzgar. En el plano de las fantasías, confieso que he sentido el deseo de asesinato. Pero no por odio sino como una de esas ideas que se te cruzan medio segundo, por ejemplo la de estar en el andén de una estación de tren y pensar: “yo podría empujar a alguien”. No tengo miedo de explorar esas zonas. También para escribir se necesita mucha valentía. Lo que hace una persona lo puede hacer cualquiera dadas ciertas circunstancias. Por eso el mal es banal. Y en ese sentido me interesa verlo. Ava explora pero dentro del corralito de aquello que el otro consiente. Nosotros, los argentinos, tenemos que permitirnos pensar los elementos sádicos que llevamos nosotros. ¿De dónde salieron tipos tan siniestros como los torturadores, sino de gente con la cual uno se cruza por la calle y parece normal? Ese es el tema de Novela negra con argentinos. Y también el síntoma, en sentido freudiano.
Escena 3: cepo y diván
En el debate entre novelista y novelada los límites entre ficción, política y terapéutica se desplazan como en el esclavo que ha progresado de ponerse aretes en las tetillas a deslizarse primero bajo el látigo de dos metros que corta la piel y luego a la fusta que, directamente, rompe los huesos. Ava-Eva, aunque mencione entre sus clientes a víctimas de la violencia política, relata sus experiencias con ellos en términos terapéuticos eróticos, es decir que despolitiza su práctica.
En sus textos, Luisa Valenzuela describe la violencia política pero menos en función de denuncia que como un fondo inquietante que le permite experimentar con la autobiografía falsa, el policial dudoso, la miniatura surrealista. Pero, ¿acaso Ava-Eva, con dos masters académicos, no hace uso de estos géneros en sus sesiones de dominatrix? Hay en Valenzuela una razonable sospecha acerca de los extremos vividos en vivo y en directo y una certeza de que la palabra siempre será capaz de alcanzar oscuridades más heterogéneas. Sin embargo fue a causa de las palabras –y no cualquier palabra sino las de la literatura alta– que Ava-Eva se interesó en las prácticas S/M.
–Cuando era muy joven y trabajaba en París como institutriz, el papá de los niños que cuidaba me prestó La historia de O y Justina del marqués de Sade, que no me gustó porque no incluía el consentimiento de la mujer. Luego viví dos experiencias masoquistas porque quise conocerlas, pero no pasó nada hasta veinte años después, cuando una amiga querida me llevó a unos clubes en Nueva York y allí conocí a un ser maravilloso, espiritual y muy sexy con el que decidimos explorar juntos.
¿Usted cree que el S/M forma parte de una estructura, constituye un “gusto” o que todos tenemos eso por vivir?
–Creo que todos tenemos algo oscuro dentro. Es importante empezar con la experiencia de la sumisión hasta ir viendo qué gusta y qué no gusta. Porque si solamente te sometes a lo que te gusta nunca vas a descubrir el placer de lo desconocido. Si eres actriz y te dirige Igmar Bergman te va a hacer sufrir sometiéndote y sólo de ahí va a salir tu arte. Yo fui a someterme a la Madre Teresa en Calcuta porque quería estar con mujeres que se estuvieran muriendo. Y mepusieron a lavar los pisos. Yo no había ido a lavar los pisos, pero fue lo mejor que me pudo pasar. De ahí proviene el conocerse a sí mismo.
¿Una buena dominante debe desobedecer el contrato S/M?
–Cuando enseño digo que siempre hay que tener una palabra de contrato. Indico al o la dominante que se detenga cuando el otro pide que pare. Yo, en cambio, quiero que una persona me conozca lo suficiente como para querer entregarse totalmente, que se sometan hasta que sienten la suficiente seguridad como para dejarme decidir a mí. Si no alcanzan ese sentimiento, que no jueguen conmigo.
¿A qué le teme?
–Tengo miedo cuando trabajo con la estrangulación. Y si alguien me dice “quiero que me estrangules hasta que me desvanezca”, lo hago. Pero si alguien me pide lo mismo en un bosque, tengo miedo de mi propio deseo de ir más allá. A una amiga mía, hace poco, se le murió alguien en una sesión por un ataque al corazón. Yo prefiero prevenir porque si bien soy una persona muy sensible, muy vulnerable, también hay una parte en mí muy fría que ya ha dejado de sentir. Me da miedo ese aspecto de mí que hace que no me importe si una persona muere.
¿Cómo es la técnica de estrangulación?
–Nunca la digo porque es muy peligrosa para practicar a solas. A mí me han pedido terapeutas que ayudara a las personas que suelen jugar a eso para que lo hicieran conmigo en lugar de hacerlo solos en sus casas. Pero suelen ser seres tan incomunicados, que no se atreven a decir su secreto a nadie. Lo que no sé es si mi amigo, el escritor Jerry Kosinsky, que estaba muy metido en esos juegos –yo he jugado con él– se pasó en su propia excitación o quería morir.
Luisa: –En esos bordes ni él mismo lo sabría. Curiosamente yo pensaba en Kosinsky cuando escribí La travesía, jugando con la idea de una autobiografía apócrifa.
Escena 4: sangre y lágrimas
¿Qué importa haberlo hecho o no? Es cierto: el Marqués de Sade no era sádico, pero al menos tuvo que derramar un poco de vela y torturar a aquella pobre mujer para estar un poco a la altura de su obra. Y las torturas que Osvaldo Lamborghini describe sobre el cuerpo de Estropeado, el personaje de “El niño proletario”, amén de ser una provocación a los pobristas de Boedo, no equivalen a actos de tortura: a nadie escapa el goce del escritor, aunque sólo se quede en palabras. Que ese goce sea culpable es un problema para los censores, no para la literatura.
Quizás la insistencia de Ava-Eva para que Luisa se anime a dar el mal paso obedezca un poco a una certeza común a las personas “reales” que han alcanzado la categoría de personajes literarios: que el escritor delega en otros la vida en riesgo y además la explota. El prisionero Perry Smith, personaje de A sangre fría, acusó a Truman Capote de enriquecerse a costa de su condena a la horca. June, la esposa de Henry Miller, tenía la impresión de que el escritor era una especie de frígido que la perseguía para espiarla vivir y luego escribirlo. Pero Ava-Eva, quizás, porque ella misma ordena sus propias ficciones, adora que Luisa escriba sobre ella. Es más, leyéndose en los libros de Luisa entiende aspectos de su propia vida que no había imaginado.
–Ella describe al hombre que juega conmigo y lo hace como yo no podría hacerlo. Entra en él. Por ejemplo, en la escena que inventa en el MOMA, donde el personaje se imagina como será el hombre en el baño, probándose las medias negras y el portaligas.
De todos modos, Ava-Eva prefiere hablar de sus personajes, que son tantos como en todos los folletines del siglo XlX sumados.
-¿Es cierto que hombres en situaciones de poder tienden a ser sumisos?
–Hay dos tipos de sumisos. Por un lado, los hombres débiles que se someten a la mujer porque les resulta cómodo. Los otros son dueños de compañías, a menudo abogados, que habitualmente manipulan a mucha gente y tienen voluntad de doblegarse. De tres mil quinientas personas que estuvieron conmigo, la mayoría eran abogados. Según un informante del Dr. Robert Stoller, cuando un país es atacado en su poder, ¿muchos de sus esclavos se vuelven dominantes. Por ejemplo, en EE.UU., cuando la toma de la embajada norteamericana en Irán o durante la depresión económica de la era Reagan.
–Bueno, hay muchos mitos. Pero si entre los pobres hubiera practicantes de S/M, no tendrían ninguna posibilidad de descargarse en ninguna posición.
Luisa: –Tal vez las prácticas S/M se dan más entre personas que aunque tengan distintos grados de poder, tienen algún tipo de poder.
En el caso de la prostitución masculina se suele comprar también el peligro. Aunque la práctica no sea S/M.
–Es que el peligro es afrodisíaco. El límite para algunas personas es el dolor, para otra el tiempo de restricción al que se la somete y para otra hasta qué punto se le pueden hacer ciertas cosas en público: que lo vea alguien de su trabajo o de su entorno familiar.
¿Cómo diferencia el sádico, el amo y el violento?
–El dominante es el que controla, pero no necesariamente está de por medio causar dolor. El sádico sí goza del dolor del otro. Yo trabajé en la cárcel hasta que descubrieron que había sido dominadora. Allí he dado clases de educación sexual a violadores. También realizaba las entrevistas para determinar a cuáles aceptábamos bajo tratamiento y hacía informes para el tribunal que dictaminaba quiénes salían en libertad bajo palabra.
Escena 5: Amor y respeto
¿Hay elementos S/M en el amor pasión?
–En el amor-pasión no hay otro. Es uno mismo quien lo construye. Durante los primeros tres días que pasé en Buenos Aires estaba terriblemente enamorada de mi compañero de tango. Luego fui a yoga, respiré y descubrí que ese romance duraba el tiempo del baile y la música. Y cuando fuimos a la milonga, en un momento él me mostró que yo bailaba mal e hizo un gesto con su cuerpo como si estuviera a punto de caerse. Me sentí terriblemente humillada y me puse a llorar. Porque, delante de toda la gente, me estaba indicando que yo no sirvo como tanguera. Y fue espantoso ese gesto por parte de ese ser del que estaba enamorada.
Escena 6: Cachetada
y mamadera
–La dominación se basa en la comunicación. Si una dominante está con una persona que tiene propensión a la sumisión, podrá llevarla por el buen o el mal camino. Entonces hay que tener sentido de la ética. Un niño que sólo conoció la atención de sus padres a través del abuso está en mejor situación que otro que sólo conoció la negligencia. No tener alimento, ni atención, ni reconocimiento, es peor que el hecho de que uno de los padres o cualquier otro pariente haya tenido sexo con él. Un niño golpeado puede sentir que es una persona importante en el momento de los golpes. El niño abusado piensa que sus padres deben quererlo y que el abuso es de algún modo una forma de ese amor. Ese niño, más tarde, va a buscar en la dominadora lo torcido del amor. Una dominadora con sentido de ética va a darle golpes, pero va a introducir en ellos el amor. Entonces es...
¿Terapia?
–Digamos que el trabajo de la dominadora se transforma en una misión. Puede enseñarle el amor aunque esa persona nunca pueda perder el sabor de los golpes porque éstos quedaron muy entrañados en su ser. Hay dominadoras que usan el sufrimiento del esclavo para tenerlo atrapado sin darle esa otra cosa. La mujer golpeada o abusada que igual conserva un vínculo con su pareja no se puede explicar por el sometimiento social, por el miedo. Hay algo psicológico por lo que la mujer se queda con ese hombre. Porque aún en la situación de mayor opresión se puede escoger. ¿Por qué no se va?
Escena 7: Látex y brasa
Aquí la cronista decide seguir las enseñanzas de la antropóloga protagonista de La travesía, que en sus clases de etnografía había aprendido a no intervenir. Pero Luisa Valenzuela, que pertenece a la otra especie... de reporteada, interviene:
–Pero de ninguna manera hay un consenso. Y de ninguna manera es un juego.
Ava-Eva: –Lo que digo es que no se puede pensar solamente en una dimensión social.
El hecho de que en la tarea de Ava-Eva funcione algo terapéutico subrayaría las zonas oscuras que el psicoanálisis no ha logrado explorar o ha evacuado más allá de sus fueros. Y llamaría la atención sobre experiencias subjetivas que el psicoanálisis sí ha explorado –aún en módicos neuróticos– pero sobre las que el feminismo de la igualdad, siempre abocado a la traza jurídica, ha rehusado profundizar.
Stoller sostiene que los esclavos suelen haber tenido en su infancia experiencias hospitalarias que les han hecho erotizar el dolor.
–No se puede generalizar; hay algunos que llegan a erotizar el dolor muy temprano, otros que tienen memoria del dolor y lo transforman en placer. Hay hombres a los que hoy les gusta el caucho porque se hacían pis cuando no se debía.
¿Lo que usted no haría o le escandaliza tiene para usted connotaciones psiquiátricas o, como dijo antes, éticas?
–Lo que me hizo volver a la dominación después de diez años de retirarme –tengo una maestría en sexología y otra en psicología del derecho– fueron dos cosas. Una persona que había vivido en la Argentina y que había tenido un encuentro conmigo cuando era una dominadora muy joven, me suplicó que volviera a verla. Y conocí a un hombre, hijo de un noble inglés que había estado ocupándose de la explotación de petróleo en Venezuela. Hubo un conflicto entre los americanos, los ingleses y el gobierno venezolano. A este inglés lo violaron y le rompieron los huesos. Su manera de sobrevivir fue sólo llegando a amar el dolor. Ese inglés me contó los horrores de la cárcel, pero se excitaba terriblemente al contármelo, y yo me excité por el hecho de que él estuviera excitado. Ahí vi otra parte de mí misma. Entonces los dos pensamos si íbamos, bajo consentimiento, a explorar eso. Decidimos dejarlo como relación espiritual y no jugar juntos porque vimos quepodía ser peligroso. Pero esa experiencia me despertó de nuevo el apetito y aunque no jugué con él, jugué con otros. Y así volví a la dominación.
Antes mencionó que había tenido experiencias con personas que habían salido de campos de concentración...
–Había un hombre, que ya se murió, que había estado en Auschwitz y que tenía una clínica de desfrustración en donde hacía experimentos alucinantes. Y él encontró una hormona que, según él, le salvó la vida y que le ayudó a convertir el dolor en placer. Me enseñó a hacer cosas fuertes.
Escena 8: Caña y cepillo
¿Usted diría que hay una dimensión terapéutica en su trabajo? ¿Que alguien podría encontrar más sanador una sesión con usted que con un psicoanalista?
–Sí, hay gente que no se anima a ir a terapia, pero viene conmigo porque puede, en un lugar protegido, vivir ciertas cosas que tiene necesidad de vivir.
¿Por eso los estudios académicos?
–Primero, porque como dominadora me empezaron a invitar a conferencias internacionales y me sugirieron que necesitaba un background académico para mis teorías. Y mi instituto se fue transformando junto a mí. Hay clases, terapia y sesiones de juego. El cliente paga 350 dólares por hora. La consulta conmigo, 150. Si domino a alguien cobro 500. Tengo varios personajes, por ejemplo Miss Pride. Es la madrastra, la tía, la institutriz que lleva un simple traje de oficina. Sólo uso las manos, el cepillo y la caña. Pensaba poner un anuncio en Clarín y en el Buenos Aires Herald para ver qué pasa.
¿Sus amores suelen participar de la práctica S/M?
–Mis amores han surgido de ahí. Los actuales se someten a mí, aparte de ser mis amantes. Vivo con uno en Nueva York, tengo otro en Connecticut y amo a un tercero que está en Hong Kong. Y todos son hombres que aportan cosas muy diferentes a mi vida. También cuento con un benefactor en otro estado que pone dinero en mi cuenta bancaria para que yo me lo gaste bailando tango en Buenos Aires.