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Domingo, 7 de abril de 2002

RESEÑA

Cortar por lo sano

CHANG Y ENG
Darin Strauss
trad. Encarna Quijada
Seix Barral
Barcelona, 2001
416 págs., $ 19

 Por Mariana Enriquez

La historia no puede ser mejor, ni más morbosa. Los hermanos Chang y Eng Bunker nacieron en 1811 en el reino de Siam, unidos por un ligamento a la altura del estómago. De allí el término “siameses” para definir a los gemelos que nacen con esa anomalía. En 1825 fueron descubiertos por un aventurero norteamericano, que los llevó al Nuevo Mundo para exhibirlos como fenómenos. Los hermanos pasaron por varios circos, entre otros el del famoso empresario P.T. Barnum, hasta que finalmente se montaron su propia empresa y decidieron prescindir de patrones, para exhibirse por su cuenta. En su errar por los Estados Unidos llegaron al pueblito de Wilkesboro, en Carolina del Norte, donde, contra toda racionalidad y en plena Guerra Civil, conocieron y se casaron con dos hermanas campesinas, Adelaide y Sarah Yates. La curiosa familia crió veintiún hijos, hasta que en 1874 la muerte del hermano Chang arrastró a la muerte a su gemelo en unas pocas horas.
Darin Strauss, graduado en escritura creativa de ficción en la Universidad de Nueva York y columnista de las revistas GQ y Time Out, se le atrevió a las peripecias de los siameses más famosos con una premisa ambiciosa: según sus investigaciones (que duraron varios años), el hermano Eng era el instruido de la pareja, leía a Shakespeare, tenía habilidades sociales. Por lo tanto, decidió narrar en primera persona, desde el punto de vista del siamés culto. Además, el autor explica en la nota final que el libro debe considerarse una novela, no una investigación histórica, porque “no existe ningún registro cierto sobre las vidas de Chang y Eng: su historia conjunta fue una confusión de leyenda, exageración e invención editorial incluso mientras vivieron”.
La estructura alterna capítulos de infancia con la adultez y matrimonio de los siameses: de este modo, evitando lo cronológico, mantiene tensión y agilidad hasta el inevitable final, construyendo también de a poco el conflicto amoroso de la pareja cuádruple. Pero la agilidad ganada con la estructura se pierde con la monocorde voz de Eng, que desgrana su historia con una frialdad quirúrgica y, por momentos, tediosa.
Aquí es donde comienza un problema de verosimilitud que Strauss nunca resuelve. Es presumible que se necesita un narrador mucho más hábil que él para hacer creíble la voz de un siamés del siglo XIX que cita al Ramayama y habla como un hombre del Renacimiento. El esfuerzo de Strauss es evitar el sensacionalismo y tiende a demostrar que Eng, a pesar de vivir pegado a su hermano, compartir el lecho conyugal con él y ser exhibido como fenómeno, puede ser un hombre como cualquier otro. Strauss merece un diez en corrección política y defensa del diferente, cosa que celebraron muchos críticos, pero al dejar de lado elementos fascinantes como el mundo de los freak-shows y sus miserias abandona un costado seguramente central en la vida de los siameses. En una narración en primera persona, es difícil de explicar por qué el protagonista apenas se refiere, salvo oblicuamente, a su exhibición y aparejada humillación, como si no se tratara de una circunstancia determinante y definitoria en su vida.
La gran preocupación del libro es definir cuáles son los sentimientos de Eng hacia su hermano: si lo odia, si al hacerlo se odia a sí mismo, hasta dónde sus insistentes deseos de separación son genuinos o si esa posibilidad lo aterra. Los hermanos son completamente distintos: a Changle gusta beber, Eng odia el alcohol. Chang tiene un inglés penoso, su hermano se preocupa por hablar el idioma aprendido con la mayor exactitud posible. Chang es simpático y bromista, Eng es introvertido y serio. La pregunta es si se trata de dos personalidades separadas o complementarias. Si, en fin, los siameses son dos individuos o sólo uno. La lucha interna de Eng y sus ansias de individualidad están bien desarrolladas mientras Strauss se limita a las meditaciones íntimas del medio gemelo: cuando al final del libro lo revela como un ferviente partidario de la Secesión y los Confederados, la metáfora de la separación se hace excesiva y literal.
Chang y Eng tiene puntos a favor más allá de la obvia curiosidad que puede despertar un tema tan bizarro. La preocupación de Strauss por reconstruir el momento histórico no es obsesiva ni didáctica, y logra un natural realismo. La relación con las hermanas tiene bastante sugerencia y por momentos es incómoda en su erotismo, si bien por otros sería deseable más riesgo. Como primera novela, Chang y Eng es excesivamente correcta, se cuida de no molestar y la ambiciosa premisa de primera persona que trata de interpretar una psicología por de más compleja termina convirtiendo en un fallido a un libro que podría haber sido mucho más intenso y perturbador.

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