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Domingo, 14 de abril de 2002

EPISODIO II

Filosofía de la Multitud o cómo derrotar al Imperio

El lanzamiento local de Imperio de Toni Negri y Michael Hardt promete desencadenar tantos regueros de tinta como la más taquillera de las películas. ¿Qué hay de nuevo en este grito de rebelión de los opulentos?

POR BEATRIZ SARLO

Hay que pensar el éxito de Imperio. Pilas de libros cerca de la caja de las librerías porteñas replican los miles de ejemplares que circulan por las universidades norteamericanas. Todos los diarios le dedicaron las respectivas tapas de sus suplementos culturales y publicaron varios reportajes a sus autores. Ni qué decirlo, Internet está copada. ¿Qué pasa con Imperio?
Sería rústico afirmar que se trata de un nuevo episodio de efímero encandilamiento al que concurren el snobismo y el mercado editorial. Imperio ofrece algo a una sed de ideología que parecía adormilada en los noventa y que, de pronto, se despabila en el nuevo siglo: una explicación global, un sistema, un sentido de totalidad frente a los discursos torturados o academicistas de la filosofía política y los discursos llenos de sí mismos del “pensamiento único”. Con Imperio vuelve a escena un actor revolucionario, vestido con un diseño que parece novedoso; Imperio promete una historia en movimiento que, en lugar de lucha de clases, se llama “lucha por los sentidos del lenguaje y contra la colonización que hace el capital de la sociabilidad comunicativa”; se llama también contraofensiva multitudinaria que ataca los bastiones de la “biopolítica”; y se la define como “la construcción de la vida de la multitud”, que ya no es la clase obrera industrial sino un “nuevo proletariado”, fórmula en la cual “proletariado” reasume su significado clásico, pre-marxista.
Esto es lo que se ha subrayado en Imperio aunque, a decir verdad, hay que atravesar primero trescientas páginas para llegar al capítulo final donde las tareas de la multitud quedan definidas en términos que combinan la reivindicación perfectamente reformista (“un salario social y un ingreso garantizado para todos”) con la transformación revolucionaria de las esferas de la vida y –¿por qué no, ya que se trata de derrotar a la biopolítica imperial?– también de los cuerpos. Pero antes de estas promesas, Imperio expone, con un desorden que parece compañero del apuro y la confluencia de varias tradiciones de pensamiento, el nuevo sistema global, es decir el sistema del Imperio, que no es el imperialismo del siglo XX sino el renacimiento globalizado de una arquitectura jurídica y axiológica que se estrenó en el Mediterráneo hace nada menos que veinte siglos.
La globalización (que, según Toni Negri y Michael Hardt, fue una respuesta al internacionalismo proletario) ha producido en el Imperio un sistema biopolítico mundial que engendra, dentro de su propio espacio, las fuerzas de la Multitud que lo destruirán. No se equivocará quien encuentre en esta fórmula los ecos de la teleología marxista según la cual el capitalismo genera las contradicciones que terminarán resolviéndose en su destrucción. En efecto, el molde de esa teleología da su forma al razonamiento: la Multitud es, al mismo tiempo, producto de la globalización y motor de su destrucción futura.
Sin embargo, los autores de Imperio tratan de borrar de este esquema consolador los rastros de pensamiento dialéctico y de necesidad teleológica. Repiten, como una fórmula que los liberaría de ese encantamiento filosófico hegeliano (despreciado sobre todo en la academia norteamericana), que el conflicto de la Multitud y el Imperio no tiene resolución en una síntesis ni en una superación dialéctica sino que son polos contradictorios que se mantienen separados. La solución es retórica. Pese a las protestas contra la dialéctica, de la que proviene la idea de que desde el interior del sistema se originan las fuerzas que lo destruirán, las fórmulas del libro evocan inevitablemente el movimiento dialéctico. Una y otra vez se afirma que la globalización es una condición de la liberación de la multitud. Ni más ni menos: cada régimen produce su negatividad más radical.
Pero no hay internacionalismo proletario a la vieja usanza. Las luchas no se vinculan horizontalmente por el planeta, como lo pensaron los internacionalistas del pasado, sino que saltan desde cualquier lugar “directamente al centro virtual del imperio”. Son luchas a la vez “hipermediatizadas e incomunicables”, carecen tanto de un lenguaje común como de un centro político. ¿Qué hace entonces que los autores puedan atribuirlas a ese Trans-Sujeto Multitud? Precisamente el carácter global del Imperio, que mundializa incluso a quienes serán sus destructores.
Cualquiera que haya seguido más o menos atentamente los miles de artículos que la prensa ha publicado en la última década sobre globalización, está perfectamente preparado para no sorprenderse con las discretas revelaciones sobre el Imperio que ofrece este libro. En realidad, no está allí su novedad sino en que a las muy genéricas descripciones de la mundialización, que no son reveladoras de nada nuevo, se agregan varias capas de filosofía política (para designar de modo amplio el campo de los autores que son citados por decenas, de Maquiavelo a Deleuze, de Spinoza a Homi Bhabha, en una armazón verdaderamente rizomática).
Bajo esas capas filosóficas, corre la histórica. Y, con un gran gesto, Imperio define sus etapas: hubo una primera modernidad, de carácter liberador, una segunda modernidad que reprimió las fuerzas liberadas por la primera y en cuyo transcurso se consolidaron el capitalismo y el imperialismo (fórmula bien conocida por generaciones: después de Termidor el Estado-nación resumió la hegemonía burguesa); y una tercera época, la posmodernidad globalizada en la que vivimos. La forma jurídica de esa posmodernidad es el Imperio; el sujeto histórico es la Multitud. Esta aventura planetaria, aunque retomada y repetida en varios capítulos, no se beneficia con ninguna precisión histórica mayor.
Se trata, de todas formas, del movimiento del pasado y los autores de Imperio no se pretenden historiadores sino filósofos de la nueva era. Si el ordenamiento histórico-filosófico que proponen puede parecer sumario a algunos lectores, el libro de todos modos no promete más que la teoría general que expone. No trata de interrogar el mecanismo económico ni político de la globalización. El Imperio existe y necesitamos explicaciones globales.
En eso, probablemente Negri y Hardt no se equivocan. Escindido entre las tradiciones políticas del italiano y los autores más leídos entre los académicos de Duke University, sede del norteamericano (un ensamblaje que muestra sin disimulo las costuras), el libro ofrece un horizonte de esperanza y una explicación que esfuma todos los detalles del presente, como si no tuvieran importancia. Imperio no exige, por otra parte, que se lo lea de principio a fin, y probablemente el último capítulo sea una estación especialmente visitada por aquellos que, con todo derecho, no se resignan a las iniquidades del presente.

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