EL EXTRANJERO
Asuntos de familia
La última novela del indio Rohinton Mistry, Family Matters (abril de 2002) está llamada a convertirse en su obra maestra. Mientras se espera la traducción al castellano, conviene revisar los cimientos a partir de los cuales la literatura “angloindia” se ha venido construyendo con perfiles nítidos.
Por Rodrigo Fresán
Los países tienen las literaturas que se merecen y la India es un país de mil rostros, cambiante e inconmensurable. Y se escribe mucho. Se escribe en los dieciséis idiomas oficiales y se escribe en un idioma extranjero que –como apunta Salman Rushdie con vocación permanentemente polémica– “representa la más valiosa contribución de la India al mundo de los libros”. Rushdie –responsable del Big Bang Boom del asunto con su formidable Hijos de la medianoche en 1980– se refiere al idioma inglés como lingua franca generadora de una literatura “indonglesa” y de una “novela pensada a partir de parámetros europeos y decimonónicos” –que se inicia con la, según Rushdie, mala Rajmohan’s Wife (1864)– y a la que desde entonces le han crecido tantos brazos como a una deidad peligrosa.
Está más que claro que, hoy por hoy, la India es una de las potencias mundiales en lo que a ficción se refiere. Lo que no está tan claro es cómo arreglárselas para visitar esa potencia y volver a casa con una idea más o menos formada. Para empezar, hay dos guías formidables y más que pertinentes. Mirrorwork: 50 Years of Indian Writing 1947-1997 (editada por Salman Rushdie y Elizabeth West en 1997) y The Picador Bookof Modern Indian Literature (compilación de Amit Chaudhuri en el 2001). Uno y otro repiten nombres –algunos de ellos hace tiempo traducidos a nuestro idioma– como R. K. Narayan, Anita Desai, Ruth Prawer Jhabvala, Arundhati Roy, Aradashil Vakil, Gitah Mehta (el indo-trinitario V. S. Naipaul se negó a ser incluido en ambas antologías), pero es a partir de las firmas de los antólogos que tal vez se pueda intentar alguna especie de simplificación en dos grandes ramas.
Mientras la obra de Rushdie representa el poderío fantástico sin fronteras que la relaciona directamente con libros “de lo maravilloso” como El tambor de hojalata y Cien años de soledad, Chaudhuri se apunta a un estilo más íntimo en el que comulgan Chejov, el Joyce de Dublineses, una variante del realismo sucio, y Calcuta como gran protagonista. Nada, sin embargo, es tan sencillo y seguro y así, de golpe, Fury –la nueva novela de Rushdie– lo hace mutar en una especie de Philip “Sabbath” Roth y Saul “Sammler” Bellow suelto por las calles de Nueva York. Por su lado, A New World, lo último de Chaudhuri, arranca en el Medio Oeste norteamericano. Igual capacidad para el cambio brusco y feliz han demostrado Vikram Seth (capaz de armar –en el decir de Gore Vidal– “la gran novela californiana” en verso con The Golden Gate, convertirse en un Dickens indio con Un buen partido o de divertirse bajo la máscara de neobritish con Una música constante). O Amitav Gosh (quien un día se levanta tradicionalista y viajero con El círculo de la razón y Líneas de sombra, después le dan ganas de techno-thriller en El cromosoma Calcuta para enseguida proponerse una suerte de épica romántico-histórica estilo Doctor Zhivago moviéndose por Burma, Malasia e India con The Glass Palace). O los novatos Pankaj “Turgenev” Mishra (quien con Los románticos examina desde la ciudad sagrada de Benares las sagradas ficciones de Occidente) y Hari Kunzru (quien en The Impressionist se juega a una picaresca à la Tom Jones y Barry Lyndon a lo largo del Ganges). No es casual que John Irving –para no ser menos– intentara el más interesante de los experimentos en la fallida pero valiente Un hijo del circo: la gran novela india escrita por un norteamericano.
Pero la gran novela india goza de perfecta salud, no necesita ayudas externas (alcanza y sobra con el préstamo a nunca devolver del idioma inglés) y la verdadera excusa para todo esto es la esperada publicación, luego de seis años, de la nueva novela de Rohinton Mistry.
Nacido en Bombay en 1952 pero residente en Toronto desde 1975, Mistry –cuyo idioma natal es el gujarati, “pero el inglés es la única lengua que conozco lo bastante como para escribir en ella”– es uno de los indispensables, de los insustituibles. Tanto con su libro de cuentos –Tales from Firozha Baag (1987)– como con sus dos novelas –Un viaje tan largo (1991) y Un perfecto equilibrio (1996), ambas en Mondadori y finalistas en su momento para el Booker Prize–, Mistry se había consagrado como el maestro de la novela “de relaciones”. Pero con Family Matters llega todavía más lejos a la hora de narrar el desintegramiento de una familia –donde destaca la amargura sin anestesia de la hijastra Coomy– girando alrededor del patriarca enfermo y maestro retirado Nariman Vakeel.
Como en sus libros anteriores, Bombay vuelve a ser el telón de fondo y el frente de batalla a la hora de proponer una nueva poderosa saga urbana, donde buena parte de lo que ocurre tiene lugar en claustrofóbicos edificios superpoblados (ver también, en este sentido, si se quiere, The Death of Vishnu, debut de Manil Suri, el discípulo más claro de Mistry) donde los mortales ríen y lloran mientras los dioses, indiferentes, miran a cualquier otro lado y donde, otra vez, de lo que se trata es de hallar ese “equilibrio perfecto” entre la esperanza y la desesperación. Ahí está, otra vez, Dickens. Pero también Tolstoi y sus familias infelices. Y Flaubert y sus palabras exactas. Y –apunta Mistry– “John Updike y Saul Bellow, dos de mis favoritos”. Lo que, de algún modo, equivale a afirmar que Family Matters es una de esas novelas de reír y llorar y llorar y llorar, que comenzar a leerla significa entrar en todo un mundo y que –apenas veinticuatro horas después, mi caso al menos– uno sale de allí y enseguida empieza a extrañar. Que, la tercera es la vencida, se va a ganar el Booker de este año.
Y, por fin, que Rohinton Mistry es, tal vez, un buen comienzo –por ser, de algún modo, el más “puro” y fiel cronista de India a la hora de narrar el presente de su país– para empezar a leer indio en inglés (atención: Family Matters será, también, editada en castellano por Mondadori) y comprender, como lo comprende Nariman Vakeel en las primeras páginas de esta inmensa novela, que “el mundo se ha convertido en un sitio peligroso, especialmente de puertas para adentro” y que “el infierno tiene muchos modos de atravesar la membrana del paraíso”.