RESEÑAS
Habla, memoria
Hammerklavier
Yasmina Reza
Trad. Joaquín Jordá
Anagrama
Barcelona, 2001
136 págs. $ 14
Por Joaquín Mirkin
Yasmina Reza, autora de Hammerklavier –y de la célebre obra de teatro Art–, proviene de una familia judía acomodada de París, amante de la música clásica y el arte. Padre judío nacido en Moscú dedicado a los negocios, descendiente de sefardíes expulsados de España por la Inquisición refugiados en Uzbekistán; y madre violinista hija de judíos askenazíes de Hungría. Éste es el contexto autobiográfico de Hammerklavier, la primera novela de Reza publicada en francés en 1994 y ahora traducida al castellano.
Se trata de 44 breves relatos bien conectados entre sí que expresan la conciencia progresiva de la muerte ineludible. Son fragmentos escritos en primera persona (muchos de los cuales realmente no tienen desperdicio) que muestran la infelicidad provocada por el paso del tiempo, una angustia que aparece en el libro con un cierto distanciamiento, tal vez fruto de la escritura de alguien que sabe de dramaturgia y que escribe con una gran ironía. En este sentido, hay que destacar el capítulo que Yasmina Reza le dedica a Lúcete Mosès, en un encuentro casual, y probablemente imaginario, de la autora con su amiga de la infancia completamente transformada –de niña ridícula, “la pequeña judía feúcha, regordeta, enana, pelirroja, mi amiga esclava” devenida con el tiempo en mujer espléndida–.
Pero la autora de Hammerklavier –forma coloquial de denominar la Sonata para piano en sí bemol mayor, opus 106, de Beethoven– no parece tomar posición por ninguna postura ya que conoce muy bien la precariedad de las cosas, la ficción de las identidades o la soledad de los seres humanos. Es por ello que mantiene con sus personajes una distancia elegante similar a la de un buen académico con su objeto de estudio.
El comienzo es uno de los mejores momentos de la novela: la rememoración que hace la autora sobre los últimos momentos de su padre moribundo en un fallido esfuerzo por interpretar el adagio de la obra maestra Hammerklavier, sin dudas un relato de un patetismo que conmueve. Reza escribe aquí con emotividad y humor ante el fracaso de su padre frente a las teclas del piano, con el agregado de una descripción minuciosa de su cuerpo enfermo. La mayoría de los personajes de la novela son próximos a la autora, como sus hijos o Moira, su mejor amiga, y Marta, su agente literario. Y en todos los casos son como los actores de sus obras de teatro: náufragos, desgarrados melancólicos, enfrentados a un mundo que no comprenden o prefieren no comprender porque les parece demasiado brutal.
Por eso lo fundamental de Hammerklavier es el silencio. Son los acontecimientos, cualquier sonido, lo que impide el paso del tiempo, lo que hace que “el tiempo, mi íntimo enemigo, pase sin que lo vea pasar”. La música del silencio, en cambio –como el blanco del cuadro de Art–, muestra el paso del tiempo con toda crueldad.
Yasmina Reza es indudablemente muy hábil para escribir frases cinceladas en torno a lo esencial, simples en apariencia, pero a través de las cuales un gran intérprete puede mostrarnos agujeros negros, en base a una escritura con silencios justos. Así es como la autora de esta novela –quien obtuvo el prestigioso Prix de la Nouvelle de l’Académie Française– logra el cometido de escribir una autobiografía de un género novedoso, fundada en los detallados gestos de los personajes y las secuencias.