El año que vivimos en peligro
“Los editores estamos preocupados; consideramos
que no hay políticas que contemplen la actual situación en general y menos aún las particularidades del libro”
Por Laura Isola
A mediados de la década del treinta, Daniel Cosío Villegas imaginó un mercado para los libros en lengua castellana tan vasto como los países que hablaran la lengua. Esta fantasía fue no solamente la expresión de deseo del mandamás de la naciente Fondo de Cultura Económica sino el eje de su política editorial. Al mismo tiempo, la creación de un mercado editorial ponía en evidencia otros aspectos no menos importantes del tema. El primero, más romántico, era la recuperación de una sola patria, por vía de la lectura, que tuviera sus raíces en el sólido terreno de la lengua castellana, una de las más importantes del planeta. La segunda, triste como la realidad y fría como los números, era que se necesitaba un mercado total que alimentara una demanda apenas decente para llevar adelante un proyecto editorial semejante.
La profecía de Cosío Villegas se cumplió, pero unos años después. Recién en los años cuarenta se vieron los frutos de su prédica. Pero las palabras de don Daniel fueron más ciertas que nunca, cuando en las décadas siguientes (y sobre todo, en los años sesenta: lo que se llama boom), una todavía escuálida pero viva industria editorial tomó cuerpo en cada uno de los vértices del triángulo editorial de la lengua: Argentina, México y España vieron florecer a sus editores, se favorecieron con las excelentes traducciones que se hacían en el primer vértice y se vendían en el tercero y confiaron en poder construir ese anhelado mercado único.
Son algunos datos que hay que tener en cuenta para pensar el presente. Tal vez como ninguna otra, la industria editorial refleje los avatares de nuestros países (los que comparten la misma lengua, incluyendo a España, aun cuando la “Madre Patria”, con su bonanza contemporánea y el ingreso en el club europeo, se haya despegado de los padecimientos de sus “antiguas colonias”).
De aquellas utopías del treinta y aquel mercado de los sesenta hoy nada queda o, al menos, la Argentina no participa ni de una ni de otra cosa. Preguntar a editores y libreros sobre la situación del libro en la Argentina de hoy, después de la devaluación, el aumento del dólar y el paulatino cierre del país, puede resultar obsceno, en todas las acepciones de la palabra. Indecoroso, por el momento que está pasando el sector, junto con el resto de la sociedad que intenta apenas sobrevivir; torpe, porque se sabe que la situación se parece más a un callejón sin salida que a otra cosa; y ofensivo al pudor, por más que este pudor sea mentiroso e hipócrita y esté avalado por la inexistencia de políticas que no contemplan en absoluto el estado de las cosas.
Sin embargo, las respuestas recibidas permiten darle forma a la situación crítica: aparecen números, aristas, enfoques y proyecciones. Deja de ser un magma de problemas para delinearse como un diagnóstico, más o menos ajustado, sobre la débâcle nacional.
LA PUNTA DEL OVILLO
Leer ciertos artículos con la perspectiva de tiempo resulta muy sorprendente, ya que los análisis hipotéticos de sus autores se volvieron crueles realidades. Sealtiel Alalistre, novelista y director de Santillana de México, escribía en 1999: “El precio de venta del libro argentino es el más alto de todos los mercados de la lengua, precio que no viene, necesariamente, de la productividad de las empresas o de la solvencia de mercado, sino muy probablemente de un dólar subvaluado. Si la economía argentina, como ha sucedido en el pasado, se viera forzada a hacer ajustes devaluatorios, las cifras económicas de la industria se volverían a venir abajo. Esperemos que esto no suceda”. Pero sucedió, y como la devaluación está en el origen, o parece estarlo, fue lo primero a lo que se refirieron los editores que respondieron la requisitoria de Radarlibros. Raúl Illescas de Paidós, Leonora Djament, de Grupo Editorial Norma, Adriana Hidalgo, Leopoldo Kulesz de Libros del Zorzal y Ricardo Sabanes de Planeta coinciden en ubicar el aumento de los costos de producción de libros entre “un 27 por ciento, sin incluir el costo financiero que implica comprar insumos al contado y de la reducción de los demás plazos del resto de los proveedores” (Illescas) hasta “un 38 por ciento en su promedio ponderado entre costos editoriales, papel, impresión y encuadernación. Actualmente, la mayor incidencia es la del costo del papel, que aumentó un 81 por ciento. Cabe hacer notar que durante el 2001, el costo del papel se había reducido en un 13 por ciento, sin inflación” (Sabanes).
A la escalada de los precios de los insumos se suma, como destaca Daniel Divinsky (ver recuadro), la imprevisibilidad. Dice Adriana Hidalgo, cuyo nombre designa además a una pequeña editorial independiente que con gran esfuerzo supo colocar un espléndido catálogo en las principales capitales del idioma: “Cuando empezamos ya no era un buen momento, ahora es mucho peor. Pero si vamos a esperar mejores tiempos, lo más probable es que no hagamos nada. Las obras previstas para marzo y abril se pospusieron porque se vende muy poco y porque, en general, los presupuestos de producción duran horas, ya que el papel y otros insumos nacionales o importados varían de acuerdo con la cotización del dólar”. Y si bien los precios de tapa de los libros han aumentado, como se registra en las librerías, los editores confirman un hecho: la mayoría sólo aumentó los precios de tapa entre un 17 y un 33 por ciento. La Marca editora, inclusive, no aumentó sus precios de tapa, aún cuando, además del aumento de los costos, las librerías han dejado de pagar (“Deberemos asumir una cantidad de incobrables superior a las históricas”).
De los entrevistados, el único que aportó un dato singular fue Leopoldo Kulesz, dueño de Libros del Zorzal, una novísima editorial independiente: “Quizás no somos la editorial más representativa. Las ventas de Libros del Zorzal aumentaron, pero esto responde a nuestra condición de editorial nueva que multiplicó su número de títulos con respecto al año pasado”.
En todos los casos, los planes de publicación sufrirán recortes o postergaciones: “La semana pasada hicimos un plan tentativo para el resto del año que contempla publicar unas 13 obras (la mitad de lo que teníamos previsto)”, se lamenta Hidalgo. El plan editorial de Paidós se redujo en un 30 por ciento y el de Planeta un 35 por ciento. El grupo editorial Norma fue menos drástico. En palabras de Leonora Djament: “No hemos reducido el plan de lanzamientos nacionales. En cambio, lo que hicimos fue repensar el plan de acuerdo al nuevo escenario editorial y político del país. Muy rápidamente, en los últimos meses los lectores han cambiado sus pautas de consumo: tanto en relación con cuánto dinero se puede gastar en libros (por el fuerte empobrecimiento de los salarios), como en relación con qué se desea/ necesita leer. Esto en las últimas semanas. Con relación al plan de lanzamientos de los próximos meses, se vuelve una tarea casi diaria su revisión porque se torna muy complejo imaginar el mercado y el país en un corto plazo”. Una vez más El Zorzal sigue cantando solo: “A pesar de las dificultades mantenemos el plan de edición para este año, redoblando inversión y esfuerzos”.
HECHO EN LA ARGENTINA
Algún costado bueno había que encontrarle a la devaluación: la posibilidad de exportar. Obviamente el dólar actual es un incentivo para la exportación, pero la operatoria y las retenciones hacen naufragar todo pronóstico positivo: “No cabe duda de que la devaluación favorece la exportación, ya que nos hace más competitivos, sobre todo en Latinoamérica y EE.UU. En España nuestros precios no parecían ser un escollo para la venta. La nueva reglamentación para liquidar divisas es un problema, ya que los 180 días otorgados es un plazo muy corto tratándose de libros. Ni que hablar de la retención del 5 por ciento”, se lamenta Adriana Hidalgo. Lo que es bueno en sí, no siempre es del todo bueno en el contexto argentino. Illescas lo sabe y así lo expone: “Efectivamente, en la nueva situación cambiaria nuestros libros son más competitivos. No obstante ello, no hemos aumentado nuestras exportaciones porque con tantosaños de altos precios, no se pueden recuperar automáticamente los mercados. Por último, el sistema es complicado y costoso, y por momentos, impredecible”. Sabanes, de editorial Planeta, también es pesimista: “El nuevo tipo de cambio ha vuelto muy competitivo al libro impreso en la Argentina, y nuestras exportaciones han aumentado de manera notable (cerca de 300 mil ejemplares entre febrero y marzo, lo que representa un aumento de un 8 por ciento respecto del primer trimestre de 2001). De todos modos, creo que hay que diferenciar la exportación de libros commodity, impresos en la Argentina por ventajas del tipo de cambio, que incrementan la actividad de la industria gráfica, y libros de edición argentina: en este último caso, es el contenido el que debe interesar al mercado exterior, más que el bajo costo industrial”. Guido Indij, de La Marca editora, incorpora otro dato preocupante: “Uruguay y Chile, por razones geográficas, son los mrecados más permeables al bajayeo, por lo que no sería extraño que las librerías de Mendoza, por ejemplo, aumentaran sus ventas en las próximas semanas. De ese modo, los libreros del exterior compran a valores de peso devaluado y no a valores de dólar”.
EL FUTURO YA LLEGó
El efecto de la crisis del sector en el mercado laboral fue también objeto de la preocupación de Radarlibros, sobre todo teniendo en cuenta la variedad de tamaño, origen y financiamiento de las empresas consultadas. Mientras que Adriana Hidalgo y Libros del Zorzal continúan trabajando de la misma manera y con la misma cantidad de gente, Planeta admite que, pese al aumento de sus exportaciones, “hemos prescindido de personal y achicado la plantilla de colaboradores habituales”. Por el contrario, casi ninguna de las editoriales ha tenido que rescindir contratos (cosa que, por otro lado, sí hizo el grupo editorial Bertlesmann), aunque el interrogante queda abierto en relación con la posibilidad de comprar derechos y pagar anticipos en dólares.
Por último, ¿cuáles serán las expectativas de los editores para lo que resta del año? ¿Se vislumbran políticas destinadas al sector que contemplen las circunstancias por las que atraviesa? Los editores no evitaron la pregunta, ni el pesimismo. Conviene transcribir con cierta extensión sus palabras: “Más que expectativas, se puede hablar de preocupación; y consideramos que las políticas no contemplan la actual situación en general y menos las particularidades del libro” (Raúl Illescas de Paidós); “Creemos que las perspectivas son tan inciertas como en cualquier esfera de producción. En cuanto a las políticas referidas al sector hemos aprendido que si esperamos apoyo a nuestra actividad nos tendríamos que quedar en nuestra casa, y está claro que no es el momento para eso. Vivimos el hoy mientras continuamos trabajando en nuestros proyectos” (Leopoldo Kulesz de Libros del Zorzal); “Resulta casi imposible responder a esta pregunta: no hay muchas herramientas para imaginar escenarios posibles para el resto del año. Lamentablemente, es probable que la actividad editorial se vea aún más reducida. Creo que hay que estar muy atentos para poder observar semana a semana las modificaciones en la situación del país y del mercado y, así, tomar las mejores decisiones dentro de lo posible” (Leonora Djament de Norma); “Las expectativas para el resto del año son conservadoras en lo económico, no apocalípticas, y esperanzadas en lo cultural. Se tratará de renovar una oferta que ya estaba agotándose, y de descubrir qué es lo que el público lector pide a sus autores y a los editores. No será algo de este año, sino de éste y de los próximos. Ni antes de la devaluación, ni ahora, las políticas destinadas al sector contemplaban las circunstancias por las que atravesaba y atraviesa, que son de una índole distinta a la de la ventaja (o desventaja) competitiva en costos industriales” (Ricardo Sabanes de Planeta).
Incrementos de precios, despidos de personal y reducción de tiradas. Eso le pasa al sector. Pero hay que pensar además en la pérdida de función educativa y social que implica quedarse con menos libros y en la pérdida de catálogos. Así el mercado volverá a ser sólo un sueño, o la fantasía de algún editor aventurero. Afuera (salvo los grandes grupos, que aplicaron a rajatabla sus manuales de economía de guerra), son comprensivos y pacientes, reconocen los editores: “Han visto en la televisión a cuatrocientas personas degollando y descuartizando 22 vacas”.