EL EXTRANJERO
El extranjero
MORTALS
Norman Rush
Knopf
Nueva York, 2003
715 págs.
Su apellido significa y equivale a prisa, pero está claro que Norman Rush (San Francisco, 1933; director de los Peace Corps americanos en Africa entre 1978 y 1984) no tiene ningún apuro a la hora de escribir. Su debut con un celebrado libro de cuentos, Whites, tuvo lugar en 1986; su primera novela, Mating, ganadora del National Book Award, apareció en 1991, y, desde entonces, silencio absoluto. Hasta ahora, cuando llega Mortals. Aquí están, otra vez, las largas parrafadas dialécticas, la eterna tensión amor/odio entre hombres y mujeres, la vida extranjera como inevitable condición humana y –por encima de todo, otra vez–, la Botswana africana como telón de fondo y frente de batalla. Nada nuevo, por suerte: ocurre que en las ficciones de Rush (lo mismo sucede en las de Bellow), el argumento es lo de menos. Lo que importa son las argumentaciones paseándose por esa trama en la que los personajes son meros containers, entidades poseídas por todo aquello que tienen para primero pensar, luego decir y (cuando ya es inevitable) actuar.
De este modo, Mortals –que transcurre entre 1992 y 1993— es una suerte de variación sobre el aria ya oída en Mating. Si en aquella se trataba de la exploración de lo masculino a cargo de una antropóloga insegura de sí misma, en Mortals lo que se investiga es el elemento hembra de la ecuación, y el sufrido “héroe” no es otro que el peripatético agente free lance para la CIA y académico de cierto renombre Ray Finch. Las especialidades de Finch son John Milton y su Paraíso perdido y vivir perdidamente enamorado de su joven esposa Iris. La especialidad de Iris es sucumbir a la dudosa mística del curandero holístico Morel, un médico negro y norteamericano empeñado en el proyecto de liberar a Africa de “la peste de la religión”. Finch comienza a espiar a Morel y, también, al líder populista Samuel Kerekang. Lo que tenemos aquí, de golpe, pero sin sorprender a los aficionados a Rush, es otro eficaz y sustancioso vaudeville de ideas donde hay sitio tanto para la reflexión intelectual dura como para la acción masculina; y, finalmente, la sátira política de alto vuelo. Entre tanta comedia humana, un hallazgo formidable: Rex, el hermano gay de Finch, interrumpiendo la acción africana mediante desternillantes y malévolas cartas desde USA.
No hay que leer a Rush con apuro. Puede afirmarse que en Mortals las cosas recién empiezan a moverse a la altura de la página 340, cuando Finch es enviado a infiltrarse en la comuna rural establecida por Kerekang -otra vez en el desierto de Kalahari— y desde la que se ha lanzado a una guerra de guerrillas. Allí Finch es capturado. Morel aparece en su misma celda y uno y otro conversan sobre Iris y, ya que estamos, sobre Milton.
En su momento, Mating fue considerada por varios críticos como una de las grandes novelas del siglo XX y su protagonista comparada con hembras literarias como Emma Bovary, Isabel Archer y Anna Karenina. ¿Qué decir de Mortals, entonces? Sigamos el juego y continuemos con los nombres y los apellidos y con la Gran Novela Matrimonial: Moses Herzog; y está todo dicho.
Rodrigo Fresán