RESEñA
La modernidad, un proyecto concluido
Crítica y sospecha.
Los claroscuros
de la cultura moderna
Ricardo Forster
Paidós
Buenos Aires, 2003
284 págs.
Por Rubén H. Ríos
El ensayo contra la disertación, la incertidumbre y la interrogación contra la razón objetiva, el sujeto desfondado y enigmático contra la subjetividad cartesiana e instrumental, el cuerpo antes que la biopolítica del Estado moderno, la justicia antes que el derecho, la errancia ilimitada en la eternidad del tiempo antes que el fin de la historia, el mesianismo judío contra el Juicio Final cristiano, el éxodo de Abraham antes que el viaje circular de Ulises. La crítica, en suma, contra el nihilismo científico-técnico que domina el mundo contemporáneo, tales los ejes (y no los únicos) que hacen vibrar a estos ensayos de Ricardo Forster como rayos descargados en el medio del silencio, la complicidad y el vacío de la vida bajo el embrujo de la mercancía y los medios masivos de comunicación. Larga historia que, para el autor, celebra su orgía de inhumanidad en Auschwitz.
La modernidad (como piensa, entre otros, Adorno) se habría realizado en los desolladeros antisemitas del régimen nazi, en la furia de las máquinas de exterminio programado por la racionalidad técnica y alimentado por un imaginario cristiano de siglos de estigmatización del judío como el otro, el diferente, el apátrida, el errante de la historia que desconoció al Mesías. Los campos de concentración serían el éxtasis del sujeto agustiniano-cartesiano y el silencio que rodeó a la Shoa –a toda, a decir verdad, carnicería sistemática apoyada en la razón de Estado–, no otra cosa que el emblema de los cuerpos producidos por la biopolítica, la emanación más acabada y siniestra de la servidumbre voluntaria que Etienne de la Boetié (ese Rimbaud del pensamiento) reconociera en 1548 abatiendo sus alas sobre la Europa preiluminista. Siglos de tiranía religiosa y ontológica, del imperio irrestricto de lo Mismo colonizando o aniquilando lo Otro que culminan en fábricas de cadáveres, en el mutismo de Heidegger, en el anonadamiento de la palabra, en el narcisismo posmoderno de las metrópolis adormecidas por las pantallas y los dioses del mercado absoluto.
Después de Auschwitz no sólo no es posible escribir poesía —tal como dice Adorno y desafía Celan— sino, peor todavía, ya casi no sería posible vivir con algún sentido que no fuera el de la trivialidad generalizada y el desencantamiento del mundo bajo la matematización del conocimiento. La reacción romántica, ciertos pensadores ultramontanos y conservadores (como Donoso Cortés, con influencia en Carl Schmitt pero también en Benjamin), la modernidad más resueltamente crítica (Spinoza, Marx, Nietzsche) habrían anunciado de uno u otro modo la crisis del antropocentrismo del sujeto moderno una vez que cayeran todos los mitos, todas las escatologías, toda la magia del ser. Alienación o muerte de Dios, rarificación o nihilismo, al final de la travesía del hombre surgido de la metafísica y el cristianismo no habría más que un desierto de mercancías, un orden tecnoeconómico que ambiciona el planeta, un presente perpetuo sin densidad donde somos excluidos-incluidos bajo amenaza de muerte o degradación a la subhumanidad.
Locura y sinsentido del sistema de la racionalidad moderna —con sus zonas de crepuscular posmodernidad— que se ha fundado justamente (¿ironía póstuma?) sobre la identidad de razón y sentido, radiando hacia la patología o la criminalización todas aquellas fuerzas arcaicas que irrumpían en los cuerpos, en las escrituras, en la experiencia extrema delobjeto. Ese sujeto de la conciencia y el conocimiento, de la técnica y el progreso indefinido, ha entrado en un atolladero donde sobrevive gracias al pequeño destino de lo privado, al consumo rápido de imágenes y símbolos fascinantes y anodinos, a la pérdida de la libertad y el amor por lo desconocido. Para Forster, en Crítica y sospecha –título que lo dice todo de un libro implacable– se trata de recuperar ese espíritu aventurero del viaje moderno, abrir de nuevo el mundo a lo inesperado e incierto, a las girantes claridades del porvenir. El ensayo (el género de Montaigne, de su amigo La Boetié, en la aurora de la modernidad) es el vehículo que ha elegido para reemprender este nuevo viaje de la palabra hacia aquel Éxodo interminable.