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Domingo, 8 de agosto de 2004

Vitalismo sin fronteras

por Ariel Magnus

Witold Gombrowicz nació en Maloszyce el 5 de agosto de 1904, en el seno de una rica familia católica (su padre era abogado y terrateniente). Licenciado en Derecho por la Universidad de Varsovia, residió en París durante tres años. En 1929 volvió a Polonia, donde publicó sus primeras obras. Memorias de la inmadurez o Bakakai (1933), Ferdydurke (1937) y Los hechizados (1939) son algunas de las obras de ese período. En 1939 se embarcó en un viaje promocional en transatlántico a Buenos Aires, a donde llega el 21 de agosto y donde lo sorprende el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Transatlántico (1951), Diario argentino (1957) y Pornografía (1958), así como la traducción local de Ferdydurke, que debe considerarse como un libro reescrito enteramente, fueron publicados en Argentina, mientras en Polonia su obra caía bajo el manto de la censura. De 1965 es Cosmos, dos años después de su regreso a Europa (Berlín, en primer término; Vence, Francia, hasta el fin de sus días en 1969). Hoy su obra comienza a ser integralmente reeditada por la editorial Seix Barral.
A los treinta años, poco antes de exiliarse en Argentina por más de dos décadas, Witold Gombrowicz publicó en la Gazeta Polska de Polonia el Diario privado de Hieronymus Ponizalski (1934). Precursor del célebre Diario que aparecería en 1953, este texto injustamente olvidado y nunca traducido al castellano constituye uno de los primeros intentos del escritor polaco por pensar la privacidad en términos estéticos y políticos. Ambiguo, ácido, irreverente como nadie de su generación (en Polonia y más allá también), “el pobre polaco” ataca en estas páginas al sistema del que acabaría huyendo y al que nunca más volvería.
Detrás de los giros absurdos y del tono presuntamente caprichoso, Ponizalski (apellido que en polaco suena a humillación y menosprecio) practica una lúcida defensa del individuo y de la libertad individual frente a la opresiva y desquiciante labor de los “pedagogos” (hombres, partidos, grupos de poder). Más tarde, con su obra de madurez, ya no quedarán dudas, pero basta leer estos apuntes de juventud para entender por qué el autor de Ferdydurke, a 100 años de su nacimiento y 35 de su muerte, sigue siendo uno de esos escritores incómodos que sus respectivas naciones recuerdan con algún recelo. Para los argentinos es más fácil: así como él eligió este lado del océano para vivir sus años de madurez creativa, recordarlo no es un deber patriótico sino un acto voluntario. Recordarlo con sus verdades y sus debilidades, como pide Ponizalski.

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