Domingo, 30 de enero de 2005 | Hoy
EL OTRO LADO DEL MOSTRADOR
Por Martín De Ambrosio
Del otro lado del mostrador, los libreros que sufren económicamente estos afanes (o afanos) literarios, coinciden en una cosa: el romanticismo se acabó. No existe más el ladrón amante de la literatura que roba ese libro que tanto deseaba y que no puede comprar porque vive, bohemio, en alguna pensión perdida de San Telmo o Constitución. Nada de eso. Según los libreros consultados por Radar, ahora los choreos están organizados minuciosamente. Por ejemplo, con maletines o bolsos especialmente forrados con aluminio para evitar que suene el mecanismo de alarma a la salida, o con estrategias de distracción en las que intervienen varias personas. Pero estos ladrones no roban por amor al arte sino que lo hacen –como lo hacen con cualquier mercancía– por su valor de reventa.
“Ojalá nos robaran un libro por día para uso personal”, se lamenta Luciano Levín, encargado de Gandhi con diez años en el oficio. El robo es uno de los problemas clave en el manejo de esa librería, de las más tradicionales de la calle Corrientes, que pierde unos 1000 pesos semanales en manos de los profesionales del hurto. Levín cuenta que alguna vez llegó incluso a armar un ranking con los libros más robados allí, en el que figuraba al tope Eduardo Galeano con Las venas abiertas de América latina seguido por Borges y Saramago, y lecturas más clásicas para adolescentes como Jack Kerouac o Charles Bukowski.
Pero la cosa ha cambiado de escala. “Acá nos han llegado a robar de un saque los veinte tomos de las Obras Completas de Freud”, dice Levín. “Otra vez fui al stand de Anagrama y vi que faltaba todo Ian McEwan”. Algo está claro, los robos los hace gente que vive de esto y lo robado no va a parar a la biblioteca de un fanático. O al menos no directamente: “Una vez me pasó que me faltaron 40 libros de Asterix y después los encontré en uno de los parques donde se venden usados, con el precio en la primera página escrito a mano por una compañera”, dice Levín, quien termina con un dato concluyente: “Si vas un domingo temprano a los parques (donde se revenden libros no-siempre-usados) vas a ver a tipos con handy levantando pedidos”. Para completar el panorama, Carlos, vendedor de Prometeo Libros, cuenta que si bien por las dimensiones del local que atiende en la calle Corrientes no sufren robos sistemáticos, sí ven la otra parte de la cuestión: cada día se aparecen seis o siete personas ofreciendo “libros usados”, claramente “levantados” en otras librerías de la zona.
Por su parte, para Miguel de Avila, de la Librería de Avila (ex Librería del Colegio), otro de los clásicos porteños, lo del ladrón por necesidad literaria también es apenas un sueño romántico del que ya despertamos. “El ladrón hoy está institucionalizado, hay familias bien organizadas, con sus reducidores y todo. Ellos saben perfectamente bien qué robar, y ninguno roba para leer. Aquello que podía sonar simpático o contracultural, ya no existe. Hasta se roba por encargo, como sucede con el Código Da Vinci o las Obras Completas de Borges, que tienen la salida asegurada”, afirma De Avila. Respecto de la cantidad de libros perdidos, De Avila sostiene que no puede hacer el cálculo porque es difícil determinar el faltante en un local con 150.000 libros. Pero, a ojo, no es poco lo que falta.
Y, aunque hay anécdotas de peleas a golpes de puño entre libreros y chorros literarios, tanto Levín como de Avila coinciden en que estos descuidistas no son violentos, entre otras razones posibles porque saben que gozan de una relativa impunidad: lo único que pueden hacer los libreros es decirles que no aparezcan nunca más, amenazarlos levemente y finalmente dejarlos ir. Además de la profesionalización del robo, los libreros destacan como novedad la participación de chicas en el asunto, aprovechando que “el librero tiene fama de baboso”, según Levín.
Como sea, la cuestión del robo se ha puesto tan peliaguda que constantemente se piensan mecanismos para burlar a los ladrones. La cadena de librerías Cúspide, aunque sufre de un modo desigual el robo en sus distintos locales (la sucursal de Corrientes al 1300 es una de las preferidas, mientras que a la de Corrientes al 1200, un local chico, apenas si logran robarles algo de vez en cuando), tiene pensado contratar un servicio especial de empleados sólo para controlar el afano, gente a la cual se le paga sólo por mirar y ver que nadie se vaya sin pagar. Este método preventivo es el que le está dando muy buen rédito a la librería y disquería Zival`s, en la esquina de Corrientes y Callao. Según cuenta el vendedor Daniel Lago, desde que incorporaron a una persona “de civil” que relojea a los sospechosos los libros afanados se redujeron a la mitad. Lago cuenta que ha detectado otro modus operandi al que recurren los ladrones no-espontáneos: arrancan de los libros los parches que hacen sonar las alarmas, luego dejan los libros con prolijidad en un lugar convenido para que después aparezca alguien impecablemente vestido y complete la faena.
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