Domingo, 10 de abril de 2005 | Hoy
Por Angel Berlanga
Cuenta Graciela Goldchluk que cuando empezó a leer las cartas que Manuel Puig le escribió a su familia desde que partió del puerto de Buenos Aires, con 23 años, rumbo a sus descubrimientos de Europa y de su propia vocación de escritor, supo que ahí estaba la novela inédita que los críticos no habían encontrado entre los papeles que dejó, a su muerte, en Cuernavaca. “Es más: es posible que en un tiempo, a este tomo se lo incorpore a su novelística y se lo considere como su novena novela”, dice esta investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional de La Plata, que trabaja desde hace once años con el archivo que está en el departamento donde vive Male, la madre del autor de Boquitas pintadas, y que compiló, prologó e hizo las notas de este libro.
Es notable cómo en las cartas se ve la resignificación que Puig hace de Villegas y de Buenos Aires.
–Es verdad: llega a Roma con un gran entusiasmo, pero luego dice que es linda en verano e inaguantable en invierno. París pareciera ser la ciudad que mejor lo trató, pero nunca vivió allí. Luego de Londres empieza a darse cuenta de que su casa está en Buenos Aires y a recordar cosas de Villegas. Es notable, porque él recupera Buenos Aires desde Europa y el castellano a partir de la traducción. De una manera enajenada, digamos: con el subtitulado de películas. Este tomo, que queda en suspenso con su regreso, es el de la metamorfosis: el aspirante a director que vuelve convertido en escritor. De eso no tiene ninguna duda. Su historia con esta ciudad, sin embargo, es de decepciones: vuelve muy esperanzado y recibe lecturas muy frías. En general acá recibe desprecio. Y eso lo va a marcar mucho.
Estas cartas contribuirán al mito del escritor iletrado: hay muchísimas referencias a viajes, museos, espectáculos, gestiones, compras y personas, pero son escasas las referencias a libros.
–Nunca fue un lector apasionado. Hay una cosa fundamental en su relación con la literatura que lo diferencia de otros escritores: él hace un uso, no una apropiación. Y esto es tan literal como que compra muy pocos libros. Va a ser de los primeros en comprarse películas, cuando poca gente lo hacía. Puig empieza leyendo en inglés y francés, y comienza a hacerlo en castellano cuando La traición de Rita Hayworth: ahí va hasta la biblioteca de Nueva York y saca un libro de Roberto Arlt, otro de Alfonsina Storni... Los pide prestados, o los alquila, algo insólito para un escritor argentino. En su biblioteca, sin embargo, hay cosas que no son tan comunes: uno de los primeros libros de Clarice Lispector, o muchos de Silvina Ocampo. Me parece valioso que se alimente, como dice en un reportaje, primero de la vida y después de la literatura. Tiene una conciencia muy clara de la ampliación del concepto de escritura; sin haber leído a Derrida, sabe que prolifera de diferentes maneras. Ve la escritura de un film, de una ciudad, y no le parece que la literaria sea más importante. Era una persona con gustos muy definidos, muy propios y personales.
–Usted plantea que se fue Coco y que volvió Manuel Puig, con conciencia de escritor. ¿Se ve eso en la escritura de las cartas?
–Sí, se vuelven más narrativas. Creo que él también va tomando conciencia de que son esperadas, y va manejando de taquito el suspenso. Siempre recuerda qué escribió antes y se ven, implícitas, las respuestas de la madre. Su proyecto era ser director, pero cuando ve que no lo respetan –y a él no le gusta hacerse respetar– y que tiene conflictos con la figura del poder, dice: “Voy a escribir”. Y más cuando lo felicitan tanto por los diálogos. Diría que es el mejor escritor de diálogos de la literatura latinoamericana. Hace un trabajo muy similar a Rulfo en Pedro Páramo, pero con una escritura muy diferente; y no es extraño: hay un ejemplar en su biblioteca de ese libro firmado por Rulfo que dice: “A mi admirado Manuel Puig”. En las cartas se ve a alguien que se está ejercitando, y que sinsaberlo está ensayando una novela. Una novela para la familia, nada difícil de leer. Cuando se va es casi un adolescente crecido, y cuando vuelve es un hombre joven, ya seguro de quién es; eso también se ve en la evolución de las cartas: hay menos ansiedad. Pasa que es tan coherente este monstruo, que uno lee esta novela sin darse cuenta de que la escribió a lo largo de siete años. Y sin correcciones. La coherencia narrativa es impresionante.
–¿Hasta qué punto es necesario conocer la obra de Puig para leer este libro?
–Jamás le diría a nadie que entre a Puig por su primera novela, porque La traición de Rita Hayworth es de las más difíciles. Yo diría que, al revés, imagino que a través de este libro mucha gente va a entrar a la obra de Puig.
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