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Domingo, 17 de septiembre de 2006

Voces de un proyecto

La fuerza del proyecto cultural CEAL, la cofradía conformada por sus integrantes, la suerte de democracia interna que regía las relaciones, nada de eso quiere decir que se tratara de un grupo homogéneo. Democracia, reformismo, integración se tensaban frente a vanguardia y ruptura.

Beatriz Sarlo: Muchos de nosotros éramos una clara mezcla de vanguardismo e izquierdismo, teníamos una visión rupturista. Entonces, las políticas de Boris –eso de andar enseñándole a la gente literatura, historia e historia del movimiento obrero, ese tipo de políticas culturales en el mercado– nos parecían reformistas. Había personas muy interesadas por la experimentación estética, como Horacio Achával, a las que el juicio de Boris parecía siempre retrasado. Otros, en cambio, estaban perfectamente adaptados al proyecto. Pero siempre había tensiones porque la de Boris era una política democrática, de ampliación de público, y la nuestra, que era vanguardista, estaba lejos de ser democrática. De todos modos, la relación que manteníamos con él permitía que le tomáramos el pelo, que le hiciéramos bromas acusándolo de viejo reformista, viejo bolche o ex bolche...

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Boris no tenía un alma gemela entre los que éramos editores, tenía siempre zonas de conflicto, y yo creo que eso le gustaba, porque le gustaba muchísimo discutir y porque además participaba de la idea de que a partir de una discusión se podían diseñar nuevas cosas. Tenía una enorme potencia generadora, arrolladora. Por supuesto, de algunas cosas no nos pudo convencer nunca: por ejemplo, él quería hacer una colección semanal de poesía, pero a nosotros, como empleados, a pesar de que éramos muy vanguardistas y muy revolucionarios, nos daba miedo que él reinvirtiera todo lo que entraba de ganancia y nos quedáramos sin cobrar. Así que éramos una rara combinación de mentalidad sindical, por una parte, y discurso hiperrevolucionario, por otra.

(...)

Mientras yo trabajaba en el Centro Editor, estuve a punto de hacer un artículo en contra de la editorial, denunciando que “se iba en camino de la domesticación ideológica de las masas revolucionarias”. El que me paró fue Carlos Altamirano. Eramos muy delirantes y quizá puesta a escribirlo no lo hubiera hecho, pero me acuerdo que lo anuncié y pensaba publicarlo en la revista Los Libros, donde estaba Germán García. En esa época competíamos por ver quién decía la barbaridad más escandalosa.

Pero Boris admitía cualquier tipo de agresión y de discusión, tenía una enorme tolerancia. El, de alguna manera, quería reproducir el camino exitoso de su propia formación: hijo de inmigrantes, al que le daban diez centavos por semana para que se comprara un libro... Y cada vez que nos relataba esa historia nosotros le decíamos: “Boris, eso no va más, ahora hay que hacer la revolución social”. En fin, lo maltratábamos. Su historia era fascinante y por supuesto nos la contaba y nosotros reaccionábamos.

Genealogía del CEAL

Las estrategias editoriales han contribuido desde siempre al angostamiento o ampliación de la práctica de la lectura, cuestión nunca ajena a la definición de una política cultural. En la línea de la ampliación del espectro de lectores, el CEAL se propone reeditar y diversificar la lectura de textos tradicionales, agregar géneros y formatos nuevos, ofrecerlos en ediciones baratas y trasponer el marco de circulación de las librerías. En este sentido, y sin recibir apoyo estatal, se apropia tanto del proyecto de Eudeba cuanto de algunas experiencias previas, propias del ámbito privado local. Esfuerzo que resulta inédito respecto, por ejemplo, de las grandes editoriales mexicanas, aquellas ligadas a universidades europeas.

Carlos Altamirano: El Centro Editor se inscribe en una tradición local. Boris concibió el CEAL en los mismos términos en los que había concebido Eudeba. Para los dos proyectos, la cultura centrada en el libro tiene un papel civilizador, y si nos remitimos a las colección de José Ingenieros, a la de Ricardo Rojas, a los autores argentinos y europeos que publicaba La Nación a principios del siglo XX, es fácil ver que el Centro Editor se inscribió en ese cauce.

Susana Zanetti: Yo diría que el caso del Centro Editor es único en América latina. Y esto tiene que ver con la formación del campo literario o el campo intelectual en Buenos Aires, en la Argentina. Mientras que en muchos centros latinoamericanos es el Estado el que sostiene este tipo de proyectos, en nuestro país las empresas privadas desempeñaron un papel significativo. Nosotros tenemos una larga experiencia en este tema: recordemos a José Ingenieros, a Ricardo Rojas... También está el caso de Victoria Ocampo, que dirigía la empresa Sur, sostenida por su fortuna personal y su trabajo. En la misma línea, en los años veinte está la editorial Claridad, de Zamora. Y había grandes editoriales como Losada. Creo que el Centro Editor es resultado de esta tradición, un resultado propio de los años setenta, pero también del modo en que se fue conformando la profesionalidad, la actividad cultural en la Argentina.

Fragmentos extraídos de Centro Editor de América Latina. Capítulos de una historia, editorial Siglo XXI.

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