Uno de mis más apreciados hallazgos en materia de libros ocurrió durante un viaje de trabajo a El Salvador, diminuto país arrasado por doce años de guerra civil y coronado por el ardiente fenómeno de las maras y la bestial política de planes estatales como el Súper Mano Dura. Aparte de fusiles AK-47, se ven por todas partes distintas iglesias evangelistas: todo barrio tiene sus coros de voces desesperadas, su rock de Cristo, su local más próximo de Pollo Campestre para hacer donaciones a la diestra del Señor. No vi ni una sola librería, tampoco busqué. Pero un día me tocó salir a reclutar unos extras para el documental y después de muchas vueltas entré a un centrito cultural en cuya entrada había dos hileras de estantes y un papel que decía Biblioteca. Allí vi el nombre René Guenon, en el lomo del volumen El Teosofismo (1921), de 320 páginas. Abrí y leí: “Nuestra meta, decía entonces Mme. Blavatsky, no es restaurar el hinduismo, sino barrer al cristianismo de la faz de la Tierra”. En media hora de espera me enteré de que Mme. coronó una carrera de cuarenta años de estudios místicos con un retiro de siete en las soledades del Himalaya. Y que luego la rusa se fue con varios médium al Cairo a fundar la sociedad de los que poseen el elixir de larga vida. Guenon la aborrece y la escarnece con su pluma exquisita y racional: “Mme. Blavatsky decía a alguien: ‘Mire en sus rodillas’, y el que miraba veía, espantado, una araña enorme; entonces ella decía sonriente: ‘Esa araña no existe, soy yo quien se la hace ver’”. Pero lo que más irrita al delicado Guenon es la sinceridad de la astuta y visceral Mme., que sea tan descortés con sus discípulos o que tenga la desfachatez de escribir en una carta: “Suponga que mis libros hubieran sido mil veces más interesantes y más serios, ¿cree usted que hubiera tenido el menor éxito en alguna parte, si detrás de todo eso no hubieran estado los ‘fenómenos’?”. Yo me sentía un poco como Guenon ante el aspecto del poder en El Salvador y vi en su libro nuestro acostumbramiento a las formas edulcoradas de dominación. Como contraparte, los seis entrañables y desenvueltos actores del centro cultural, emocionados por la paga y la idea de salir en Discovery Channel, insistían en que por favor me llevara el libro que me había gustado. Lo rechacé pero el último día me estaba esperando en la recepción del hotel.
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