Dom 03.06.2007
libros

Una modesta investigación

› Por Edgardo Cozarinsky

Hace unos meses, en uno de esos bouquinistes que bordean el Sena, me encontré con un ejemplar de la edición francesa de mi Vudú urbano, agotada desde hacía tiempo. La compré porque me intrigó que la primera página, originalmente en blanco, estuviera arrancada. Me dije: “Allí debía haber una dedicatoria y la persona que vendió el libro, por delicadeza, por pudor, por vergüenza, vaya uno a saber, no quiso que se supiera que se desprendía de él”. Un miedo me asaltó. ¿Y si fuera un amigo, o alguien que aprecio? En casa, puse al trasluz la página siguiente, donde habían quedado hundidas las marcas de lo escrito en la página arrancada. Modesto detective, pude comprobar así que había dedicado el ejemplar a Héctor Bianciotti, seguramente guiado por el oportunismo, o la timidez, del argentino recién llegado a París. Por un momento me sentí lleno de rencor ante el académico francés oriundo de Córdoba. Luego recordé que desde hace tiempo sufre de Alzheimer y necesita cuidados constantes. Mi vanidad no llega tan lejos como para atribuir a la enfermedad el haberse desprendido de un libro mío, pero su estado de salud actual me inspiró un poco frecuente arrebato de piedad. Me dije: “Pobre Héctor” y volví a trabajar en la novela que estoy escribiendo, tan lejos, lejísimos de lo que él ha escrito.

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