Dom 03.06.2007
libros

El libro como llamado

› Por Horacio Gonzalez

Mi biblioteca está cada vez más entumecida; he perdido un par de ellas y formé otras tantas con la idea de que cada hombre tiene una. No me desprendería de ella, pero cada vez me cuesta más consultarla; los libros en los que pienso ya no los encuentro; los que tengo a la vista me ofrecen apenas un paisaje penoso, un fatigoso deber que alguna vez deberé cumplir. De ahí el enorme atractivo del libro casual, el que cae de la repisa por mal acomodado o empujado por el desorden. Ese quizás nos llamó y dudamos un poco antes de devolverlo a su lugar. En los últimos años leí con gusto Hambre, de Knut Hamsun, porque me lo dio un alumno noruego, hoy un reconocido crítico en su país, y Marilyn Monroe de Norman Mailer, tomado de la biblioteca de un amigo, donde sobresalía en la fila, convocante por su volumen y diseño algo pop. Escribió Hannah Arendt que leyó a Sartre en el Bar de la Flore. Al revés, podemos imaginar que recordamos mejor las lecturas que hacemos fuera de la escena que les correspondería, de ahí que la tontería de un juego que leí que alguien hacía –“perder” un libro en la calle para que otro lo encuentre– no deja en su ligereza de tener una lánguida veracidad.

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