La cueva era un lugar asombroso porque adentro había un cadáver. Era el cadáver de una chica de catorce años. Estaba en un cilindro de vidrio metido, a su vez, dentro de otro de cobre, colgado de una barra que cruzaba un pasaje estrecho. El cuerpo estaba conservado en alcohol y decían que los vagos y los rufianes lo levantaban agarrándolo del pelo y miraban su cara muerta. La chica era la hija de un cirujano de St Louis, extraordinariamente hábil y muy célebre. Era un hombre excéntrico, que hizo muchas cosas raras. Metió a la pobre chica ahí adentro.
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