Domingo, 5 de diciembre de 2010 | Hoy
Tengo una buena razón para hablar desde la tumba: cuento con más libertad. Cuando un hombre escribe un libro que habla sobre las intimidades de su vida –un libro que leerán cuando él aún esté vivo– se abstiene de decir lo que francamente piensa. Sus intentos para lograrlo fracasan, reconoce que está tratando de hacer algo totalmente imposible para un ser humano. El producto más sincero, libre e íntimo de la mente humana es la carta de amor. El escritor sabe que nadie leerá lo que escribe y de esa certeza extrae su ilimitada libertad para declararse y expresarse. A veces se rompe la promesa. Al ver la carta publicada, el escritor siente una incomodidad cruel y se da cuenta de que nunca hubiera abierto su pecho hasta ese grado extremo de honestidad de haber sabido que escribía para el público. En la carta no encuentra nada que no sea verdadero, honesto y respetable, pero de todas maneras hubiera sido mucho más reservado si hubiera sabido que escribía para una publicación.
Me pareció que puedo ser tan franco, libre y desvergonzado como una carta de amor si supiera que lo que escribo no será visto por nadie hasta que esté muerto, sin conciencia, indiferente.
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