Domingo, 6 de febrero de 2011 | Hoy
Nunca escribí en servilletas, a lo sumo en hojas, ni siquiera en una libreta. Por la sencilla razón de que después no me entiendo la letra. Sí recuerdo que Osvaldo Lamborghini escribía todo el tiempo en libretas. Siempre me llamó la atención que mi amigo Luis Chitarroni escribe en una libreta y hace dibujos. Tal vez siempre rechacé la idea de escribir en cuadernos porque mi madre escribía poemas en estado de mediumnidad y me daba a leer unos poemas incomprensibles escritos con una letra infantil en hojas de cuadernos Avon. Con referencia al lugar, nunca escribo en bares. Osvaldo sí lo hacía. ¿Por qué lo cito otra vez a Osvaldo?, simplemente por el hecho de que en ese tiempo éramos jóvenes y el acto de escribir era más compartido. Ahora creo que es más solitario. Respecto del lugar más extraño en que escribí, fue en unas vacaciones en Santa Teresita. Era un verano caliente. Me estaba separando de una mujer. Por el diario, habíamos alquilado un departamento que resultó una estafa. Tuvimos que labrar un acta con un escribano. Con el resto del dinero que nos quedaba pudimos alquilar una pieza en un hotelito en la calle principal. Hacía calor y el ventilador de techo que está en las novelas de Marlowe no estaba en la habitación. El zumbido era el de mi cabeza; zumbaba por el calor y por la mujer que enloquecía a mi lado. En frente del hotel había una calesita que yo veía desde mi ventana. Mejor dicho, entre las persianas, como quien dice: entre los párpados. En la calesita pasaban una música que ese verano estaba de moda en la costa. Era una cumbia, aún recuerdo la letra: “No puede ser/ No puede ser/ Que el Perico teniendo algo bajo del pico/ quiera comer”. La locura estaba afuera y adentro. En ese lugar terminé mi novela Cuerpo velado. Es evidente que a veces uno se agarra de las teclas. La máquina: una Lettera 22. Escribo rodeado de fotos de escritores. Una de Joyce con el ojo emparchado y tomándose la cabeza. Fue tomada después de que lo operaran de la vista. Está en el medio del campo. Detrás de él vienen corriendo Nora y sus hijos. Es una foto un poco patética. Supongo que está pensando en si se quedará ciego. En otra foto está Faulkner. Una foto muy sureña, está acompañado de unos perros. Después, como siempre, Kafka y a su lado Felice. También, la más elegante, un retrato de Proust. Hay una segunda foto de Joyce leyendo con una lupa. En otra está Lezama Lima fumando un habano. Está con saco y corbata. Quizás es la más familiar. A veces es como si se oliera el olor al cigarro. Hay una foto en la que estoy con Borges. Y otra foto en la que no estoy con mi padre. Es una foto de los años cuarenta. Mi padre está cantando en una orquesta importante: Silvio Spalleta. La orquesta con que debutó Horacio Deval. En la orquesta hay dos cantores, uno de esos es mi padre. Cuatro violines, cuatro bandoneones, un piano. Es Carnaval y están sobre un escenario. En la foto hay un chico tomando el micrófono. Cuando ven la foto, todos me preguntan si soy yo. Me encanta crear cierto suspenso. Creo que nunca mentí: yo no soy el chico de la foto.
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