› Por Susana Cella
Hay un efecto de cercanía en este conjunto de escritos de Walter Benjamin, los denkbilder, por la nítida presencia de las figuras del pensamiento que los constituyen. Denkbilder, de difícil traducción, se comprende al recorrer los textos agrupados, cuyo subtítulo, “Epifanías en viajes”, sintetiza la súbita captación del sentido a partir de la experiencia testimoniada en tramas coloridas y diversas como “espantamoscas rojos, azules y amarillos, altares de papel brillante... rosetas de papel en los pedazos de carne crudos”. Hay aquí una libertad discursiva que sigue los ritmos de una sostenida atención volcada simultáneamente al exterior (las ciudades) y a lo íntimo (sentimientos y sueños). En uno de los escritos que integran esta selección, “El arte de narrar”, dice Benjamin: “Cada mañana se nos informa sobre las novedades del planeta. Y, sin embargo, somos pobres en historias singulares. ¿A qué se debe esto? Se debe a que ya no nos llega ningún acontecimiento que esté libre de datos explicativos. En otras palabras: ya casi nada de lo que sucede redunda en provecho de la narración, casi todo en provecho de la información”. Y justamente el aprovechamiento de la narración parece ser el programa de los denkbilder quizá contra la “pobreza de experiencia”.
No explicar sino contar, y contar es dar cuenta de lo vivido en el tráfago de las ciudades o en los meandros de la reminiscencia y el sueño. De ahí el estilo benjamineano, su marca personal, sin prejuicios en cuanto a adscripciones de género, en una diversidad que va construyendo un fresco en escritos condensados como poemas, razonados como ensayos, relatados y descriptos como cuentos, donde todas esas modalidades de escritura se tejen surcando la ciudad moderna, en la que, como dice en el Libro de los pasajes, “es aún posible el experimentar de manera más originaria lo que es el fenómeno del límite, si no es en los sueños” (sueños que retornan en los denkbilder entre reflexiones sobre el éxito, la pasión del coleccionista, los autorretratos).
Los denkbilder aluden en Mar del Norte, a ese suelo liminar en que un contrapunto de pájaros a izquierda y derecha del sujeto lo llevan a saber que “yo fui sólo el umbral” donde los contrarios se vinculan en irresuelta tirantez, no otra cosa sino la certera evidencia de la contradicción. Y también, en otro par dialéctico de opuestos –“la costumbre” (repetitiva) y “la atención” (instantánea), complejizado por la vinculación entre atención y dolor, y costumbre y sueño– se instala la posibilidad de un saber ya que “ese silbido o zumbido es un umbral y, sin que nos demos cuenta, el espíritu lo ha atravesado”.
Benjamin recorre lugares como Moscú (que lleva al cotejo con su Diario de Moscú), Nápoles o París entre otros, y logra rotundas imágenes a partir de detalles y de metáforas que funcionan como caracterización. Las descripciones donde caben negocios, calles, habitantes, ropas, juguetes, comidas, buscan del rasgo esencial de cada sitio y a cada situación interpenetrados, y la búsqueda lleva necesariamente a que ese sujeto, el yo que descubre –porque el modo en que capta tiene un aura de descubrimiento–, interpreta y escribe, esté implicado con el objeto.
Menos que una ordenada enumeración (“quien sólo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos, se perderá lo mejor”), surgen impresiones –lo que afecta a la atención y deshace la costumbre– ante lo que interpela a los cinco sentidos. La complejidad del intento es explícita: “Qué difícil es encontrar las palabras para lo que se tiene ante la vista. Pero cuando finalmente se encuentran, golpean contra lo real con sus pequeños martillos hasta que repujan la imagen como si la realidad fuera una planchuela de cobre”.
Una primera persona que transita, sueña, recuerda y conjetura –sin alardeos confesionales ni banal anecdotario individual– sostiene en lo particular destacado, su potencia de significación susceptible de erigir –-en la fuerza de múltiples asociaciones– señales, hitos enclavados en la fluencia del discurso, que va avanzando según, podría decirse, no sin tener en cuenta la obra benjamineana, afinidades electivas.
Como un mundo de luces múltiples y sobre todo concretas, los denkbilder –en cuanto aporte a la filosofía– soslayan las deslucidas abstracciones, por eso la cercanía capaz de apelar a quien lee y que bien puede inferirse estos párrafos: la foto de “Lenin sentado a una mesa, inclinado sobre un ejemplar del Pravda... la mirada dirigida ciertamente a la distancia, pero la infatigable preocupación del corazón concentrada en el momento presente”, o, “Caso genial del fracaso: Chaplin o el pobre diablo. Al pobre diablo nada lo escandaliza; sólo se tropieza con sus propios pasos. El es el único ángel de la paz que cabe sobre esta tierra”. Ambas remiten al umbral necesario para contemplar al Angelus Novus.
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