Domingo, 29 de mayo de 2011 | Hoy
> CUATRO CARTAS
Walter Benjamin a Gretel Karplus
San Antonio (Ibiza), mediados de mayo, 1932
Querida Gretel Karplus:
Así son las cosas; doce horas después de que le hubiera mandado mi última carta, recibí la suya, con la que me siento infinitamente aliviado. Quizá sea solo la incapacidad de acoger en uno, tal como nos llegan, una serie de días sin nubes lo que genera preguntas tan opresivas como las que circulaban por mi última carta. Es que toma su tiempo hasta que uno se adapta a una situación climática tan extraña, cuando no hay cierto confort de hotel que medie entre nosotros y el paisaje. De la fotito adjunta deducirá usted cuán lejos estamos aquí de algo semejante. Pasadas varias semanas de trabajos, los conocidos que hicieron revivir esta casita después de años de decadencia lograron hacer de ella algo muy habitable. Lo mejor es la vista al mar y a una isla rocosa cuyo faro me ilumina por la noche, así como el aislamiento que ofrece la casa entre quienes la habitan, gracias a la distribución inteligente de los ambientes y las paredes de casi un metro, que no dejan pasar ningún sonido (ni calor). Llevo una vida como esa que los centenarios confiesan a los periodistas como su secreto: me levanto a las siete de la mañana y me baño en el mar, a la redonda, nadie en la costa y, en el mejor de los casos, a la altura de mi frente, un velero sobre el horizonte; más tarde, apoyado contra un tronco dócil del bosque, tomo sol, cuyas fuerzas curativas se propagan por mi cabeza a través del prisma de una sátira de Gide (Paludes). Luego, un largo día de abstención de innumerables cosas –menos porque acorten la vida que porque no existen o son tan malas que uno prefiere dejarlas de lado–: luz eléctrica y manteca, aguardiente y agua corriente, coqueteos y lectura de periódicos. Porque ojear el Frankfurter Zeitung con una semana de demora tiene más bien un carácter épico. Y si usted agrega a eso que toda mi correspondencia la recibe Wissing –que hasta ahora no me ha reenviado ni siquiera una sola carta– verá que no estoy exagerando. Pasé mucho del último tiempo sentado con libros y escrituras; recién en estos días me emancipé de mis paseos junto a la orilla y estuve haciendo algunas grandes caminatas solitarias en la región, que es aún más grande, y más solitaria. Sólo durante estas caminatas llegué a tener una conciencia clara de estar en España. De todos los habitables, estos paisajes son los más ásperos e intactos que jamás haya visto. Es difícil dar una idea clara de ellos; si finalmente lo consigo, ya se enterará usted. Hasta el momento no he tomado muchas notas con este propósito, pero me sorprendí retomando la forma de exposición de dirección única para un cierto número de objetos que están relacionados con los más importantes de ese libro. Acaso pueda mostrarle algo de esto en Berlín. Entonces hablaremos también sobre Córcega. Es muy bueno que haya visto todo eso, el paisaje tiene realmente mucho de español; pero creo que allá el verano no graba unos rasgos tan duros e intensos en la tierra. Espero que se haya alojado un par de días en el Grandhotel de Ajaccio, maravillosamente silencioso y pasado de moda. Creo que en el transcurso de las próximas semanas lograré volver; pero nunca puedo tomar una verdadera resolución respecto de las fechas exactas. Lo entenderá si le digo que aquí vivo con una pequeña porción de lo que necesito en Berlín; por eso estoy estirando la estadía tanto como sea posible y no estaré de regreso antes de principios de agosto. Pero hasta ese momento, espero haber recibido muchas noticias de usted.
Sí, si pudiera pedirle un pequeño regalo alentado por la sugerencia de su carta, que me alegró mucho, sería que me enviase un pequeño sobre de tabaco como “muestra sin valor comercial” –Allright de Von Eicken u otro–-. En la isla no hay ninguno que sea fumable.
Yo también recibí una carta de Daga, y poco antes de mi partida, también una de su madre. Por lo demás, estuve dos semanas hundido completamente en el ruso: acabo de leer la historia de la revolución de febrero de Trotsky y estoy a punto de terminar su autobiografía. Tiene usted que leer estos dos libros, sin duda alguna. ¿Sabe si el segundo tomo de la historia de la revolución –Octubre– ya salió? Pronto retomaré a Gracián y escribiré algo sobre el tema.
Muchos saludos de amistad y buenos deseos
Suyo
Walter Benjamin
Gretel Karplus a Walter Benjamin
Berlín, 30 de marzo de 1933
Walter Benjamin, querido:
Apenas salió ayer mi respuesta, recibí su segunda carta y quisiera responderla de inmediato, así las fotos le llegan todavía a París. Y aunque ahora no esté usted completamente solo, lo que me alegra especialmente, quisiera hacerle compañía de esta manera algo primitiva. Para esto me puse el vestido verde, y si bien el peinado es todavía del año ‘31, usted seguramente me lo perdonará. Y agrego esta otra ayuda a la imaginación, una pequeña muestra del paño, para acariciar.
Lo que me escribe sobre Blei ya lo sabía yo por Marie-Luise v. Motesiczky, a quien usted conoció alguna vez en mi casa. Es probable que el tío, Ernst v. Lieben, que es el ex marido de Billie, también ande por allá, lo seguro es que financió todo aquello. Y por favor, escriba unas palabras a la Piz (Mrl v. M) cuando necesite algo, Viena iv, Brahmsplatz. Si lo prefiere, yo también podría informarla. ¿Ha descubierto algo recomendable en la nueva literatura francesa? Sus cartas son lo más querido y lo más importante que tengo en este preciso momento, la felicidad se sigue haciendo esperar. Me alegraré de tener noticias suyas, con mucho afecto
Fe-li-zi-tas
Me pregunto si estará usted conforme conmigo.
Walter Benjamin a Gretel Karplus
Ibiza (Ibiza), alrededor del 26/5/1933
Para empezar con una suerte de confesión, querida Felizitas: con estas líneas recibe usted algo así como las primeurs del día, una hora especial madurada en circunstancias especiales que espero –prensada en esta hoja– no pierda luego todo su aroma y color. En lo tocante a su silueta, me atrevo ya a dibujarla de alguna forma duradera. Pero no me quedará otra opción que enviarle esta única planta vivaz, porque las otras que estuvieron cargando con mis horas de los últimos días estaban marchitas casi todas. Y como usted ha tenido su participación en ese marchitar, le corresponde en consecuencia participar también ahora en lo que le dedico con estas palabras: me refiero a la fruta madura de una hora que se mece en el viento de la mañana.
¿Por qué no me habrá escrito? Mis días pasados hubieran resultado mejores, este que comienza, no tan de consuelo. Y ahora, en lugar de decirle algo más amable, la avergüenzo una última vez al confesarle que el consuelo no me llega lamentablemente de un mensaje de usted, que he estado esperando hasta hoy en vano. De dónde viene el consuelo no será tan difícil de adivinar si se sumerge usted en la descripción del espacio que pronto haré surgir ante sus ojos, y si no olvida algunos artificios a los que, por momentos, recurrí ya hace años, aquellos mismos que había prometido tomar alguna vez con usted.
(...)
Querido Detlef:
En tu última carta no me indicaste tu dirección nueva, y no estoy del todo segura de si los papelitos rosas todavía te llegarán mandándolos a la anterior. Disculpa entonces que se hayan interrumpido y escríbeme lo más pronto posible adónde tengo que dirigirlos de aquí en adelante.
Lamentablemente no podré cumplir con tu deseo de que encargue el Züricher Illustrierte, porque no puedo recibir ese diario aquí en Berlín.
En lo exterior, mi vida apenas si cambió en relación con antes, muchas veces me siento con la salud muy quebrada, de todos modos es más soportable que el año pasado; de Frankfurt tengo muy pocas noticias, como siempre, así que supongo que la prueba en cuestión está ocurriendo ahora mismo, pero quizá estoy adivinando mal. Mis padres pasaron cinco semanas en Gastein, vuelven el sábado, el tiempo aquí sola fue agradable, únicamente opacado por la enfermedad de mi cuñado, que todavía es incierta. En los negocios fue un mes quieto, la liquidación de la vieja empresa y los reemplazos por vacaciones en la nueva me procuraron alguna distracción. Hay dos nuevos modelos de invierno que surgieron a partir de una especial colaboración mía, me encantaría poder mostrártelos. Quisiera preguntarte algo en tu calidad de viejo amante de la moda, ¿por qué al principio de la nueva temporada uno se siente tan mal en las ropas y los sombreros viejos, aunque no hayas adelgazado o engordado, ni tengas un peinado nuevo? ¿La moda nos cambia realmente como para que tengamos una nueva impresión de nosotros mismos?
Bueno, ahora quisiera felicitarte por tu cumpleaños, y se me ocurrió que podríamos mantener el “tú” en las cartas privadas, si es que estás de acuerdo. Me hubiera gustado decir también siempre en las oficiales, pero no sé si realmente es lo que queremos. Sea como sea, a mí me encanta que haya un rastro de secreto en la correspondencia, y creo que el escondite de nuestros nombres, casi reservados para nosotros dos, es maravilloso. Claro que no quise ofenderte proponiéndote aquello de la adopción, en el fondo solo quise decir que conmigo puedes sentirte un poco como en casa y saber siempre adónde perteneces. Por lo demás, tienes toda la razón, yo soy solo una niña pequeña y tengo mucha necesidad de un adulto, me pone enormemente feliz que quieras asumir ese rol para mí. Jamás me hubiera atrevido a pedírtelo, por temor a que pudieras juzgarlo como algo de demasiada confianza. Pero tu pequeña Felizitas se siente muy protegida por ti y te da mil gracias por este ramillete tan singular.
(...)
Tuya
Felizitas
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