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Domingo, 26 de junio de 2011

GELMAN Y LA LECTURA

Hay algo ahí

 Por Daniel Freidemberg

Se pueden citar versos, o grupos de versos como “Sacar fuera el afuera y/ abandonarlo a su volumen”. Hay tanto en ese apretado conjunto, tanto que está por decirse y no alcanza a ser dicho, o está dicho y no se sabe qué es (¿a qué “afuera” se refiere? ¿cuál es el volumen del “afuera”?), que cada uno de esos hallazgos promete una tarea infinita y promisoria. Se sabe que “hay algo ahí”, uno lo percibe y quisiera dedicarse largamente a deshilvanar entramados, como el que, en el mismo poema, anuncia que “En la substancia del milagro/ hay estrellas que parecen estrellas/ y decisiones del que fue”. ¿Es literal el milagro que nombra, o se refiere a algo que oculta? ¿Quién es “el que fue” y por qué una cosa se relacionaría con la otra? “Hágase cargo”, habrá que responderle a quien no sepa a qué atenerse. No porque este último libro de Juan Gelman proponga un retaceo mezquino sino, al revés, porque dar una respuesta precisa sería hacer trampa. Hay en ciertas aventuras de la imaginación, en ciertos trabajos de la inteligencia, inciertos, arduos, modos del placer que ninguna otra práctica puede ofrecer. Tienen que ver con sentirse vivo y viviendo, con el placer de sentirse inmerso en la enmarañada espesura de la vida, incomprensible.

Ni a este ni a los tres o cuatro anteriores libros de Gelman puede leérselos “de corrido”. O sí, se puede, recorriendo esos montajes secos de frases que van pasando sin reclamarles nada, y quedándose entretanto con cierto rumor de fondo. Pero mejor es volver a los núcleos densos que en una primera o segunda lectura uno dejó pasar. “Lo comprensible es incomprensible/ y ningún verbo o luna azul/ cambiará su destino”, dice uno de ellos, y eso quizá sea al fin y al cabo lo que los casi ochenta poemas sugieren, pero tampoco es solamente eso. ¿Qué es? No sé decirlo. Trato de ir, con las pocas e insuficientes palabras que consigo, dando alguna cuenta, y tengo motivos para sospechar que eso es lo que procura aquí Gelman.

No estoy haciendo, obviamente, una nota bibliográfica. No estaría bien que lo hiciera cuando en la dedicatoria de uno de los poemas aparece mi nombre. Trato, nomás, de transmitir algo que me viene ocurriendo cada vez más con Gelman. El que habla en El emperrado corazón amora parece alguien que mira y anota “eso” que le produce al alma lo que mira. No solamente lo que mira en la calle, en su casa o en la información que le llega, sino también lo que le ponen a la vista los recuerdos, como espectros siniestros a veces y a veces como bendiciones. Para el inconsciente, se dice, el tiempo no existe. Tampoco para una conciencia poética como la que alcanzó Gelman, donde nada es del todo lo que es y todo es algo más, y también otra cosa.

No por ingenuidad ni candor, el poeta, este modo de ser poeta, es alguien que vive sorprendiéndose. Lo es porque la realidad a uno siempre lo excede, pero ya no como deslumbramiento o encanto sino como desconcierto. Estaba en el principio de la poesía de Gelman, desde que empalma con César Vallejo, pero ahora está de otro modo: el de quien, porque ha vivido, sabe que cada vez sabe menos, y el “no saber” es como un don. ¿O no es un don la incapacidad de engañarse, la aceptación de que eso que está ahí, ante los ojos, está?

Hace años, décadas, que Gelman trabaja “lo indecible”. Pero desde Valer la pena o Mundar habría un paso a otra cosa: más que decir lo que no tiene cómo ser dicho, se trata de enfrentar la indecibilidad. Hay una poderosa resistencia a decir, una imposibilidad de fondo, y contra eso se escribe. O con eso. Lo que a su vez da paso a aquello de lo que no se puede hablar, porque es demasiado, porque su desenvergonzada contundencia avergüenza, porque en el mundo que la mirada encuentra hay, además de objetos, seres amados y recuerdos, algo pulsando: el vacío, el agujero, lo contrario de lo que es, lo que ya no será pero insiste. Me pregunto cómo podrán leer estos poemas los que no se atreven a mirar de frente el abismo de su propia monstruosidad, que no es más que la circunstancia de estar en la tierra.

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