Domingo, 5 de febrero de 2012 | Hoy
“La vida de casi todo ser humano poseedor de grandes dones resultará en un libro muy triste de leer para su protagonista”, afirmó Charles Dickens en 1869. Asimilada semejante advertencia, cabe preguntarse si tiene sentido hoy, para el admirador de quien gustaba de llamarse “El Inimitable”, leer otra vida de Dickens.
La respuesta es no. Después de todo, uno ya pasó por la primera y muy boswelliana biografía a cargo de su mejor amigo John Forster, subrayó los breves pero sabios volúmenes que le dedicó G. K. Chesterton y, sobre todo, dedicó muchos días y noches a la monumental y entendida como definitiva Dickens de Peter Ackroyd (acaba de aparecer en Edhasa una versión abreviada). Pero –exactamente por todo lo anterior– la respuesta es, también, sí. Porque ¿qué excusa hay para no volver a sumergirse en la más, digámoslo, dickensiana de las existencias? ¿O acaso hay alguna historia mejor cuando se trata de seguir a un titán de las letras –y de los lectores– que se hizo a sí mismo y que, de paso, modificó y sigue modificando nuestra percepción del mundo?
Los fastos del bicentenario han anticipado –a no dudar de que llegarán varios más; ya hay por ahí una “guía interactiva ilustrada” a su memoria junto a flamantes miniseries de la BBC– dos títulos atendibles: Becoming Dickens: The Invention of a Novelist de Robert Douglas-Faihurst se concentra en la génesis vital del gigante –los motivos fundacionales de sus obsesiones permanentes– llegando solo hasta la publicación de Oliver Twist. Para quienes quieran saberlo todo y hasta el final, Charles Dickens: A Life de Claire Tomalin –quien ya le había dedicado todo un libro, The Invisible Woman (1991), al complicado romance otoño-invernal del autor con la joven actriz Nelly Ternan– es una buena opción. Aunque por momentos –aunque aguda y crítica a la hora de calibrar la obra– lo de Tomalin se lee como un tanto apresurado en varios tramos de la vida, como obligado a llegar a las librerías antes de que den las doce campanadas de los dos siglos.
La “novedad” de Tomalin –que ya había sido revelada por Michael Slater para su biografía de Dickens de 2009– es el relato que hace Dostoievski de un encuentro con el gran escritor inglés, pero que los estudiosos no terminan de aceptar del todo como cierto. Ni Slater ni Tomalin incurren en las varias y acaso reprochables maniobras ficcionales de Ackroyd del tipo Dickens-se-cruza-con-sus-propios-personajes o Dickens-conoce-a-su-futuro-biógrafo. Pero, digámoslo, tampoco, alcanzan su potencia narrativa para –lo del principio– hacer de los días y de las noches de un hombre triste, pero rebosante de dones, una vida de novela que bien podría titularse –que sólo podría titularse– Charles Dickens.
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