Domingo, 4 de marzo de 2012 | Hoy
“Sí, Pizarnik es el nombre más refulgente, quizá demasiado, pero evitarla era complejo porque había muy pocas mujeres malditas, es un lío encontrarlas, me pareció que no ponerla era una omisión errónea. Se lo encargué a Mariana, que tiene un gusto muy acentuado por ella y le gustó que se lo encargara, Mariana es muy talentosa y su texto logra dar una mirada distinta sobre un tema muy revisitado”, cuenta Leila Guerriero.
Los recursos poéticos de Alejandra Pizarnik, pese a que su obra es acaso una de las más leídas en el marco de la poesía argentina, parecen inagotables. Y cada uno de esos recursos parecen dar cuenta de la multiplicidad de personas que convivían en el yo poético de Pizarnik. En ese sentido, uno de los grandes aportes que realiza Mariana Enriquez tiene que ver con una reflexión lúcida y reveladora, acerca de la relación entre su infantilismo y su muerte precoz: “Hay otra identificación, la de la eterna juventud, que se relaciona con su deseo de ser una niña eterna. Deseo o necesidad o imposibilidad de crecer. ¿Cómo puede sostenerse más allá de los treinta años esa desatención absoluta de los ritos sociales y del mundo del trabajo sin un mecenas, o una familia millonaria, o una pareja dispuesta a proveer? Para mantenerse pura y niña, Alejandra debía morir, real o metafóricamente porque era imposible mantener esa infancia prolongada”.
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