Domingo, 28 de octubre de 2012 | Hoy
Por Gabriel Sandoval
No recuerdo bien cuándo fue la primera vez que leí a Alfredo Bryce, lo único cierto es que no he podido dejar de hacerlo nunca. Lo primero que llegó a mis manos fue La última mudanza de Felipe Carrillo, que encontré en los ’80 en la biblioteca de un tío. En ese tiempo no tenía ni quince años y mi vida era la de un adolescente en busca de algo que desconocía, pero anhelaba. Y encontrar a Bryce fue encontrar una parte de eso que me faltaba. En ese momento me encandilé con su estilo y humor y lo seguí leyendo años más tarde, cuando emigré a Chile y pasaba las estaciones del metro de Santiago inmerso en las enormes conversaciones entre Pedro Balbuena y su perro Malatesta. Así, sin querer, un día conocí a Alfredo y me sorprendió escucharlo como si lo leyera, y lo encontré un hombre entrañable y querendón, inteligente e irónico. Luego vino el escándalo del plagio, las notas de prensa, los inquisidores furibundos mostrando sus lenguas como antorchas encendidas, llamas que hoy veo volverse a encender para denigrar el premio que acaba de ganar. ¿Pero no es acaso mezquino tirar por la borda todas las horas de felicidad que nos dieron sus novelas? Por mi parte me alegro enormemente de que Alfredo Bryce Echenique haya ganado este premio y aprovechar la instancia para decirle gracias por las alegrías y las nostalgias, por las noches rendidas ante sus historias, por cada una de las veces en que su ingenio logró exorcizar una tarde que ya parecía perdida. ¡Felicidades Alfredo!
Director de la Editorial Planeta México: peruano de nacimiento, ha trabajado muy de cerca con el autor en la publicación de sus libros, tanto en Planeta como en Alfaguara.
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