Fernando Noy es un poeta atípico. Ajeno a los circuitos de legitimación convencionales, a los cenáculos y a los ámbitos académicos, mantuvo sin embargo a lo largo de los años una producción única. Y una de sus mayores particularidades reside precisamente en su voz: lírica en sus poemas y en su propio hablar, como si en vez de ser la suya una poesía oral, se tratara de una oralidad poética. O una combinación de las dos cosas. Es que todos estos elementos confluyen en Fernando Noy de un modo indistinguible. Vida, obra, poesía, voz, se superponen con gracia, haciendo estallar las jerarquías, volviéndolo una pieza rara e invaluable entre los grandes poetas argentinos.
Piedra en Flor está dividido en tres partes por dibujos del propio autor. Suaves líneas de lápiz que construyen rostros enlazados y parecen continuar el onírico ondular de las palabras. La elocuencia de esas caras puede leerse también en los textos. Hay una búsqueda por decir de un modo explícito lo que debe ser dicho. Desde poemas acerca de la poesía (“cualquier pesadilla/ se esfuma al escribirla”), saldar cuentas con su familia (“mi padre/ el taximetrero/ me cobra carísimo”), con la muerte (“Ahí pasa Doña muerte/ con sus bolsas del súper”) hasta otros donde se burla cariñosamente de divas amigas (“Deliciosa que parecés apuradísima/ por llegar a horario al cine gratis de mediodía”). Con un corte de verso preciso y una alineación errática, los poemas parecen bailar sobre las páginas. En su mayoría, evocaciones que llevan al lector a presenciar una escena que fascinó al poeta en el pasado (o en el presente o en el futuro). Noy arroja su mirada mística y extrae imágenes en movimiento, oraculares, embebidas de extraño lirismo.
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