Dom 23.12.2012
libros

Una década excesiva

El ministro Valle mirándose en el espejo del baño, a instantes de dar su discurso, o reconociendo la superioridad norteamericana de las cosas, o en rumbo a su casa, preocupado por llegar a tiempo para ver la pelea de Mike Tyson. Su custodio en el día en que reinstalan en Recoleta los restos de Juan Manuel de Rosas, ansioso por terminar la tarea para refugiarse en la casa de campo que es a la vez santuario de las armas, reliquia que colecciona, un killer pesado y frío. El hijo de Valle entre los 15 y los 17, niño acomodado que adiestra gestos a base de shopping y hamburguesa y temores, inquieto por cómo incorporar el paisaje del conurbano a un juego virtual de guerra. La mujer que hace la limpieza en lo del ministro, machacada por un cotidiano de trabajo, viajes de ganado en el tren, opacidad marital, movilizada a la vez por la ida de su hija a Canadá a fines del 2000, progreso y lejanía. Y el novio de la hija de Valle, que oculta que vive en una villa y recibe una invitación de su suegro para dar una vueltita por ahí. A través de estos cinco personajes, a los que retrata en sus vidas privadas contando unas veces en primera persona y otras en tercera de sus preocupaciones y (des) afectos, de sus remansos de paz y perspectivas de futuro, de los impulsos y objetos que pueblan el día a día, Edgardo Scott compone en El exceso un mural fragmentario del menemismo, aquella bizarra promesa neoliberal de primer mundo que terminó en ese descalabro fenomenal del 2001. En esos cotidianos personales se cruzan, cada tanto, unos breves ensayos-postales que, con tono de mirada distanciada, insertan hitos: la timba del bingo, las conductas en los peajes, las fotos de María Julia y su tapado y de Yabrán en la playa de Pinamar, los carros para el cartoneo y la valla que dividió en dos la Plaza de Mayo.

El exceso incorpora a la narrativa de Scott –había publicado antes la nouvelle No basta que mires, no basta que creas y Los refugios (cuentos)– la política con pelos y señales, aunque de modo lateral, en los entresijos de rutinas a las que, de pronto puede tocar, “Una mañana, temprano, humo, escombros, muertos”.

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