Dom 31.03.2013
libros

La bolsa o la vida

› Por Fernando Bogado

Frédéric Moreau, el personaje protagonista de La educación sentimental, tiene casi el mismo conflicto que ese personaje (o esos personajes) innominado que recorre cada una de las páginas de la trilogía escrita por Alan Pauls: la historia, en lugar de ser ese espacio común en donde cualquiera puede encontrarse con lo público, lo social, es el detalle mínimo dentro de la biografía de un individuo que no se reconoce en ese conjunto. La historia le pasa por al lado, y si aparece, aparece siempre bajo la forma de la sorpresa, de lo inesperado. Moreau deambuló por la caótica París de la Revolución de 1848, punto central en el desarrollo político europeo; salvando las enormes distancias temporales, podemos decir muy bien que ese anónimo personaje de Historia del dinero hace lo propio –desfila como un obsesivo fantasma– por la Buenos Aires de la década del setenta, época central para pensar nuestro presente si las hay.

La novela, entre tantas cosas, decide empezar con una muerte y un enigma, casi a la manera de un policial: el personaje protagonista recuerda al primer muerto que vio en su vida, una suerte de amigo de su familia (de la familia que intenta construir su madre luego de la separación) que fue hallado en el fondo del río San Antonio con una valija llena de plata. La pregunta es básica: ¿cuánta plata? Esa misma pregunta dispara los acontecimientos narrados para ir del padre –su exhibición del dinero y su afición a los juegos de azar–, a la madre, su pacatería y la secreta adicción al dinero que posee y de la cual su propio hijo es víctima.

Todos tienen plata pero nadie parece feliz, contradiciendo cierto principio básico que parece ser la regla secreta de la sociedad.

Así, Pauls revisita las mismas obsesiones que había desplegado en las dos novelas anteriores (Historia del llanto, de 2007, e Historia del pelo, de 2010), esto es, no sólo visitar los setenta sino, también, hacerlo desde la particular óptica de un objeto que defina ese tiempo. Esas obsesiones pasan por el plano de lo familiar, de lo más privado y reservado: los detalles de la intimidad de la pareja de padres quebrada, la Historia entrando por el costado más flaco de la mínima biografía personal, la literatura o la traducción como formas de encarar esas situaciones –siempre se lee algo, siempre alguien traduce, siempre alguien anota: como el dinero en un cuaderno–. Y, en línea con los otros dos trabajos, aquello que uno considera como algo que se comporta a la manera de un flujo termina estancado, quieto, inmóvil o inútil: si en Historia del llanto teníamos al personaje que no podía llorar y en Historia del pelo a alguien obsesionado con el peinado perfecto, inmodificable (y con el pelo muerto o, como se lee en las primeras líneas, de los muertos); aquí, en Historia del dinero, cada supuesto flujo de dinero está estancado, guardado en un bolsillo, la peor forma para cualquier billete: ahorrado, oculto –la novela lo coloca de una manera mucho mejor: “La plata está pero no se ve”–.

Alan Pauls logró hablar de (y desarmar a) una de las épocas más repletas de patetismo y gestos épicos, más convocantes en términos sentimentales, en una circunstancia lateral en la vida de una serie de personajes desangelados, fríos, tan metódicos como la prosa misma que los sostiene. En ese intento de ser totalmente literarios, el autor construye un tríptico a fuerza de puro compromiso con un concepto de literatura autosuficiente que transforma a todo en excusa para expandirse. Allí reside su compromiso político, tal como ha declarado: no en recurrir a las clásicas formas de la literatura comprometida sino, muy por el contrario, en hablar de los setenta sin casi hablar de ellos, haciéndolos entrar de golpe por el costado más inesperado.

Tal como afirmó, esa novela salida en 2007, Historia del llanto, leída en su momento como parte del así llamado giro autobiográfico de la literatura argentina, tendría que haber sido considerada el primer paso de una serie de trabajos políticos que, en ningún momento, hablan de la política (al menos, no de forma explícita). Quizá, para entender el gesto literario de esta trilogía y, también, político, tengamos que volver a Flaubert y Frédéric Moreau, relegando la historia a los costados, no siendo un héroe, sino apenas un hombre más metido en circunstancias que no maneja. Circunstancias que se le van de las manos como algunas veces pasa con el llanto, el pelo y, ahora, ya lo podemos decir, el dinero.

Nota madre

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