Domingo, 28 de abril de 2013 | Hoy
El primer volumen de la trilogía relata la historia de Pedro de Ursúa desde su noble origen, alguien que, bendecido por la fortuna, hijo de buena familia, gozando del favor real, pudo haberse quedado en su tierra española, y sin embargo, presa de los fulgurantes relatos que hiciera un pariente que había estado en las Indias, Miguel Díaz de Aux, decidió partir hacia esas tierras en las que a la lucha contra los indios se estaban sumando los conflictos entre los conquistadores, en un aumento vertiginoso de la violencia. Proliferan los nombres de forma creciente. Pizarros, Almagros, Belalcázar, Núñez de Vela, Balboa, Pedro Arias Dávila, Armendáriz, Atahualpa, Huáscar, y la nómina continúa asociada en muchos casos a las regiones que van recorriendo, zonas de América Central, norte de Sudamérica y el Perú al que llega Ursúa, lugar en que había encontrado la muerte el padre del narrador, quien iría tiempo después a buscar la herencia que suponía le iban a reconocer. Las matanzas de indios son moneda corriente, Ursúa surge como un héroe en estos combates a la vez que se enciende en él la ambición obsesiva por el oro. Junto con las leyendas que van forjándose por la combinatoria de relatos de los indios y fantasías de los conquistadores, en una comunicación dificultosa entre lenguas, también empiezan a recorrer el territorio las Leyes de Indias, ese cuerpo de normas que intentaba poner freno a los “excesos” represivos de los españoles y proteger a la Corona de las ambiciones desmedidas que la desafiaban desde el otro lado del oceáno.
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