Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
Uno existe en el otro. Cuando uno se ve en el otro, uno se sabe a sí mismo, y uno no puede perder la propia huella del todo porque esa memoria propia está también en los otros. Es decir, lo que uno olvida, por alguna razón, lo recuerdan los otros, y vuelve a recordarlo. Si no hay nadie alrededor que nos devuelva esa memoria, los recuerdos se vuelven complicados de retener, se empiezan a alejar. Pero en mi caso, se generó como un sistema de alarma. En el momento en que me separaron de mis papás y los perdí, yo tenía once meses y medio. Era muy chica, pero pude registrar todos los lugares en los que estuve desde el operativo. Esos sueños mantuvieron cosas frescas en mi memoria no porque yo los recordara sino porque no se podían ir de mí y volvían con los sueños, volvían como podían. Yo no recordaba pero mi subjetividad no podía olvidar.
Las personas a las que nos han robado nuestra identidad tuvimos que atravesar una vida, con un conflicto y un nudo enorme, pero ese nudo no lo hicimos nosotros, tampoco nacimos con ese nudo. Ese conflicto no nace de nosotros, lo transitamos y lo sufrimos nosotros, pero nos excede, es público, es social. Tenemos la vida atravesada por esto, y trabajamos mucho para salir adelante, desde el análisis, la psicología, las terapias. Lo hacemos por nosotros, para que el conflicto no nos aplaste, que nos permita seguir viviendo, lo hacemos por nuestros hijos. Pero hay que tener mucha conciencia sobre esto: este conflicto no es propio, es también de la sociedad. La sensación es que uno vivió con el horror en las manos. Cada día como si apretáramos entre nuestras manos una pelota de horror, y uno iba con eso por delante mostrándoles a los otros el horror que nos había tocado vivir. Pero eso no es así, no se puede ir por la vida así, ni por nosotros ni por el resto de las personas, por las que conviven con nosotros pero también por las que no conocemos. Formamos una sociedad, un tejido, y recién cuando accedimos a la Justicia pudimos entregar ese horror a alguien más. Por eso la enorme importancia que tiene para nosotros que se haga justicia. Porque antes de los juicios, por más que lo contásemos, por más que lo divulgáramos, el horror lo seguíamos llevando en nuestras manos. Pero ahora está en manos de la Justicia. Y es la Justicia la que se encarga de devolvérselo a la sociedad toda. Y de repartirlo, lo que le toca a cada uno.
Testimonio de Angela Urondo Raboy, En mi nombre. Historias de identidades restituidas.
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