No hablaron por teléfono, no dejaron la urna en la ventana,
sólo un dedal calzaba el dedo al inocente.
Ahora duermen un poco más abajo.
Sobre ellos caminan
las señoras, los jueces
y el luto y la copa de flores.
Ellos abajo con tierra entre los dientes
discuten en los pasillos del motín,
la explosión grande,
la lepra clara sobre el mundo.
Tal vez nos pongamos de acuerdo
Si usted conoce algo eternamente calcinado,
Algo de Gog y Magog,
Algo del trono sepultado en el fondo del mar,
Si usted cree, como yo, que la poesía ha muerto
(rajá, turrito, rajá)
En la mierda sagrada de los citaristas.
Si usted cree que arremangándose y llorando
Puede aún rescatar en los pantanos de la belleza
Los huesos adorables de un soneto
Y con ellos levantar una casa escondida,
Un quilombo fantástico de ángeles.
Si usted cree, yo creo.
Y eso sí, compañero, hay que pisar las flores
Y sacarse la cera de Ulises, el de sucias orejas;
Porque ya las sirenas duermen en los castillos de los ojos del mar
Y el canto es, ahora, el aullido sin tregua de los hijos del pueblo.
¿Qué son las pérgolas esdrújulas?
¿Jardines sin señoras, avellanas
en la mano de los pobres,
o sombreros flotando en un río de aire?
¿O solamente eso, las palabras, las pérgolas?
Por los que en la noche esperan en las terminales
el ómnibus que no saldrá nunca,
por los que duermen en las Salas de Espera
de las Terminales abrazados a sus muletas,
por el amante que se va en el de las 2.05,
por el amante que se queda,
por el que golpea en la puerta del bar
y el bar está cerrado,
por los que no pueden pagar un taxi
y caminan bajo las estrellas hasta el amanecer,
te pedimos, oh Sol, padre de las diligencias
que parten al alba,
que no salgas nunca más.
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