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Sábado, 9 de septiembre de 2006

NOTA DE TAPA

Modernismos porteños

En México al 900 se están terminando los trabajos para recuperar un viejo hotel de inspiración catalana, que ya estaba al borde de lo irrecuperable. Una obra práctica que recupera una fachada valiosa y encantadora.

 Por Sergio Kiernan

Medio perdido en la cuadra vieja y maltratada de México al 900 se alza un hotel en pleno proceso de renacimiento. Es un pequeño edificio que resulta figurita rara en nuestra ciudad por la evidente influencia del modernismo catalán en su fachada, ornada con paños de mayólica y con unas herrerías fantasiosas y plenamente Art Nouveau de cuño español. Luego de largos años de gastarse como una suerte de pensión sin mantenimiento, la casa será reinaugurada este año como Don Telmo, hotel boutique y local de milongas y arte.

El hotel en plena recuperación, con sus herrerías y balcones.

El hotel nació en su fisonomía actual hace casi un siglo. Los actuales dueños consiguieron un viejo plano de obra fechado en 1910 y a nombre de un señor Soria, que evidentemente quería entrar en un negocio que se perdió y sólo ahora vuelve, el del pequeño hotel particular para viajeros. La Buenos Aires de ese Centenario era un centro de tránsito intensísimo, con una constelación de pequeños hoteles cercanos al puerto, a las estaciones ferroviarias principales y al Centro viejo. La capital de ese entonces tenía unos pocos grandes establecimientos y un cardumen de empresas familiares. Los restos de ese sector pyme pueden encontrarse con facilidad: son esas magníficas residencias, elegantes y muy bien construidas, que hoy son deterioradas pensiones familiares.

El de México al 900 no era la excepción. El hotel tiene en planta baja un local donde por muchos años funcionó un taller mecánico, con su propio patio y habitaciones traseras. Este sector será renovado como un restaurante, bar y espacio de arte autónomo, y el sótano del taller está siendo reciclado y adaptado como espacio de música y milonga. Para arriba hay dos pisos completos, que alojan el hotel en sí, y un tercero que supo ser el de la “piecita de la terraza” que fue ampliado para servicios y para crear un desayunador con una bonita vista urbana. El techo del edificio fue intervenido con todo por la joven arquitecta María Florencia Cuesta, que se encontró con una pesadísima capa de material suelto apiñado a pisón y lo reemplazó con una cubierta más liviana. La flamante terraza, con iluminación y canteros, será un ámbito para los pasajeros y un escenario para espectáculos dominado por las herrerías españolas que se ven en la foto de tapa.

Adentro, el trabajo se centró en recuperar las habitaciones, limpiar las finas maderas de incontables capas de pintura y curar patologías diversas. Por ejemplo, la medianera del hotel estaba rajada de cabo a rabo, y hubo que sujetarla con anclajes de hormigón prácticamente cada metro. La técnica de construcción del edificio es francamente llamativa: los muros son autoportantes, no tienen estructura, pero los vanos horizontales están sostenidos por grandes vigas en H de metal.

Un elemento notable del edificio son las dos habitaciones con puertas, vidrios y hasta celosías de madera curvas.

Alguna vez, en su debut, el hotel tuvo interiores elegantes. Lo único más o menos intacto es el hall de entrada que aloja la escalera que sube directamente de la calle, con sus molduras pintadas ¡al esmalte! El espacio de la escalera está iluminado en cada piso por unas muy bonitas rejas con vidrios coloreados, ya recuperadas, y las habitaciones tienen todas sus puertas de madera, ya libres del pegote de pintura. Se destacan dos sistemas, uno el de los ambientes nobles del frente, muy Art Nouveau y con vidrieras de colores, y los de la primera habitación hacia atrás, de maderas, vidrios y hasta celosías curvas, una verdadera rareza que fue recuperada con esmero.

Aquí y allá sobreviven unos pocos motivos ornamentales, yeserías que se salvaron del vandalismo o la decadencia de un hotel que fue cerrando con candado habitación por habitación, baño por baño, a medida que aparecían humedades o se rompía algo, hasta ser reducido a un pequeño infiernillo urbano. Cuando esté terminada la obra, el edificio no estará estrictamente hablando restaurado, pero sí va a recuperar su fisonomía de un apartamento grande a la calle y con balcón en cada frente, y un patio largo con ambientes en fila hacia atrás, cada uno con su puerta de madera vidriada y su celosía.

Pero lo notable de este hotel es su frente, una obra muy sólida de estilo clásico mezclado con vuelos catalanes. El hotel, que no es muy grande (700 metros cuadrados), tiene un empaque y un vuelo muy por encima de su tamaño, especialmente en su elevación. Las ventanas a la derecha, muy verticales, y su remate con agujas lo tiran hacia arriba, mientras que sus bien pensados ornamentos le dan movimiento en curvas y horizontales. Aquí y allá, bien pensados, están los coloridos y creativos paños de mayólicas asumidamente Liberty. Los balcones dan ganas de quedarse bebiendo la simplicidad de sus motivos ornamentales, unos hierros elegantes y vanguardistas.

La cuadra larga de México al 900 todavía está en mal estado y Don Telmo puede ser el disparador de una restauración general, sobre todo de dos o tres edificios de buen valor y mal mantenimiento, que harían toda la diferencia. Como hotel, tendrá su encanto de patios y terrazas, y le devuelve a la ciudad una fachada que vale la pena pararse a ver.

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