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Sábado, 28 de abril de 2007

NOTA DE TAPA

Con las mejores intenciones

Nada menos que seis comisiones de la Legislatura porteña analizan el Plan Urbano Ambiental, supuestamente una ley-marco que cambiará la ciudad. Pero su lectura permite verlo más bien como una lista de problemas, de esperanzas y declaraciones. Y esto está enojando a muchos vecinos.

 Por Sergio Kiernan

Hay una señora que vive muy enojada porque no puede hacer algo chiquito y la verdad que simpático: plantar un cantero en su barrio. El problema es que la señora vive muy cerca del Riachuelo, seguramente la zona más crítica de esta ciudad. Pero la señora sueña y hasta ofrece plantar Santa Ritas “de varios colores” si esta costa porteña alguna vez queda limpia y con pérgolas. Esta utopía de barrio, de mate y banquito, acaba siendo más lejana que el Hombre Nuevo, porque hace rato, muchos años ya, que los planes públicos son lo menos asertivo que sea posible. Las nubes de Ubeda, blandas y seguras, son el distintivo de nuestra política.

Como uno se acostumbra, no se repara en lo que se podría decir, sobre todo en tiempos de campaña. Por ejemplo, que hay que subir la densidad de población de Buenos Aires. O bajarla. O mantenerla como está. Tres políticas que requieren medidas claras y de voz alta. O que se van a construir parques a rajatabla, para lograr una ciudad verde. O que se va a hacer nomás una urbe de torres, con megatorres en la costa y reservas residenciales bajitas.

Pero la papilla que sirven en Ubeda es conveniente porque permite evadir responsabilidades, difuminar las “excepciones” tan rentables ellas y disimular la simple incompetencia. ¿Para qué pelearse con la Nación para que los colectivos –que son regulados por el gobierno nacional– no nos envenenen más? ¿Para qué pelearse con las ciudades vecinas declarando unilateralmente que el Riachuelo es una vergüenza? ¿Para qué proteger el patrimonio edificado si es más cómodo dejar que las constructoras lo traten como simples lotes a futuro?

Una buena muestra de esta mentalidad tan sensata es el Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires, que está siendo tratado en este momento por nada menos que seis comisiones de la Legislatura porteña. El nivel de energía invertida por el gobierno porteño en esta pieza legislativa es notable: en el viejo y bello palacio de la calle Perú se sabe que “quieren que lo aprueben” y se señala que no todos los días se alinean tantas comisiones para tratar algo en el recinto. Es más, el Puaba es presentado como un nuevo marco regulatorio que hará una gran diferencia en nuestro futuro urbano, una herramienta para resolver tantísimas cosas.

Leonardo Garcia

Cuesta creerlo: el texto completo del Plan Urbano Ambiental (disponible en nuestra página web www.pagina12.com.ar, en esta misma nota) recuerda más un completo paper de un estudiante avanzado de urbanismo que un plan de política pública. Es un largo diagnóstico de problemas históricos con interminables lugares comunes –que las vías van hacia el puerto para exportar los productos de la pampa, por ejemplo– y un capítulo de “soluciones” que son en realidad buenas intenciones de un alarmante grado de vaguedad. Por ejemplo, que para solucionar el tema del transporte hay que articular trenes, subtes y colectivos. Como dicen en Londres, chocolate for the news.

Para arribar a este nivel de indefinición, se realizaron entre 1998 y 2005 nada menos que 140 reuniones con ONG y entidades privadas. Luego, en los finales de ese año y en casi todo 2006, hubo 66 talleres con 136 entidades. Será que nadie se puso de acuerdo en nada, con lo que no se pudo ser específico... o que el plan es nomás un “proceso permanente de construcción”, como lo define el gobierno porteño. Como sea, el documento fue despachado por la Subsecretaría Legal y Técnica porteña y entró al circuito de comisiones para su tratamiento.

Este martes 24 se realizó una reunión abierta en el salón Jauretche de la Legislatura, convocada por la legisladora Teresa de Anchorena, que preside la Comisión de Patrimonio y forma parte de la de Planeamiento Urbano, receptora principal de Plan Urbano. El encuentro fue para ver qué decían varias ONG, grupos barriales y ciudadanos particulares sobre el documento, porque Anchorena no oculta su desconcierto: resulta difícil concluir si el plan es simplemente un inocuo flan burocrático, si vale la pena esforzarse en modificarlo con algún punto concreto, o si es una pantalla para que todo siga igual.

La mayoría de los participantes no tenía la menor duda: el Plan es “una coartada para seguir saqueando la ciudad”, como dijo tajante un señor de voz pareja. Otros señalaron que el Plan es un plan sólo en el nombre, que “es insanable, irrecuperable, vacío. La mitad es un diagnóstico, la otra mitad una lista de temas a tratar y una serie de instrumentos aplicables a Varsovia o a Añatuya”. Otro agregó que “son ideas vagas, sueltas, como si fueran esperanzas de un futuro mejor”. Y una vecina de Caballito descalificó el supuesto apoyo popular que tuvo la creación del Plan contando que fue presentado en reuniones en su CGP en términos “incomprensibles, por lo técnicos”. Y agregando que no encontró algo que ella y sus vecinos sí que entienden, las torres que “nos están robando nuestro barrio de casas”. En fin, en detalle y con los ánimos caldeados, el plan fue rechazado o por zonzo o por perverso, con una unanimidad rara de ver.

Leonardo Garcia

Más difícil de entender es el calibre de la bronca expresada. Por un lado estaban los que piensan lo peor posible de los políticos y están convencidos de que el trámite del Plan es una simple manera de ganar tiempo y tal vez algún voto. Por el otro los que se sienten acosados por problemas muy concretos, visibles y entendibles, que no están ni en el Plan ni el discurso público. Como detener las torres, ya transformadas en pararrayos de la bronca barrial.

Una vieja frase, de rango constitucional, habla de la publicidad de los actos de gobierno. Su sentido básico es, por supuesto, que el poder comunique lo que hace y cómo lo hace. Pero también quiere decir que lo que proponen los gobiernos tiene que tener sentido, tiene que ser entendible para los gobernados. Un ejemplo clarísimo fue la prohibición de fumar en lugares cerrados, hecha de apuro y sin cumplir los requisitos previos que se fijaba el propio gobierno porteño, y sin embargo muy exitosa. La idea era simple, clara y asequible a todos.

Las políticas urbanas llegan con demasiada interferencia, sin mucho rigor y faltas de conceptos fuertes. El Plan Urbano Ambiental es otra muestra de este tipo de política.

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Alejandro Elias
 
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