Sábado, 25 de agosto de 2007 | Hoy
GALERíA GüEMES
Por Sergio Kiernan
A veces pasa de tarde, a veces en trasnoches que incluyen mateadas entre el artista Claudio Gallina, el arquitecto Reinaldo Lemos y los demás involucrados. El sector final de la Galería Güemes, la formidable creación del arquitecto Francesco Gianotti, está recuperando sus ornamentos, luces y limpiezas, y sobre todo está recuperando sus murales ornamentales, dañados o perdidos por completo por un incendio, muchos años de fiaca y la habitual indiferencia porteña.
La Galería Güemes fue un inmenso emprendimiento comercial de 14 pisos de altura, un rascacielos de hace casi un siglo, y una obra de primer nivel del joven inmigrante Gianotti, que más tarde nos dedicó joyitas como El Molino. El formidable edificio fue un hito de la ciudad baja, con su cúpula elongada y coronada de un observatorio, y su pasaje cubierto, de triple altura, que va de Florida a San Martín, cruzando la manzana que completan Mitre y Perón por dos terrenos cosidos espalda a espalda por los dueños originales.
Gianotti desplegó en su edificio una mezcla muy porteña –muy americana– de tecnología de punta, proporciones clásicas, usos impecablemente modernos y un sistema de ornamentación ecléctico y erudito. El edificio fue pensado como una galería de fuste, profusamente ornamentada y elegante, que sirviera de base material y comercial a un gran edificio de oficinas. Gianotti desplegó un estilo básicamente Art Noveau cribado de esculturas y con un aire bastante bizantino. Pocas veces se vio tanto bronce en un interior y tantas hectáreas de boticino tan bien aplicado.
La galería anduvo muy bien y era uno de los ejes de la calle Florida hasta que llegaron los sesenta, cuando fue declarada anticuada y sufrió un fuerte incendio en el segmento que da a Florida. Como reconstruirla era cometer el pecado de historicismo –la vana excusa que usan los arquitectos para esconder que ya no pueden ni dibujar de nuevo un edificio así–, se reemplazó el noble frente con uno modernito de oficinas, pedorrín él. De paso, se llenó la gran arcada de la galería en sí de losas de hormigón, cosa de ganarse unos metros.
En 1995, de la mano del nuevo administrador, Fernando Bertello, comenzó el renacimiento de la galería, ya saqueada de muchos objetos invaluables y con sus ornamentos tapados de pintura beigecito o de una pátina de mugre histórica. Con buen tino, los socios entendieron que hacer renacer la gloria del edificio era valorizarlo, era rentable y energizaba una inversión. Así, en etapas, comenzó la restauración de la Güemes.
Quien la recorra podrá ver su gloria y entender por qué tanto trabajo. La obra dirigida por Lemos y asesorada por el doctor Felipe Monk está pensada para durar, con buenos materiales y con el tiempo necesario para hacer bien las cosas. Así, hay nuevos sistemas de iluminación, mármoles que brillan, cientos de horas de lustrado de bronces y un esfuerzo porque los locales vuelvan a respetar la línea original de aperturas que ya se nota. Y también hay turistas y locales que pasan abriendo la boca y señalando para arriba.
En este invierno, el último andamio toma el último segmento a restaurar y parte de la cúpula de Florida, ya renovada. Gallina cateó los frescos sobre los pares de ventanitas de la cúpula, mientras el resto del equipo renovaba ladrillerías y herrerías y construía instalaciones a nuevo. Los frescos estaban perdidos: al contrario que los de los demás segmentos, realizados en grafito, estaban pintados y lo que yacía bajo la capa de pintura cremita-hospital era un pálido fantasma. Como se ve en las fotos, Gallina ya comenzó a repintarlos.
Lo mismo ocurrirá en la cúpula, donde se perdieron los ornamentos en los entrepaños de formas tan raras entre ménsulas y las cintas de los arcos. Sucede que el incendio que devoró el frente llegó a los subsuelos y el humo ardiente subió por los plenos de servicios –los entremuros huecos que se usan para caños y cableríos– de los cuatro “pilares” que sostienen la cúpula. Este hipercalor destruyó todo. Curiosamente, se veían unas telas en mal estado, pegadas y tachonadas, lo que despertó esperanzas de que se encontraran los originales. Parece que hace cuarenta años alguien reemplazó los frescos perdidos por telas, y que esas telas fueron luego tapadas por el famoso beigecito. Abajo no había nada.
Por eso, y luego de preparar moldes por computadora, Gallina va a repintarlos en la cúpula, donde ya se repararon con prolijidad los revoques correspondientes. Luego de esto, y de reparar fisuritas rebeldes en el cañón corrido, bajarán los andamios y se verá casi toda la galería como la pensó Gianotti, dorado más o menos. Lemos anda pensando en estos días en cómo aminorar el efecto de tanto hormigón sesentista con algún juego de vidrios reflectivos.
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