Sábado, 10 de mayo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
La Casa Suiza, en Rodríguez Peña al 200, fue escenario de eventos políticos y culturales y tiene un muy peculiar edificio. Sus dueños quieren venderlo, pero ya se presentó un proyecto para catalogarlo. Alternativas y posibilidades del patrimonio.
Por Sergio Kiernan
Un experimento para los que pasaron los cuarenta: si quiere que los chicos se le queden mirando, cuénteles que cuando usted era chico en Buenos Aires se escuchaban idiomas y los acentos eran tantos que parecían lo más normal. Cualquiera que recuerde los sesenta con claridad, recordará el cocoliche de los inyenieris, las erres arrastradas de los alemanes, el ceceo español, el castellano tan yidish de los judíos y el hecho fascinante de que los tintoreros eran realmente japoneses que preguntaban en japonés si estaba listo el saco de tu papá. Todas estas comunidades, claro, tenían sus instituciones, edificios simbólicos cubiertos de escudos del viejo país pero hechos para mostrar a qué habían llegado los inmigrantes en el nuevo.
De este universo poliglota quedan los nietos, unánimemente argentinos y más o menos comprometidos con los castillos de los abuelos. Así prosperan el Centro Gallego y la Dante Alighieri, pero en las tintorerías te atienden hasta en reo y hay edificios que ya nadie sabe para qué usar. Lo de las comunidades parece haber pasado, excepto por los turistas. Este sayo le cae evidentemente a un edificio muy conocido de una comunidad pequeña y discreta, la de los suizos.
Es que la Casa Suiza está en pleno centro y tiene un bello cartelón Art Déco grabado en la entrada de su lote doble ancho de Rodríguez Peña al 200. En sus tiempos, bajo el cartelón –“Casa Suiza, Sociedad Filantrópica Suiza”– circulaba mucha gente, porque la entrada sigue en un enorme pasillo que asciende gradualmente a una sala teatral, muy usada por rockeros y teatreros diversos hace algunas décadas. El lugar hasta fue escondite de algunas Madres de Plaza de Mayo, que se refugiaron en su sótano durante tres días para escaparles a los militares.
La Sociedad Filantrópica es de las más viejas instituciones inmigrantes de Argentina. Fue fundada en 1861, cuando ya había una comunidad en Buenos Aires y hasta en el interior, increíblemente para nosotros con problemas económicos y sociales. Para 1891, el país y sus suizos habían prosperado y la Sociedad compraba el terreno en la calle Rodríguez Peña. En 1893 ponían la piedra fundamental de su sede, que quedaba abierta en 1895. En 1914, los suizos compraron el terreno lindero, en el 240 de Rodríguez Peña, y hasta realizaron un concurso para construir una nueva sede. Lo ganó un arquitecto suizo-argentino de nombre Albertolli y es una pena que nunca se construyera su proyecto: era un edificio en la variante jugenstil del Art Nouveau y hoy sería una rareza porteña.
La casa, como la vemos hoy, es resultado de la remodelación y ampliación de 1937, que terminó en dos sectores muy diferenciados. Por un lado está el frente Art Déco, bajo y largo, con la entrada y dos locales a los lados. Además del enorme hall hay unas pequeñas oficinas, la escalera al sótano, un bar y las puertas teatrales a la sala. Quien entre al salón ya estará en el edificio principal y más antiguo, que tiene dos pisos más con oficinas y salones. Este segundo edificio está a veinte metros de la vereda, con lo que resulta casi invisible desde la calle: sólo puede ser visto desde la terraza del largo pasillo o desde algún edificio de enfrente. Así se ve una fachada seca, con ventanas de medio punto.
Todo este conjunto tan importante –por lo edilicio y por la cantidad de cosas que pasaron allí– está en peligro porque a la Casa Suiza le caben las generales de la ley en cuanto a comunidades inmigratorias. Así, circula entre la comisión directiva de la Sociedad Filantrópica el proyecto de vender la sede para que alguien construya un edificio nuevo. Para empeorar la sensación de desastre, el CAAP acaba de aprobar la catalogación de siete edificios en el 100 y el 200 de Rodríguez Peña, con lo que una muestra de arquitectura comercial contemporánea justo allí arruinaría un conjunto protegido.
Como para prevenir tantos males, la diputada Teresa de Anchorena acaba de presentar en la Comisión de Patrimonio de la Legislatura, que ella preside, un proyecto para catalogar la Casa Suiza con el grado cautelar, que impide demolerla o alterarla drásticamente. Anchorena respondió así al llamado de un joven miembro de la comunidad suizo-argentina, que el mes pasado llamó a la Legislatura preocupado por lo que habían votado en la Sociedad.
Este martes, el CAAP trató el asunto –su recomendación es muy importante para las catalogaciones– y decidió que más que catalogar el edificio había que declararlo Sitio Histórico de la Ciudad, lo que implica un grado de protección todavía más alto. Un edificio o lugar que sea sitio histórico porteño no puede ni siquiera ser vendido sin permiso del Ministerio de Cultura porteño, además de toda la protección frente a demoliciones y alteraciones que trae la catalogación.
La diputada Anchorena les giró copias del proyecto de catalogación a todos los implicados, recordándoles que el solo hecho de que se tramite la ley congela el edificio como si estuviera ya protegido hasta que se decida la cuestión. En este caso, las notas fueron a los órganos del Ejecutivo que autorizan demoliciones y obras, para que las bloqueen si se las piden, a la misma Casa Suiza y a la embajada de ese país. Los diplomáticos aclararon a m2 que ellos no tienen ninguna influencia ni poder de decisión sobre la Sociedad Filantrópica, que es una institución argentina a la que ven con natural simpatía pero que no controlan en absoluto. Y también detallaron que no pueden afrontar eventuales gastos de restauración. Sucede que Suiza es una federación de cantones soberanos, cada uno con su gobierno, y que la Federación no tiene un ministerio nacional de cultura. Cada comunidad de emigrantes debe dirigirse a “su” cantón. El presidente de la Sociedad, el doctor Spinedi, pidió una audiencia con la diputada Anchorena, que lo recibe la semana próxima.
Uno de los temas que pueden explicarle es el de la ley que permitirá vender el espacio aéreo de los edificios protegidos. Esta ley, que impulsa Anchorena, está ganando tracción en la Legislatura, con apoyo multipartidario. Es una estupenda idea y muy sencilla: el edificio catalogado no puede ser alterado ni demolido, con lo que queda sin usar un número de metros cuadrados construibles en ese lugar. Esos metros “virtuales” ganarán existencia legal y podrán ser vendidos para ser construidos materialmente en otro lugar. Así, particulares o entidades como la Sociedad Filantrópica podrán conservar su edificio y a la vez venderlo, pero virtualmente.
Es cuestión de tener un poco de paciencia.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.