Sábado, 3 de septiembre de 2011 | Hoy
Este martes hubo un encuentro que tuvo momentos absurdos, que serían divertidos si no fuera porque el tema fue otra de nuestras desprolijidades culturales. En la Casa de Liniers, a última hora de la tarde, se habló de las columnas que forman un propileo en el islote del Jardín Zoológico, con foco en si eran o no eran bizantinas. Tamaña erudición de debate contrastó con el entorno: el propileo está en ruinas, el concesionario del Zoo jamás lo cuidó o restauró, el gobierno porteño lo recontrarrequetebanca en su actitud, tanto que le estiró por decreto la concesión vencida en febrero y parece no tener nada que observar sobre el estado del parque.
Tal es el placer del gobierno de Macri con el concesionario, que la funcionaria que abrió el debate lo primero que dijo fue que el Zoo es un negocio y que el concesionario debe hacer dinero. La funcionaria era Liliana Barela, directora general de Patrimonio Cultural e Instituto Histórico, quien agregó que el patrimonio del jardín es valioso porque resulta otra atracción rentable al concesionario, idea peculiar en una funcionaria del área.
La siguiente en hablar fue Yamile García, también funcionaria municipal, que al menos tuvo la decencia de criticar el patético estado del propileo. Este objeto ornamental consiste en una suerte de patio en semicírculo formado por un murete bajo el que se asientan siete columnas, todas diferentes, que sostienen a su vez un dintel. En el medio hay una fuente rota, que hace mucho dejó de funcionar. El conjunto está en crisis, sostenido por una estructura metálica feísima y tan vieja que ya se está pudriendo por el óxido.
García considera que nada en esta pequeña construcción es original de Bizancio o de la antigüedad en general. Insistió en señalar una de las columnas, rota y mostrando hierros florecidos, para implicar que todas son sospechosas hasta que se hagan pruebas granulométricas. Que las otras seis columnas estén intactas no conmovió a la funcionaria.
El tercero en hablar, Daniel Shavelzon, disintió y dijo que una de las columnas, el basamento y el dintel son evidentemente de la época de construcción del Zoo, pero las otras seis columnas son muy antiguas. Shavelzon mandó fotos a Europa y desde allí las identificaron como posibles piezas del período ostrogodo en Ravena. Los europeos se extrañaron de encontrar semejantes piezas por aquí, pero Buenos Aires supo coleccionar a lo grande, con lo que hay una pieza del Foro Romano en la base del monumento a Colón y más de una columna de esa misma área romana en colecciones privadas.
Un lado divertido fue la discusión por el significado de la “leyenda griega” que se repite en el dintel. Ambos disertantes se engancharon en interpretarla, sin advertir que sería una leyenda, pero en latín: “Cives pentapolis in turrem ascendite”. Menos divertida fue la negativa rotunda a hacer algo respecto al patético estado del propileo, con frases tipo “no tenemos poder para restaurar” o “el concesionario tiene que dar autorización”. Como para no escupir para arriba, todos se cuidaron muy mucho de acusar al concesionario o señalar al Ministerio de Cultura por el estado espantoso del patrimonio edificado del Zoo. Hablaban como si hubiera sido el huracán Irene.
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