El escritor argentino le hizo una larga visita a la ciudad de su exilio, la que tanto quiso y donde creó buena parte de su obra. Desde el medio del Támesis, caminando por sus calles viejas, descubre los cambios que van de la Blitzkrieg a la nueva guerra de los especuladores inmobiliarios.
› Por Andrew Graham-Yooll
Todas las ciudades modernas ven cambiar su horizonte constantemente. Hoy, por lo general, los cambios se deben a la codicia inmobiliaria. Pero también la historia de guerras, bombardeos y conflictos domésticos alteran la línea edilicia. En Buenos Aires, la vista de la llegada por río a la Reina del Plata se transformó con el desarrollo de Puerto Madero. Detrás de esa primera línea de hormigón no se puede ver nada, aplanado todo por la interminable llanura. Sin salir del Río de la Plata ¿qué pasaría si en la entrada a la bahía de Montevideo se tapara el Cerro? ¡Horror! Difícil de imaginar. Puede suceder si donde hubo frigoríficos en la cuesta del Cerro los operadores de la construcción conspiraran para arruinar la línea del horizonte, como ya lo han hecho en Punta del Este.
Corte, a otra capital. Londres hizo de la vista de la City la materia prima de una sub industria de tarjetas postales. Se la mira hacia el este, hacia el centro financiero, desde el puente más cercano al Parlamento de Westminster. A lo largo de su historia, la ciudad fue arrasada por el fuego y las bombas. El dinero que permitió su crecimiento tiene los más variados orígenes. Un incendio que se inició en una panadería en septiembre 1666 y duró una semana devastó la ciudad medieval. De las cenizas surgió otra urbe. Los londinenses siempre se han sentido orgullosos de la histórica vista de ese horizonte. No era tan antigua la línea destruida también en parte por las bombas de Hitler. Sin embargo, desde el puente Hungerford, que conecta la estación de Charing Cross con el Royal Festival Hall, se logra el mejor panorama de la City de Londres.
Hoy sólo queda el domo de la catedral de San Pablo en la conocida y celebrada vista de las novelas de Charles Dickens. Hay ciudadanos que aun creen que marcará el fin de la histórica ciudad si se tapa la vista de ese centro religioso diseñado por Christopher Wren en 1675, después del gran incendio. A la distancia algo más queda: en la izquierda, al norte, está el viejo edificio conocido como Shell Mex House, construcción iniciada en 1930 y completada en 1947, que es el mayor símbolo del Art Decó en la capital. Fue comprado hace un par de años por una empresa alemana que pagó 500 millones de dólares a la financiera que era su titular. Y del otro lado del río Támesis, a la derecha y al sur, están el National Film Theatre que data de los ochenta del siglo pasado y el salón del Festival de Gran Bretaña, de 1953.
La marcha edilicia no se detiene. Se habla ahora en Londres de siete nuevos e inmensos edificios. Uno hubiera imaginado que la mentalidad conservadora del inglés haría que rechazaran las novedosas formas de algunos edificios. Pero no sucedió así. En realidad, hasta se encariñaron con algunas de las nuevas formas, siempre que no tapen San Pablo. Por ejemplo, El Pepino, The Gherkin, que en la foto está escondido, quizá como corresponde, por otro edificio al que le dicen el Rallador de Queso. El Pepino está en el corazón de la City, tiene 41 pisos (180 metros de alto) y costó unos 200 millones de dólares (138 millones de libras esterlinas) para construir. Para construirlo, hace casi diez años, se pagaron 600 millones de libras, unos 900 millones de dólares, por el edificio que antes ocupaba el lote.
El Rallador de Queso, The Cheese Grater, que tapa al pepino está en la calle bancaria de Leadenhall. Richard Rogers, el más visible de los arquitectos, describió el estilo como “expresionismo estructural”. El edificio que ocupaba el mismo espacio se había construido en 1969. En 2007 se procedió a la demolición, que tardó dos años. En el predio de esta construcción de algo más de 450 millones de dólares (286 millones de libras) estuvo durante muchas décadas la compañía de navegación al este de Suez, Pacific & Orient Navigation Co., que había comprado la posada que se hallaba en el terreno por 7.270 libras en 1845.
Quizás lo más interesante a la vez que enigmático de la nueva vista de la City de Londres es el llamado The Shard (que se traduce como la esquirla, el fragmento, la astilla) por su cúspide que parece producto de una rotura. Es el máximo atractivo de la ciudad, con sus 73 pisos y 310 metros de altura, pero máxime por la vista que se logra desde el piso 72. Para llegar hasta ahí un visitante tiene que pagar unos 60 dólares para acceder al salón de té que ha puesto la antigua casa Fortnum & Mason. Ahí se le asegura al cliente “una experiencia de helados realmente decadente”. La casa anuncia que está el Champagne Bar más alto de Europa, donde una botella no muy especial se cotiza en unos cien dólares.
Entre todos esos monstruos, se destaca la permanencia del domo de San Pablo.
Fascinante es la concentración de capitales en esta ciudad capital que sólo abarca una milla cuadrada (el resto son Comunas de diferente nombre, si bien todas responden a la autoridad de la intendencia de Londres). Esto no es de reciente creación. Un joven historiador anglo-nigeriano, David Olusoga, se propuso hacer la gran historia de la esclavitud a partir del hallazgo de varias toneladas de documentos en la Universidad de Londres que detallaban el proceso de desmantelamiento de la esclavitud en el Reino Unido y en sus colonias. La campaña contra la esclavitud comenzó en 1780, y su conclusión, casi definitiva, se logró en 1830 bajo el liderazgo de lord William Wilberforce. Había en total 46.000 empresarios dueños de esclavos. Se decidió que la única de poner fin a la explotación del ser humano como propiedad comercial era pagando indemnizaciones a los dueños. El gobierno británico dispuso un presupuesto de veinte millones de libras y en total pagó quince millones que, al valor de hoy, equivaldría a 15 mil millones de libras, bastante más de veinte mil millones de dólares. Algunos compensados perdieron todo, pero muchos más invirtieron en ferrocarriles, compraron bancos, empresas. Fueron la base de financiación de la Revolución Industrial.
Es bueno recordar, al mirar el horizonte de la City, que no pocas empresas (aseguradoras como Lloyds, por ejemplo, y grupos financieros) son los herederos casi directos de los dineros de la esclavitud. Uno de los más grandes esclavistas fue John Gladstone, en la hoy llamada Guyana, padre de quien llegaría a ser un famoso primer ministro, William Gladstone. Sus herederos, agradecidos, la City, también. Probablemente los turistas que miran desde el puente de Hungerford, pueden ser incluidos.
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