Sábado, 12 de junio de 2004 | Hoy
El Foro Argentino de Diseño arrancó con uno de los temas que siempre sobrevuelan el campo de esta disciplina. Diana Cabeza, Eduardo Naso y Ricardo Paz, tres de los disertantes, dieron buenos ejemplos a través de abordajes personales.
Por Luján
Cambariere
Algunos diseñadores ni siquiera quieren discutirlo. Los más jóvenes siempre se lo preguntan. Los oportunistas, que nunca faltan, se obsesionan por encontrar “ese no sé qué” que nos distinga, que nos haga únicos y sobre todo exportables al resto del mundo. Lo cierto es que la de la identidad es una cuestión que siempre sobrevuela los campos del diseño, sobre todo al sur del mundo, y por eso fue elegido por los organizadores del Foro Argentino de Diseño como uno de los primeros temas a debatir. Las exposiciones de los diseñadores Diana Cabeza y Eduardo Naso, y de Ricardo Paz, titular de Arte Etnico Argentino, en el día inaugural tuvieron la riqueza de mostrar sus abordajes personales. No hubo recetas. No hubo una única respuesta. Ni claves. Ni pasos a seguir. Tampoco sólo un material, ni un color, ni un modo de hacer las cosas emblemático. Sí, un acercamiento totalmente intimista de sus vivencias, sus búsquedas personales, por las que llegaron a lo más lindo que tiene el diseño: el alma que hay detrás de los objetos. Un espíritu que, sin dudas, es distinto al sur del mundo.
En el paisaje
A la arquitecta Diana Cabeza, uno de los máximos referentes en equipamiento
doméstico, urbano e institucional del país, multipremiada y con
productos licenciados al exterior, le interesa sobre todo reinstalar el tema
de la identidad por considerarlo muy manipulado, confundido en muchos casos
con el folklore y vaciado de contenido. “La identidad es un tema que se
construye paso a paso, es un proceso cultural propio de la pertenencia a un
sitio y de la relación del hombre con el paisaje. Si hay algo que nos
define es esta presencia del paisaje. Nuestro paisaje infinito, imponente, exuberante.
Por eso la organización del espacio tiene una fuerte relación
con el sitio que habitamos”, señala.
Y sin querer nos va conduciendo en su propio viaje. Es que Cabeza viene trabajando
el tema de la identidad a través de la investigación de distintas
regiones del país desde 1989. Y ahí nos lleva, con su reflexión
y su charla empezando por el Delta del Tigre. De ahí analizó la
cestería y silletería, la mano de obra que genera la economía
regional. “Con la idea de revalorizarla, nace un elemento de descanso
con mimbre como materia prima. Ahí la identidad pasa por aprovechar el
potencial regional (el mimbre) y reformular un tipo, la silla marplatense devenida
en silla galletita”, relata.
De La Pampa toma la suela y proyecta el sofá Sensual Pampa, una curva
de multilaminado que asemeja las ondulaciones de esta región. Enseguida
nos transporta a la Puna. Y allí a los atrios de las iglesias. “Ahí
se define la valoración del espacio como lugar de encuentro. A 4000 metros
de altura, donde el protagonismo de la piedra maximiza la materia prima y minimiza
la tecnología. Eso ayuda a repensar los objetos de diseño no como
vedettes o estrellas. A ahondar en la cultura del no objeto”, detalla.
Y nos muestra el muro-banco o sillón o el árbol-banco. De ahí,
vuelo rasante a la Patagonia y más precisamente a las canteras de pórfido.
En el Ecocentro de Puerto Madryn, Cabeza se luce con una topografía útil,
casi una escultura obviamente en piedra. “Sobre todo lo que incorporé
a mi campo proyectual es el soporte del rito social”, cuenta Cabeza. Y
no termina de decir esto para traernos de nuevo a la ciudad de Buenos Aires.A
Puerto Madero. ¿Cómo trabajar la identidad en nuestros sitios?,
se pregunta. “Cuando diseñamos debemos encontrar el espíritu
del lugar. Responder a todo su carácter, la huella. La identidad es la
huella que dejamos en un sitio”, remata. Y no hay duda de que ella lo
logra con piezas contemporánea en las que se patentiza el registro de
lo nuestro.
Reflexión por encargo
Antes de comenzar con su disertación, Eduardo Naso, docente y presidente
de la Asociación de Diseñadores Industriales, confiesa que el
de la identidad es un tema que abordó en base a la preocupación
de otros, sobre todo de los diseñadores más jóvenes que
siempre lo consultaban. De ahí que para él, la primera cuestión
pase por responder al “por qué” y “para qué”
de la identidad.
“Italia no se propuso tener una identidad. Eso es algo que sucede después
de años de trabajo. También es cierto que el ser humano necesita
ser reconocido socialmente. Necesita ser tenido en cuenta, valorado culturalmente.”
Ahora bien, él aún no encuentra una identidad en el diseño
argentino. No la encuentra por el producto sino tal vez en el modo, la operatividad,
en lo que él llama el estilo escenográfico, porque “como
en la escenografía, se utilizan recursos para lograr productos que parecen
pero no son: muebles que parecen estar producidos en serie pero en realidad
son prototipos, muebles que parecen estar resueltos con matricería de
alta producción y en realidad se moldean con procesos alternativos, muebles
que parecen importados. Y esto responde a un mercado, a sociedad que quiere
parecerse a otras”, detalla.
¿Cómo revertir esto en beneficio de los productos locales? “Reemplazando
el concepto de importado por exportable. Un producto exportable es aceptado
por la sociedad a la que se quiere parecer. Entonces si ellos lo aceptan y quieren
tenerlo, nosotros también. Como segundo paso, si pensamos en exportar,
tendríamos que responder al tipo de diseño que se espera de nosotros.
Tendríamos así una genuina identidad generada por la búsqueda
de mercados y no la inconsistente búsqueda de la identidad en sí
misma”, remata.
En el monte
Su búsqueda de identidad personal empezó hace veinte años
y en realidad viajando por el extranjero. Paz cuenta que le llevó una
década descubrir sus raíces en la Puna Incaica, en Santiago del
Estero, el lugar donde según él nació la Argentina. “El
primer asentamiento español ocurrió hace cinco siglos atrás
allí. Santiago representa a todo el interior. Sobre todo a esa relación
de la naturaleza con el espacio. Desde ese momento, él trabaja al rescate
de esa artesanía y mobiliario en llama, tiento y madera.”
¿Para exportar? “Fundamentalmente hay que cambiarles la función.
En las casas del norte no se usan alfombras (el piso es de tierra). Ni mesas
bajas, ya que no hay sillones”, explica. ¿Un punto en común
con Europa? “Los espacio reducidos, en el caso del norte para poder sostener
con las paredes el techo.” Y en seguida muestra una foto de sus muebles
en Milán. Un trabajo que, según él, le permite ocuparse
de una búsqueda por la identidad que en su caso pasa por lo social.
“Yo intento adaptar el mundo a las condiciones del monte. Que cien artesanos
hagan una silla y no una máquina cien sillas. Tengo la necesidad de cuidar
el monte, de cuidar ese tesoro. Esa es nuestra identidad. Nosotros aún
tenemos árboles, en Europa no.”
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