Sábado, 17 de junio de 2006 | Hoy
LA ARQUITECTURA HABANERA EN UN LIBRO
Un nuevo libro de la Editorial Taschen hace un tour por la isla, mezclando patrimonio, arquitectura moderna, ranchos y hoteles provincianos. Y todo sin explicaciones.
Este es un libro francamente llamativo. Primero como objeto físico, ya que es grande, pesado, lujoso, impecablemente bien impreso. Luego por su concepto. Inside Cuba sólo cumple con su título, ya que todo lo que contiene está realmente dentro de Cuba. Pero ni explica ni cumple ninguna otra consigna, ya que no es un libro sobre patrimonio cubano, ni sobre su arquitectura modernista, ni sobre el estilo de vida de los cubanos. Es, en realidad, una mezcla de todo eso, una suerte de tour que se entiende al tomarlo pero resulta más que difícil de anunciar. Tal vez por eso la obra no tiene introducción ni presentación.
El libro recorre 24 edificios habaneros y 18 en Cojímar, Varadero, Santiago de Cuba, Bayamo, Trinidad, Cienfuegos, Pinar del Río y Viñales. La recorrida fue organizada por Julio César Pérez Fernández, que aporta pequeños textos en cada parada. Las fotos son de Gianni Basso y la edición es Angelika Taschen.
En el capítulo habanero hay joyas coloniales justamente famosas, como la Casa de la Obra Pía y el magnífico palacio de los Capitanes Generales, en La Habana Vieja. La obra pía actual es de mediados del siglo XVIII, cuando se unificaron dos casonas más antiguas para crear un ámbito más amplio. La obra es una muestra de esa arquitectura de las columnas, de la penumbra ante el sol y de la búsqueda de la ráfaga de aire fresco que tan bien cantó y explicó Alejo Carpentier. Hay galerías perimetrales, ambientes colocados de modo de capturar aires en movimiento, zaguanes protectores. Lo mismo, pero más severo y con sorprendentes toques neoclásicos, se puede ver en el palacio de los capitanes, viejo centro del poder colonial, con sus salas de honor y boato.
El libro incluye edificios de menor valor arquitectónico pero muy conocidos y a su manera patrimoniales, como la Bodeguita del Medio, el atorrantón y simpático restaurante de La Habana Vieja, el hotel Dos Mundos y el Floridita, en el Centro, la fábrica de tabacos Partagás y la insólita heladería Copelia, en el Vedado, que parece una prima lejana de nuestro Planetario, una que terminó casada con una catedral de Niemeyer y se ganó cementos armados voladores y vitrales estallantes.
También hay casas particulares, una verdadera curiosidad. En las habaneras, se incluye la muy insólita y ruinosa residencia particular que aparece en la película Fresa y chocolate, y es hoy un “paladar”, un restaurante privado. Las tomas permiten ver un salón italianizante glorioso y cachuzo, que hoy se usa para colgar la ropa. También está la casa de Angelina de Inastrilla, una vecina común y corriente que vive en el Centro Viejo, lo primero que se construyó fuera de las murallas de la ciudad vieja. Doña Angelina tiene una casa del siglo XIX con herrerías españolas –canceles que dan seguridad pero dejan pasar la brisa– y mosaicos por todos lados. Otra casa similar, pero en mejor estado, aloja un templo umbanda, una tercera es el taller del pintor Leonardo Cano Moreno y otra es el magnífico palacio neoclásico, muy porteño él, que construyó en 1926 Miguel Alonso. Otro asunto son las viejas mansiones de la nobleza –sí, en Cuba había nobleza de título español y colonial–, de la burguesía industrial y los grandes propietarios rurales. En este desfile de eclecticismos del siglo XIX y principios del XX se destacan la casona andaluza del joyero Jair Mon Pérez y el increíble catálogo de motivos franceses de la mansión de la condesa Revilla de Camargo. La mansión tiene hasta un jardín de las cuatro estaciones –aunque en Cuba hay sólo dos– con esculturas alusivas en mármol, e interiores comprados enteros en Lalique de París.
En el tour hay algunos hoteles. Uno es, por supuesto, el Nacional, que todavía lucra con su imagen de favorito de Hollywood, y el espantoso, insólito Habana Riviera que mandó a hacer el mafioso Meyer Lansky en 1957. El Riviera está conservado hasta el último detalle y para gente de cierta edad puede resultar pesadillesco: lámparas sputnik, relojes espaciales, pseudo arte de hierros calados, murales geométricos en cerámica policroma, esculturas “orgánicas”, en fin, todo el mal gusto de una época preservado. El Riviera, de paso, prueba que nada envejece más rápido que una vanguardia y que ninguna envejeció peor que ésta.
No todo es mal gusto en la selección de arquitectura moderna, sin embargo. Está la casa Pérez Farrante, muy influida por Le Corbusier y con todos sus muebles de época, y la Schulthess, creada por Richard Neutra en 1954 para un banquero suizo, que también conserva buena parte de su equipamiento de época.
Saliendo de La Habana la primera parada es la Finca Vigía, la quinta vieja de Hemingway que hoy quedó rodeada por un barrio más que modesto. Luego se muestra el divertido hotel Varadero Internacional, cincuentista pero más simpático que el Riviera. Llegados a las provincias viejas, como Santiago, se ven piezas impresionantes como la casa de Diego Velázquez, una sede rural colonial española de gran belleza y varias casas de fuste pero de clase media, que conservan una época de buen gusto y vocación de elegancia.
Tal vez lo más original del libro sea su final, en Viñales, donde se visitan humildes casas rurales, lo que los cubanos llaman bohíos. Una es el taller y jardín de esculturas de Noel Díaz Gala, otra es la casa y secadero de tabaco de un vecino, la tercera es la muy simple morada de Yuseli Otaño y la final es la todavía más simple de Francisco Menéndez. Son todas estructuras muy sencillas, mal mantenidas en varios casos y eminentemente prácticas en todos. Es evidente que la vida del campesino rural cubano sigue sin ser fácil
Editorial Taschen:
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