CRONICA SOBRE EL “XVI FESTIVAL DE LA JUVENTUD Y LOS ESTUDIANTES”, EN VENEZUELA
Miles de extranjeros llegaron a Venezuela para participar del festival que inauguraron los países socialistas dos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial: vietnamitas, angoleños, refugiados del Sahara occidental, latinoamericanos, europeos, ¡estadounidenses! y tres iraquíes (uno en silla de ruedas) se juntaron para torcer el destino del mundo. Cierra la Bersuit.
› Por Martín Piqué
Desde Caracas, Venezuela
“Esto se parece al desfile de los Juegos Olímpicos.” Sorprendido, el joven argentino de la Federación Juvenil Comunista miraba hacia el enorme Panteón de los Próceres, donde se veía a pocos metros la figura de Hugo Chávez. Desde allí saludaba a cada una de las 144 delegaciones de jóvenes que viajaron hasta aquí para participar del XVI Festival de la Juventud y los Estudiantes. Eran unos 17 mil extranjeros, una delegación de 200 argentinos. Si se sumaba a los venezolanos, la muchedumbre superaba las 30 mil personas. Fue el lunes a la noche, en la inauguración del festival cuyo lema es “Por la paz, contra el imperialismo y la guerra”. En el cierre habrá música: la cuota de cantautores está garantizada con Chico Buarque, Luis Eduardo Aute, Vicente Feliú y Silvio Rodríguez. La Argentina aportará otro sonido con Bersuit Vergarabat y la infaltable Actitud María Marta. Pero lo que más se escucha en este país es el reggaeton.
La agenda incluye seminarios sobre “El socialismo del siglo XXI”, “Las luchas antiimperialistas en América latina”, “La democracia revolucionaria y la participación de la juventud”, “El papel del hip-hop en la lucha antiimperialista”, “El movimiento juvenil contra la Unión Europea”, entre muchas otras actividades. Los nombres suenan tan exóticos por la diversidad de la convocatoria: entre los asistentes hay vietnamitas, angoleños, refugiados del Sahara occidental que protestan contra la dominación de Marruecos, como también brasileños –repiten el “pentacampeao” cada vez que ven una bandera argentina–, europeos, norteamericanos, cubanos y colombianos.
También hay delegados de países inesperados, como Islandia, Kenia y Barbados. Después de Venezuela, las delegaciones más numerosas son las de Colombia, Cuba, Estados Unidos y Brasil. El mayor impacto visual, sin embargo, lo produjeron Vietnam y Corea del Norte. Los vietnamitas encabezaron su delegación coreando “Ho Chi Minh/ Ho Chi Minh”. Los seguían mujeres maquilladas de blanco, que movían sus sombreros con el ritmo con que los fanáticos de Los Piojos agitan sus manos cuando suena Agua. Corea del Norte también provocó impresión: bastaba con ver el rostro de Kim Il Sung en sus banderas y su forma jerárquica de organizar del desfile: primero iban los miembros más importantes de la delegación, vestidos con camisas blancas y corbatas; y atrás, otros con camisas azules y sombreros.
Cubanos, iraquíes y yanquis...
Para comenzar el recorrido, cada manifestante debía pasar por un detector de armas. La precaución respondía a ciertas amenazas recibidas. Si alguna delegación podía esperar algún chiflido, era la norteamericana. Pero las desconfianzas se disiparon pronto. Con mayoría de latinos, caminaban cantando: “Ey, ey, ey/ ou ou ou/ US out of Guantanamo”. Entre ellos estaba Carlos Mejía Godoy, famoso compositor nicaragüense: su hijo Camilo se había alistado en el ejército norteamericano y fue preso por negarse a combatir en Irak. Entre las banderas sobresalía “Latinos contra la Guerra”, donde marchaba Milly Guzmán, nacida en Nueva York, pero que se presentaba como puertorriqueña. “Los activistas sabemos la verdad que los norteamericanos medios no saben. El gobierno de Estados Unidos apoyó un coup (golpe de Estado) en Venezuela”, dijo al No mostrando su spanglish.
Como una ironía del destino, pocos metros atrás marchaba un grupo de musulmanes vestidos con ropa tradicional. Eran beduinos del Sahara occidental y no miembros de Al Qaida, como fantaseaban los curiosos. “Somos el único país de Africa que todavía es colonia. Pertenecemos a Marruecos. Nuestro país es tierra de nadie”, explicaba Fadel Mohamed, de 29 años. En el Sahara occidental hubo una guerrilla, el Frente Polisario, que combatió a los marroquíes. La guerra terminó en 1991.
Los cubanos fueron las estrellas. Sólo una comitiva generó tantas muestras de simpatía como la que inspiraron ellos: la de Irak, integrada por tres personas, una en silla de ruedas. “No nos da la gana/ de ser una colonia norteamericana/ Sí nos da la gana/ de ser una potencia latinoamericana”, cantaban los casi dos mil delegados de Cuba (500 residentes en Venezuela). Todos de jeans y las mismas zapatillas deportivas blancas hechas por una empresa pública, los cubanos bailaban, cantaban contra Bush y agitaban a la multitud: “Fidel/ Fidel/ ¿qué tiene Fidel?/ Que los imperialistas no pueden con él”. El líder estaba siguiendo todo por televisión desde La Habana. Entre los cubanos había extranjeros que estudian en la isla. “Cuba es un país maravilloso, el país de la paz y la solidaridad”, aseguraba Calid Salami, 22 años, nacido en Rabat (Marruecos), estudiante de Ingeniería de la Universidad de Cienfuegos.
Compañeros, camaradas,
compatriotas...
Como en la inauguración de los Juegos Olímpicos, cada delegación se diferenciaba por algo. Los colombianos, que habían tenido que superar muchos obstáculos para llegar, estaban eufóricos y se descargaban con críticas a su presidente. Gritaban: “Uribe/ pirobo (puto)/ el pueblo no es tan bobo”. Los alemanes, en tanto, exhibían banderas de Alemania oriental y cargaban con una pancarta enorme que representaba aquella foto famosa de un soldado del Ejército Rojo izando la enseña de la Unión Soviética en el techo del Reichstag, en Berlín. “La llevamos porque representa la victoria sobre los nazis y la paz”, explicó Thomas Zinze, en un inglés difícil de entender. La Argentina ofreció el baile desordenado –casi un pogo– que popularizaron las barras bravas del fútbol: “Ay/ ay/ ay/ qué risa que me da/ con Bush en la Argentina/ qué quilombo se va a armar”, fue una de las consignas que logró superar las diferencias políticas entre opositores a Néstor Kirchner –absoluta mayoría– y los kirchneristas.
Después de seis horas de desfile, Chávez se paró en el escenario. Su imagen era multiplicada en una pantalla gigante. Sin traducción que permitiera entender a los angloparlantes o a los sufridos coreanos y vietnamitas, el venezolano comenzó su discurso con un homenaje a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, y una condena a Washington. Luego hizo un recorrido histórico por los que consideró grandes momentos de la historia de la humanidad –la Revolución China, la Cubana, Vietnam, el Chile de Salvador Allende–, para terminar en una declaración que enardeció a muchos: “Compañeros, camaradas, compatriotas: en agosto del 2005 estamos ante un gigantesco reto, el más importante en siglos: tenemos que salvar al mundo. Y estamos convencidos de que el socialismo es el camino único y necesario para construir un mundo mejor”.
El cierre del discurso dejó eufórico a la mayoría del público. Era otra muestra del rumbo político que está encarando el gobierno de Chávez: aquí todos hablan de “profundización” o “radicalización”. Ilusionados, los jóvenes argentinos volvieron a su lugar de residencia cantando: “Con Chávez al socialismo vamos a llegar”. Se mostraban entusiasmados por la posibilidad de que Venezuela genere un contagio sobre el resto de América latina. Con esa idea se fueron a festejar, mientras empezaban a sonar el reggaeton, la salsa y alguna aislada canción de rock nacional.
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