EL CASO TESTIGO DE EL FESTIVAL DE LOS VIAJES
La temprana influencia de Morricone y Leone maduró en los tres discos de este ensamble que supo combinar kraut rock y spaghetti western y generar una propuesta novedosa en el rock local.
› Por Mario Yannoulas
Un cosmos de cactus y sintetizadores, de peyote y fideos del domingo al mediodía, de VHS, luces de neón y fragancias hediondas tapadas por el olor a pólvora, donde los personajes desfilan a la forma de un vodevil criollo. Si una mezcla entre Can y las bandas de sonido de Ennio Morricone sería difícil de definir, al menos se puede hablar de El Festival de los Viajes, sexteto local que el año pasado lanzó su tercer y más acabado trabajo discográfico, La reserva de los lieros. Con la co-producción de Norman Mac Laughlin (maestro sonoro y miembro de Jackson Souvenirs), la placa expone despegue artístico sin dejar atrás aquella estética distintiva, a la que hasta hace no mucho sólo parecían atrevérsele Los Alamos: el spaghetti western, la lectura italiana de la épica cinematográfica norteamericana del western, pero despojada de romanticismo en favor de la desacralización de los protagonistas. “Agarramos eso y el kraut rock cuando nadie lo hacía. Los Alamos tomaban al western, pero no tanto la parte kraut, por eso, quizá, lo nuestro resulte medio único”, arranca el bajista Martín Rodríguez, que también toca en el combo de stoner desértico Poseidótica.
“No le pedimos lo mismo a una canción que hace diez años”, repasa el cantante y teclista Federico Wolman. Y Adrián Felcman (batería, percusión, voces y sintetizadores) completa el casillero: “Es el resultado de una evolución, es el más rockero y al que más horas de trabajo le pusimos, además de la incorporación de una segunda guitarra, que le dio más contundencia”.
Según explican, El Festival de los Viajes encaraba antes a la música “desde una perspectiva modular, un concepto muy propio del kraut rock minimalista, que es el del loop ejecutado en vivo para construir en base a capas monótonas que se superponen”, define el cantante. “Acá cambió eso, los instrumentos siguen una estructura dinámica, distinta a la del loop. Si bien mantiene el mismo espíritu, que sónicamente nos trasciende, ningún instrumento hace lo mismo de principio a fin. Esa es una diferencia en la accesibilidad, en lograr que no te aburras, que es lo más difícil.”
Si casi no se debate ya sobre el rock como parte de la cultura popular argentina, lenguajes como el del western todavía pueden ser algo extraños para el paladar local. Impactados desde chicos por las películas de vaqueros que veían en la tele, por series populares como Kung Fu y películas argentinas como Nazareno Cruz y el lobo, de Favio, los miembros de El Festival de los Viajes acuden a la música como a un espacio de catarsis inconsciente: “Vimos esas cosas juntos y a todos nos evocó algo similar, el resto es producto de la intelectualización. Y además está la cuestión más surrealista, el espíritu psicodélico”, amplía Federico.
Federico: No somos de intelectualizar grupalmente sobre nuestra música, las canciones provienen de procesos misteriosos. La inspiración no se busca, debe suceder, hay procesos inconscientes y lo que escuchás siempre te afecta. Quizás hay una épica que nos influye y se refleja en letras y personajes, que me impactan cuando me los cruzo en una peli o una música. Sí, la primera gran inspiración vino de las bandas de sonido de la primera trilogía de Leone, y el escuchar todos juntos los temas de Ennio Morricone.
Adrián: También Joe Meek, que era lo que más escuchábamos cuando arrancamos. Ahora escuchamos otras cosas, música de orquestas o exótica vieja. No quisimos traer la épica del western en un formato de rock sino en el del tipo de música sobre la que veníamos trabajando hacía mucho.
Federico: Los temas no se relacionan con la estructura melódica habitual del rock de acá, sí quizá con cosas folklóricas. Personajes como el tambero tienen más que ver con la impronta gauchesca que con el rock, y empatizo más con los discos de Atahualpa que con el 90 por ciento de las bandas de rock, en cuanto a la lírica y a las visiones que evoca. Escuchar música implica sumergirse en un viaje profundo, de experiencias relativas al mundo onírico. A ese mundo le canta El Festival. Intentamos ir hacia lugares más ancestrales, a la música menos influida, ese primer canto milenario. Encaramos las melodías con estructuras tribales y primitivas.
Adrián: Es irte a escuchar músicas que están perdidas. Bajarte grabaciones de Alan Lomax, un etnomusicólogo que durante los años ‘20 recorrió las prisiones de Estados Unidos, donde estaban los negros, y grabó canciones que él creía que corrían riesgo de extinción.
Federico: La música no tiene mucho que ver con buscar premeditadamente un objetivo, sí con sacar lo de adentro. La influencia pasa centralmente por la sonorización del viaje en el que nos vamos metiendo, que se relaciona con que cuando estamos juntos nos divertimos tocando arriba de la música que escuchamos, y así se generan muchos temas que entran al repertorio. Somos bastante cerebrales, pero la música es un espacio que te permite llegar a un lugar esencial a partir de la desintelectualización. Quizá suene muy boludo, pero para mí es así.
Federico: La estética western, aquel vaquero oscuro del primer disco, fue un punto desde donde marcar una ruta, un espacio confortable para dar lugar a lo otro. Está bueno establecer un marco de referencia, y nosotros establecimos uno que en el imaginario del rock local no existía. Con este disco sentíamos que ya no estábamos dentro de lo western, pero la gente lo sigue encontrando, entonces logramos algo que nos trasciende y no necesitamos acentuarlo. Nos vamos sacando capas hasta llegar a lugares más locos.
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