Jueves, 26 de diciembre de 2013 | Hoy
LEY DE MEDIOS
Por Juan Ignacio Provéndola
¿Cómo será recordada esta ley de medios en el futuro? ¿Como un triunfo cultural del kirchnerismo en una de las batallas que más subjetivación generó entre los jóvenes? ¿Como el fin de una era adecuada a las necesidades no periodísticas sino comerciales del Grupo Clarín? ¿Como el reconocimiento de los medios alternativos? ¿Como la legitimación de los pequeños actores en un mercado dominado durante décadas por monstruos indescifrables? ¿Un beneficio, en suma, para la libertad de expresión? Es, ante todo, un triunfo de la democracia en su plenitud, tras la vergonzosa ley sancionada en 1980 que los gobiernos democráticos posteriores (a excepción del de Alfonsín, que pagó con su cabeza la audacia) consolidaron con decretos que propiciaron las concentraciones oligopólicas, la privatización de medios públicos (emergiendo ATC como solitario símbolo de resistencia) y la persecución de voces alternativas, mal llamadas clandestinas, sólo porque no se adecuaban a una legislación susurrada por los grupos de poder instalados en los directorios de los medios.
Esta nueva ley de medios, ratificada por la Corte Suprema al cabo de cuatro años de medidas cautelares, lobbies y guerras sucias con los medios como trincheras de intereses que los exceden, comenzó como el influjo de un kirchnerismo herido de muerte y urgido por resucitar tras las estocadas sufridas con el conflicto con el campo y el revés electoral de 2009. Aún a pesar de abrirles el camino por primera vez a organizaciones sociales, pueblos originarios (con la experiencia mapuche en el canal Wall Kintún) y actores por fuera de la agenda periodística caliente, conceptualmente podría ser discutible. También refuerza la defensa de las producciones culturales nacionales y facilita la participación de cooperativas de trabajo y de colegios y universidades, históricamente olvidados en leyes.
¿Sirve para garantizar la libertad de expresión? Un dato pica como un tábano en el desierto de la inocencia: durante el año en que se ratificó la validez de esta ley se multiplicaron en simultáneo reclamos de la materia humana elemental: el periodista, claro. El pedido de condiciones laborales dignas en una profesión precarizada como pocas, la necesidad de actualizar un Estatuto de ¡1946! y el cada vez más utópico ideal del ejercicio independiente muestran que quedan cuentas por saldar en una de las carreras universitarias más elegidas por jóvenes, empujados por el ideal de perseguir verdades que tal vez se descubran o tal vez se callen, menos por la voluntad del obrero que la de su patronal. Si el futuro llegó hace rato o mañana es mejor, se sabrá más adelante. Por lo pronto, a por más.
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