Jueves, 7 de enero de 2016 | Hoy
LEMMY KILMISTER 1945-2015
Con su bajo ametrallante, sus típicos cabezales y su voz herrumbrosa, el cowboy negro que falleció a los 70 años hizo cuerpo los mitos y verdades del rock and roll animal, dejando un soberbio legado musical e icónico.
Por Mario Yannoulas
“No sé cómo tanta gente pudo pagar la entrada para ver a un tipo que no puede cantar.” Entre unos de los salpicados matorrales que engalanan la “Ciudad del Rock”, donde funcionaba el Parque de la Ciudad, una suerte de guardia o cuidador disparó un veredicto exprés mezclado con interrogante. Tenía sólo un poco de razón: todavía faltaban Judas Priest y Ozzy, pero Lemmy no pasaba por su mejor momento y estaba bien lejos del que había reventado tímpanos dulcemente en el Luna Park cuatro años antes. En ese momento (el del Monsters of Rock de mayo pasado), la facha desgarbada y endeble de Lemmy era resultado de la lucha contra una sumatoria de problemas de salud que lo había llevado a cancelar conciertos días antes. Pero al cuidador se le estaban escapando detalles que no se le escaparon al mundo del rock desde que se supo que Lemmy había partido pocos días después de cumplir los 70.
“Mejor Motörhead que muerto” es la consigna que el grupo plasmó en el título de un disco en vivo, uno de los tantos en 40 años de carrera, antes de que el bajista y cantante cayera desplomado el último 28 de diciembre. Para él, dejar Motörhead, dejar el estudio y la gira, era estar muerto en vida. “No sé hacer otra cosa”, solía repetir. Lo explicó en letras, desde (We Are) The Road Crew, en 1980, hasta Going to Mexico, en 2013. Y lo reafirma en el documental que lleva su nombre (Lemmy, 2010), sentado en un camarín junto a una máquina de casino: “Esto es lo que hago. Lo que se supone que deba hacer. Esperar en el backstage a que me llamen al escenario”. Entre todas sus virtudes, hay una que pareció gobernar a las demás: la autenticidad.
Las necrológicas todavía calientes escarbaron en el perfil de cowboy transgénico, entusiasta de los cigarros, el Jack Daniel’s con Coca y las strippers. Pero ahí no se extingue su personalidad. Muchos artistas buscan refugio en la palabra “coherencia” para disfrazar su poco interés por ofrecer algo realmente nuevo. Lemmy, que mantuvo prácticamente el mismo semblante desde que se hizo conocido hasta que murió, siempre admitió que lo suyo no era cambiar. Lo que a muchos los puede convertir en dogmáticos, a él lo hacía diferente. ¿Por qué? Porque lo que hacía seguía siendo único y bueno. Algo parecido a lo que pasa con AC/DC, según le dijo hace poco a la revista Revolver: “Es mi culpa que cada disco nuestro no incluya muchas novedades. Veo a Motörhead como una dictadura benevolente. Si alguno siente que no deberíamos hacer algo, no lo hacemos. Yo tuve que hacer cosas no debidas unas tres veces en toda mi carrera, lo que no está mal”.
El universo personal de Ian Fraser “Lemmy” Kilmister empezó a autosustentarse cuando lo echaron de la banda espacial Hawkind por repetidas inconductas. A fines de los ‘70 no sólo había lanzado Motörhead: había grabado Overkill, un disco esencial para su carrera. Sin embargo, muchas de esas actitudes podían rastrearse todavía más atrás. Durante la adolescencia, mientras trabajaba en una escuela de equitación en el pueblo costero Benllech, en Gales, las jóvenes que llegaban desde Manchester y Liverpool le hicieron notar un alto interés por el sexo opuesto. Vio que tocar la guitarra las atraía más que nada, y por ahí empezó: “El descubrimiento del sexo llegó antes que el del rock ‘n’ roll, porque durante los primeros diez años de mi vida el rock ni siquiera existía. Todo era Frank Sinatra, Rosemary Clooney y How Much Is that Doggie in the Window?. ¡Esa canción se pasó meses en lo más alto de las listas de ventas! Experimenté el nacimiento del rock ‘n’ roll de primera mano. El primer tema que escuché fue uno de Bill Haley, creo que Razzle Dazzle”, relata en la autobiografía White Line Fever.
Su alto interés en el rock and roll lo trasladó hacia distintas coordenadas privilegiadas de la historia. A los 16 viajó a Liverpool y cató en vivo a The Beatles –aunque no se note, los prefería por sobre los Stones–, nada menos que en The Cavern, antes del primer LP. Poco más tarde, trabajó como plomo de Jimi Hendrix. “Me enseñó cómo encontrar drogas en los lugares más desagradables, porque esa era parte de mi tarea con él –le dijo a Revolver–. Pero también aprendí sobre teatralidad y despliegue. Era cool sin esforzarse, se movía como una araña elegante (...) Estaba siempre tan volado que la gente no le entendía cuando hablaba, pero fue probablemente el mejor guitarrista de todos los tiempos.”
70 años de vida, cuatro décadas después de haber creado Motörhead, 22 discos de estudio y una fórmula sonora: su bajo Rickenbacker que, en suma con la ecualización de algún Marshall personalizado (sus cabezales “Killer” y “Murder One” lo sobreviven como herramientas míticas), propagaban un audio latoso, mezcla de bajo con guitarra rítmica. Una voz inimitablemente herrumbrosa, velocidad, letras directas y pocas pretensiones para concebir la música. “No hacemos heavy metal, tocamos rock ‘n’ roll”, repetía de vez en cuando, aún mientras era admirado por toda una generación de heavies que eligieron un estilo gracias a él, como Metallica. Era palmeado también por los punkies, que percibían lo directo y rápido de su música tanto como su naturalidad para homologar conductas arriba y abajo del escenario. Después de su muerte, Lemmy sigue en el centro del diagrama de Venn rockero. Y aunque ya no esté para jugar a que su bajo es una ametralladora, Overkill sigue zumbando en miles de oídos detonados.
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