Jueves, 21 de abril de 2016 | Hoy
AGUAS(RE)FUERTES
Las muertes post Time Warp y las denuncias de abusos en el rock local ponen en jaque dos espacios que parecían algo encauzados por las generaciones más jóvenes: la libertad sexual informada y el uso responsable de sustancias.
Por Luis Paz
Hace algunos días que los jóvenes reaparecieron como prioridad para los medios generalistas y en el runrún de las veredas. Fue, como casi siempre, por razones desfavorables. La intoxicación por la que cinco personas de entre 21 y 25 años fallecieron luego de asistir a la Time Warp y las severas denuncias que dos chicas publicaron contra el músico José Miguel del Pópolo –por abusos, comportamientos violentos no consentidos y amenazas– chocaron en la que tal vez haya sido la semana más trágica para una generación joven desde Cromañón, que tuvo su propia noticia (solapada por aquello) con la ratificación de las penas para los músicos de Callejeros, su escenógrafo, el jefe de seguridad del boliche y tres ex funcionarios (Cromañón ya tiene su sentencia definitiva, Página/12, 6/4).
Con respeto a la disparidad muscular que estos eventos tienen con el del recital de Callejeros y sus extremas dimensiones, la combinatoria de los quilombos de estos días replica una sensación de entonces: el nervio de la desprotección en todos los aspectos y desde todos los flancos. Otra vez, como en 2004, incluidos los músicos, los referentes, los ídolos.
Del asunto Time Warp el NO se ocupa en su artículo central de las páginas siguientes, lugar que tiene por fundamento estadístico: hay cinco jóvenes muertos al cierre, noche del martes 19/4. Pero las denuncias contra Migue de la banda La ola que quería ser chau marcan otras aristas del fin de la inocencia para una generación que ingresó a ese frente amplio que hoy es llamado “rock indie” años después de la masacre de Once. Es, y lo será por tiempo, el estremecimiento del indie metropolitano, la comidilla de los recitales y el abono (la mierda) del que nació otro tipo de corporativismo: ante aquel por el cual ahora parece ser que todo el mundo sabía de las andanzas del rockeraje pero lo calló, el inmediatamente solidario de muchos músicos, algunos ex o recién salidos de La Ola, con las pibas que denunciaron a Migue.
Disponibles en el canal Youtube Valentía ante el abuso, las denuncias de dos jóvenes que habían sido novias de Del Pópolo y compartido bandas y discos con él, y que con coraje contaron el horror que les habría hecho pasar, desempolvaron un anecdotario non sancto que había permanecido oculto. Pero al mismo tiempo, los señalamientos, las denuncias y los dichos en shows, que implicaron en diferentes estratos a Cristian Aldana, Ciro Pertusi y Walas, se encimaron hasta la confusión total. El rumor en torno del músico de El Otro Yo y referente de la UMI tuvo picos como el de su presunta organización de orgías con menores, con posteos que infestaron las redes. Su hermana, María Fernanda, en una respuesta a un comentario publicado en su muro de Facebook, aclaró que el cantante había tenido en una época una novia que era menor, pero que la relación “era consensuada” y aceptada por las familias. Después hubo análisis semiótico de las letras de Pertusi y caza de huellas de lo que en 1997 le habría dicho al periodista y músico Pablo Krantz. Aunque el cantante de Jauría y Attaque 77 declaró estos días haber sido tergiversado, Krantz confirmó, vía Twitter y en medio de una gira, que esa charla fue verdadera.
Los condicionales (“les habría hecho pasar”, “supuestas orgías” y “le habría dicho”) son usados ante la falta de un pronunciamiento judicial en el caso Del Pópolo, de denuncias explícitas contra Aldana y por la réplica vía FM Vorterix de Pertusi. No sortea el condicional Walas, porque aunque enseguida se retractó (“Dije una barbaridad y tengo que pedir disculpas”, Silencio.com.ar, 17/4), la falta de nobleza que tuvo en su show en Mendoza aún obliga: fue irrespetuoso, desagradable e innecesario no importa qué.
Pero aunque la comunidad de Facebook no conforma jurado (y el NO no es tribunal ni el noticiero Corte Suprema), para muchos no volverá a ser igual escuchar a los implicados: aún queda mucha efervescencia de red social e indignación de portal de noticias, y muchos pibes que se mostraron decepcionados y retiraron sus fanatismos sin esperar juicios. Bastantes comparten con el grueso de seguidores de La Ola y Los Migues (proyectos de Del Pópolo) y muchos asistentes a Time Warp una matriz generacional: son pibas y pibes de entre 21 y 25 años, nacidos en los primeros ‘90. Una camada que para Cromañón (hecho con el que Eduardo Fabregat enlaza el affair Time Warp en República Salguero, Página/12, 19/4) eran nenas y nenes de 10 a 14 años, adolescentes miembros de una generación criada al caloventor de tiras infantiles, consolas, smartphones, YouTube, cortes de polleras en prime time, revistas de culos, boliches con strippers sin arte y pajerismo social generalizado.
Los damnificados (los muertos, las abusadas) son porción de un piberío con referentes (padres y ajenos) que los dejaron librados al autoconocimiento web: a la instrucción sexual y narcótica en manos de David Guetta, los GTA, Xvideos y los influencers de la nada. Hace días que en la tele pasa gente hablando de drogas, videojuegos, rock, porno e internet como cunas de todos los problemas. Son casi todos papás que dejaron a sus hijos con drogas, videojuegos, rock, porno e internet; la coincidencia paradójica de una grieta tan obscenamente evidente como en la película Matilda: “Yo soy grande y estoy bien, vos sos chico y estás mal”.
La droga y la perversión sexual en jóvenes fueron los flagelos del día en Amarillolandia, pero quienes la mueven y la venden, quienes controlan y castigan, quienes exponen a la sexocracia y narconegocian, todos grandes. Miguel del Pópolo, acusado por violador, adulto. Walas, soltador eventual de frases insensibles, adulto. Gerenciadores del predio (ver Un negocio a costa de la Ciudad, Página/12, 18/4), empleados de seguridad, efectivos, inspectores, organizadores, funcionarios, son todos, todos adultos. Los que ponen culos en las revistas, la tele y los pop-ups, los que venden falopa y los que dejan pasar menores. Y más adultos de rotation diciendo giladas.
Pero ojo, las valientes Mailén y Rocío, también adultas. Pero ojo bis, los que compraron y usaron sustancias asesinas, también adultos. El fin de la inocencia no ha de ser lamento sino cemento generacional. Valdrá si abre al esplendor de animarse no solo a la grabación de discos caseros, también a la denuncia de violencias domésticas. Si es MEME no sólo la cara de Morgan Freeman intervenida con cogollos sino también la data sobre reducción de daños. Si horroriza por igual que en la tapa de Contra la pared, de Viejas Locas, apareciera una piba vestida con uniforme de colegio, y que en sus tapas Migue ¿ironizara? sobre nenas (Arriba de la mesa EP). Mea culpa propio: La ola que quería ser chau fue tapa del NO en 2015. La banda, al margen de sacar bastantes discos y de tocar a menudo, incorporaba instrumentistas y coristas mujeres siempre, manejaba una estética de referencia flashera para adolescentes, parecía ser exponente de una nueva música urbana más dinámica e inclusiva en la línea de lo que en su momento fueron El Otro Yo o Fun People. Ahora, con la perspectiva del caso, lo indie no quita lo perverso que se le adjudica a Migue.
Es que la inocencia termina abruptamente cuando resultás abusado. Por otro o por vos. Ya está claro el filo de la pastas y el rock and rola: cuatro ruedas no son cuatro fasos ni cuatro vasos de cerveza. La música no tiene la culpa, pero entraña cultura, la cultura costumbres, y algunas requieren ayudas específicas. La reducción de daños es fundamental en el electroambiente.
Y el rock, ambiente machista, misógino, patriarcal y pajero en general y en particular, amerita también su mea culpa. Fundado inocentemente por estribillos protorockers como “You’re Sixteen, You’re Beautiful and You’re Mine” de Johnny Burnette, no se puede seguir haciendo el boludo: que sea también el fin de la inocencia para músicos y para públicos, y que se olvide de una vez Casi famosos, la peli fetiche de una generación que reivindica como eminencia ondera a la grupi.
Los hechos recientes volvieron a poner en crisis dos ámbitos en los que ya una y hasta dos generación anteriores a la de los millennials creía haber encauzado, solo por repetición: el uso responsable de drogas y la libertad y protección informada de la sexualidad. Como casi siempre, con víctimas jóvenes, algunas incluso menores de edad, y responsabilidades repartidas entre adultos en situaciones de poder: comunicadores, formadores, narcos, funcionarios, empresarios. Y rockeros, a quienes habrá que sacarles el poder fàlico de su fama y autoindulgencia para dejarles sólo el de sus acordes.
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