HITnRUN Phase Two es no sólo el 39º álbum de estudio de Prince, sino también el último que hizo en vida antes de que la muerte lo sorprendiera este 21 de abril. Más allá de los rumores de que dejó una bóveda llena de canciones inéditas, el disco se transformó en un testamento involuntario. Y a pesar de que es notablemente superior al primer volumen, lanzado unos meses antes, en septiembre de 2015, y en el que puso el acento principalmente en el hip hop y el dance, a este segundo volumen la crítica lo trató con indiferencia y hasta hubo quienes lo tildaron de “decepcionante”.

Ciertamente no es un disco de antología como Purple Rain y Diamonds and Pearls, ni ostenta la desfachatez de 1999, Parade o Musicology, pero es un repertorio que expone a un músico en su mayor pureza. Al tiempo que se aferra, aunque parezca paradójico, a todos esos rasgos que enaltecieron su obra. Al igual que Brian Wilson, Dylan o Spinetta, Prince es un género en sí mismo, por lo que es imposible imaginarlo subiéndose al tren de las nuevas tendencias, aunque también sería inaudito compararlo con el discurso sonoro actual.

Quizá la grandeza de HITnRUN Phase Two, amén de su hiperproducción, esté en que Prince pensara en él como un homenaje –claro, a su manera– a la música negra de los ‘70, lo que se aprecia en el temperamento funk de Rocknroll Loveaffair y 2Y.2D, en ese tenor soul bien a lo Al Green de When She Comes y Revelation o en el sostén gospel de Big City. Pero este trabajo también chorrea genialidad en Xtralobavle (R&B del siglo XXII) y arenga la conciencia social en Baltimore (tributo a Freddie Gray, cuya muerte a los 25 años desató protestas y motines en la ciudad). Así que además de su desaparición física, hay que lamentar que el de Minneapolis se haya borrado de Internet.