VAIVENES CON EL ROCK
Te amo, te odio
Por Javier Aguirre
Si alguna vez alguien creyó el lema número uno de todo rockero que se convertía al tango (eso de que “el tango es nuestro rock”), quizás sea hora de afirmar que la cumbia es algo así como nuestro hip hop. De hecho ya existen variantes del ritmo tropical, convenientemente sazonadas con rap suburbano de historias de la calle. Puede decirse que el rock argentino y la cumbia construyeron a lo largo de los ‘90 una relación difícil. Con un recelo bastante fuerte, no sólo en el eco de la Ley de Aldana (“la cumbia es una mierda”) sino en que muchos rockeros creen firmemente en ese slogan. La mirada de costado del rock hacia la cumbia tiene varias patas: algunas apoyadas en cuestiones estéticas –que sería una mera discusión artística–, otras en prejuicios casi clasistas (nota: el rock argentino es mucho más burgués que la cumbia), y las más politizadas en la creencia de que la cumbia no constituye el foco de resistencia o de rebeldía crítica, que sí implica el rock. Hubo picos de amor en estos años que desmintieron aquel recelo y se probaron como variantes de confluencia: el multipalo de Fidel Nadal o Los Auténticos Decadentes con Damas Gratis, la doble vida de Las Manos de Filippi/Agrupación Mamanis, la cumbia-combativa de Bersuit. En cada caso, y con tanta agua (tanta crisis) corrida bajo los puentes, la pequeña polémica escénica entre Aldana y Cordera en ocasión del Cosquín Rock 2001 deja de tener sentido. Más allá de las poses.