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Cuzco, Perú. 1999. Caminábamos el Valle Sagrado, abriéndonos al viaje en largas caminatas, maravillados por la generosidad de su luz, las ruinas, la majestuosidad y la presencia. El abrazo del buen fantasma, el Imperio, el oro y la Iglesia daga. La cuenca, sus animales, el cielo, las montañas y su gente, sus caminos, el Inca, el llanto y la muerte. Reflejos en lajas, las piedras y sus almas. El Sol, la Luna, la historia presente.

Así los días, mucho más cerca del cielo. Una mañana al paso por una vidriera, vimos un libro. En su tapa un retrato de un indio gigante. El nombre del libro en letras blancas era: Martín Chambí 1920-1950. Este hombre había nacido en 1891. Fue reconocido mundialmente por su obra recién a fines de los 70. Su irreprochable calidad tanto en retratos como en paisajes, registro y documento social, así como en la reivindicación de la cultura indígena no tienen par. Es recordado como el más destacado fotógrafo de su tiempo en Perú y uno de los más importantes fotógrafos de América. Un archivo de 30.000 placas de vidrio están al resguardo de su familia.

Entramos a la librería, lo abrimos y entendimos.

Conocíamos su nombre y teníamos vistas algunas fotos pero nos tomó de sorpresa. Y encontrarnos así con su fotografía en su mismo paisaje nos invitó a buscar un poco más. Una puerta doble de madera a la calle nos dio paso a uno de esos patios de casas coloniales con galerías, tejas, aljibe y plantas. Al fondo, un oxidado cartelito de Kodak atornillado sobre una puerta oscura nos indicó el camino.

Golpeamos.

Una señora mayor nos abrió y nos recibió amablemente. Al ingresar, la misma foto del indio de la tapa del libro pendía en la pared, escala 1:1. Se trataba de “El gigante de Paruro” Juan de la Cruz Sihuana, gigante de Llusco, provincia de Chumbivilcas. 2,10 metros, 290 libras y más de 50 años. Chambí dijo en una ocasión: “He leído que en Chile se piensa que los Indios no tienen cultura, que son incivilizados, que son intelectual y artísticamente inferiores en comparación a los blancos y los europeos. Más elocuente que mi opinión, en todo caso, son los testimonios gráficos. Es mi esperanza que un atestado imparcial y objetivo examinará esta evidencia. Siento que soy un representante de mi raza; mi gente habla a través de mis fotografías.”

Emoción total antes de continuar respirando. Una marquesina con postales, una mesa y nada más. Somos fotógrafos, estamos viajando, le dijimos. Allí nos cuenta que ella es Julia, hija de Martín y nos presenta a Teo Allaín , nieto del mismo que desde una cortina negra y con las manos mojadas nos pregunta: ¿Argentinos? ¿Conocen a Eduardo Gil? ¿a Marcos? Vengan, pasen que estamos copiando.

Dar luz.

Cuando se adapta la vista en el cuarto oscuro siguió el sueño. Dentro del tradicional perfume de químicos y encierro de laboratorio e iluminados por la sutil luz roja, aparece un viejo duende. Sus manos cuando joven eran las responsables de copiar las foto-postales del Maestro. Sus manitas se arrullaban ahora como amasando una pócima. Estaban dando luz, apantallaban un rostro. Ya en el líquido revelador aparece la foto, “Boda de Don Julio Gadea, prefecto de Cuzco, 1930”. Quizás sea ésta una de las fotos más conocidas de Chambi. Ahí flotaba, rebotando en las paredes de la cubeta. En la inmensa intimidad, un hermoso contacto 18 x 24 de la boda, el Duende, Teo, Clarita y Yo. Emoción.

Teo levanta la placa de vidrio y nos la muestra a contraluz. No lo podíamos creer. El negativo vivo en sus manos. Los dorados brillos espectrales de las figuras. La joven novia Olimpia Arteta, el prefecto Don Julio Gadea y las caras en el fondo casi transparentes de oscuras que secundan al matrimonio. Reverencias. Esta copia era realizada para el MOMA de Nueva York que tiene esta obra en su colección permanente. Justo a tiempo se hizo una copia más que vino con nosotros a casa.