Ya lo dijo Baudelaire: es preciso embriagarse sin tregua. “¿De qué?”, anotó el don: “De vino, de poesía o de virtud; de lo que te plazca. Pero embriágate”. Pues, acaso siguiendo la primera porción de la –poética– sugerencia, un fotógrafo brasilero procedió a hacer precisamente aquello, emborrachar a sus amigos. Con la salvedad de que lo hizo metódicamente y con cierto propósito: retratar cómo lucen las personas con un vasito encima, luego dos, y un tercero, final. “Hay un dicho sobre el vino que me gusta mucho, es algo así como ‘La primera copa es para la comida; la segunda para el amor; la tercera para la confusión’. Quería ver por mí mismo cuanto había en ella de verdad”, justifica el artista Marcos Alberti al hablar de su serie Tres copas después, parte de su Wine Project. ¿Tinto, blanco, rosado…? El hombre –oriundo de Sao Paulo– no aclara; sí detalla, sin embargo, haber contado con el aporte de “modelos” de distintas áreas de las artes (músicos, pintores, diseñadores, bailarines, arquitectos, publicistas…), prontos a empinar el codo por una meta, ejem, superior.

“Esta propuesta me ha permitido aunar todas mis pasiones: amigos, fotografía, vino y buena conversación”, resume el brasilero que, tras capturar a varones y señoritas cansados tras un extenso día laboral, les convidó el elixir y procedió al experimento. Experimento cuyo -evidente- resultado, Alberti explica del siguiente modo: “Cuanto más toma, la gente más sonríe”. Chocolate belga por la noticia de eras históricas pasadas, hombre. Luego, en entrevista para el sitio Refinery 29, agrega el señor: “Simplemente quería mostrar el lado positivo de la bebida. Si buscás en internet los efectos del alcohol, los resultados solo arrojan sus consecuencias negativas. Pero en un ambiente alegre, bueno, entre amigos, y tomando con moderación, el vino es bárbaro. Une a las personas”. Chin, chin, salud, etcétera.